Qué le ocurre a nuestro cerebro cuando convivimos con un gato

Numerosos estudios revelan que la interacción directa con estos felinos produce efectos a nivel bioquímico, emocional y cognitivo

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Un gato. (Freepik)
Un gato. (Freepik)

La convivencia diaria con un gato implica más que una simple relación de compañía. Los gatos, con su reputación de animales independientes y misteriosos, han suscitado durante mucho tiempo la curiosidad de científicos y propietarios, que buscan comprender los efectos reales que tienen en la vida humana. Y numerosos estudios recientes revelan que la interacción directa con estos felinos produce diversos efectos en el cerebro humano, a nivel bioquímico, emocional y cognitivo.

El vínculo entre humanos y gatos se apoya en procesos neuroquímicos complejos, donde la oxitocina ocupa un papel central. Esta sustancia, conocida comúnmente como la “hormona del amor”, se libera de manera natural en situaciones sociales placenteras, como el contacto físico o la cercanía emocional. En humanos, la liberación de oxitocina tiene efectos conocidos, como el fortalecimiento de la confianza, la reducción del estrés y el fomento de la calma. Investigaciones han demostrado que esta misma hormona también regula la relación con los gatos, creando un lazo afectivo comparable al que une a padres y madres con hijos o amigos cercanos.

El contacto afectuoso, como una caricia suave, o simplemente la presencia cercana de un gato, desencadena la producción de oxitocina tanto en el propietario como en el animal. Este efecto no se limita únicamente al ámbito emocional: también se ha observado cómo la oxitocina actúa inhibiendo la liberación de cortisol, la hormona del estrés, y estimulando el sistema nervioso parasimpático. Esta acción facilita la relajación y amplía la sensación de bienestar en quienes conviven con un gato.

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Un estudio del cerebro

Varios estudios han examinado la manera en la que interactuar con un gato activa regiones específicas del cerebro humano. Así, investigaciones recientes, apoyadas en herramientas como la espectroscopía funcional del infrarrojo cercano (fNIRS), permitieron a los científicos monitorear la actividad cerebral durante el juego, las caricias o la alimentación de un felino doméstico. Los resultados indicaron que dichos intercambios estimulan especialmente la corteza prefrontal, región asociada a funciones como el juicio, la toma de decisiones, la planificación y la regulación de las emociones.

Durante estos momentos, se observa un incremento en la oxigenación y la actividad neuronal, hechos que facilitan la aparición de estados emocionales positivos y una mayor capacidad para gestionar el estrés. Las experiencias táctiles y auditivas, como sentir el pelaje suave o escuchar el ronroneo, desencadenan la liberación de neurotransmisores relacionados con el placer y el bienestar, entre ellos la serotonina y la dopamina.

En casos concretos, como personas con dificultades en la comunicación no verbal, la presencia de un gato puede reforzar las habilidades sociales y favorecer la empatía. Se ha observado que la interacción frecuente con el animal estimula la actividad en el giro frontal inferior, relacionado con la percepción emocional y la comprensión social. Además, el acompañamiento de un gato demuestra su relevancia como soporte emocional en situaciones de aislamiento social, una circunstancia especialmente relevante para personas que atraviesan crisis o viven solas.

Beneficios físicos

Finalmente, la relación con los gatos no solo beneficia el estado mental y emocional, sino que tiene implicaciones directas para la salud física. Una de las ventajas más destacadas es la reducción de la presión arterial y un menor riesgo de desarrollar enfermedades cardíacas.

Por otro lado, la convivencia temprana con gatos en la infancia puede contribuir a disminuir la predisposición a desarrollar alergias y asma. Estudios científicos han señalado que los niños que crecen en hogares con gatos presentan una menor incidencia de estas afecciones.