El encuentro entre el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y su homólogo chino, Xi Jinping, ha dejado una anécdota que no ha pasado desapercibida ni para la prensa ni para la comunidad científica. Ambos dirigentes comparten edad (72 años) y un sueño: ser inmortales. Así lo ha revelado un micrófono abierto durante una conversación en el marco de las celebraciones por el 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, momento histórico que Pekín marca en el calendario con la derrota de Japón.
Esta conversación distendida entre Putin y Xi pone de relieve las aspiraciones inmortales de ambos, cuyos cargos se caracterizan precisamente por su extensa duración. En 2018, el Partido Comunista Chino eliminó el límite de dos mandatos, lo que permite a Xi gobernar de forma indefinida en el gigante asiático. Una estrategia parecida siguió el ruso dos años después, en plena pandemia, cuando reformó la Constitución para perpetuarse en el poder hasta 2036.
Más allá de los anhelos por la vida eterna, resulta llamativo el modus operandi con el que ambos presidentes consideran viable no morir nunca: los trasplantes de órganos. “Gracias a la biotecnología los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente”, ha señalado Putin a Xi, asegurando que “las personas podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad”. De acuerdo con esta idea, mediante los trasplantes continuos de órganos las personas podríamos burlar a la muerte, como si cambiásemos la rueda gastada de un coche o rellenásemos el bote de jabón de manos.
Dejando a un lado el debate ético (e, incluso, utilitarista) sobre este desafío a las leyes de la naturaleza (un tema que ya trató José Saramago de forma soberbia en Las intermitencias de la muerte), la ciencia tiene algo que decir al respecto sobre la viabilidad de este plan “sin fisuras” en la mente de Putin y Xi.
José Manuel Monje, investigador del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) y profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, recuerda para Infobae España que “no solo somos órganos”, por lo que la inmortalidad estaría todavía lejos de nuestro alcance. “Somos un organismo complejo en el que hay muchas interacciones entre muchas partes de nuestro cuerpo”, explica.
Para el investigador, este debate es más “una conversación de pasillo que una realidad científica”. En primer lugar, porque no se pueden hacer trasplantes de cerebro. Es más, “ni parece que se vayan a poder hacer”. Aunque trasplantar órganos sí puede alargar nuestra vida, la idea de hacerlo continuamente no es un futurible que parezca muy plausible.

Inmortales no, pero ¿más longevos?
Si la puerta de la inmortalidad se cierra, quedaría abierta la ventana de la longevidad. Según ha matizado Xi, “las predicciones apuntan a que en este siglo se pueda vivir hasta los 150 años”. Sin embargo, ¿cómo de cerca estamos de esta realidad? Teniendo en cuenta que la esperanza de vida media global se sitúa en torno a los 73 años, soplar las velas de la tarta con un 150 implicaría duplicar esta cifra.
La evidencia científica enseña que el trasplante de órganos ha mejorado la supervivencia del ser humano. Los resultados de un reciente estudio publicado en The Lancet muestran que si todos los países del mundo alcanzaran la actividad de trasplante renal que se realiza en España, podrían evitarse más de un millón de muertes atribuibles a la enfermedad renal crónica.
Beatriz Domínguez-Gil, directora de la Organización Nacional del Trasplante (ONT), se hace eco de la investigación y reconoce en declaraciones para Infobae España que “sin duda alguna el trasplante mejora la calidad de vida y prolonga la supervivencia de los pacientes afectados en un gran número de enfermedades”.
En la actualidad, existen modelos animales en los que la ciencia ha conseguido alargar la vida. “Tenemos modelos como el C. elegans, un nematodo mutante que es capaz de vivir cinco veces más. En humanos, estaríamos hablando de vivir 300 o 400 años”, cuenta el investigador. Pero ¿podría ser extrapolable a las personas?
Lo que sabemos es que no estamos siquiera cerca. “Hay una evidencia científica de que determinadas modificaciones en genes podrían hacernos vivir 150 años. Y vivirlos, además, en buenas condiciones”, relata Monje. No obstante, aclara que, pese a su plausibilidad, “nadie ahora mismo podría llegar” a conseguirlo.
En esta línea, Domínguez-Gil concuerda con el investigador del CABD y recuerda que los trasplantes de órganos “no pueden revertir el proceso de envejecimiento”. “Es cierto que hay avances en biotecnología prometedores, como los hemolíticos o la reprogramación epigenética, pero todavía es una especulación que estas tecnologías puedan permitir que el ser humano alcance los 150 años de forma segura y factible”, matiza.
Vida eterna, búsqueda eterna
El ansia por la inmortalidad no es un invento del siglo XXI. Fueron los antiguos egipcios quienes inventaron la idea de la vida eterna, un privilegio que en un principio pertenecía exclusivamente al faraón. Para los romanos, la eternidad tampoco era cosa baladí. El peor castigo posible no era la pena de muerte, sino la damnatio memoriae, una condena por la que se eliminaba todo lo que se pudiera recordar al reo, desde imágenes a monumentos. Incluso se prohibía mencionar su nombre. Este olvido en la historia suponía para el acusado la constatación de que, al no ser recordado, jamás alcanzaría la eternidad.
De regreso a nuestro tiempo, claro ejemplo de esta búsqueda por la inmortalidad es el multimillonario Bryan Johnson, en cuyo documental producido por Netflix No te mueras: El hombre que quiere vivir para siempre muestra su plena dedicación por vencer la vejez. Practicante de una rutina espartana de ejercicio severo y alimentación estricta, Johnson ha llegado a inyectarse plasma sanguíneo de su hijo de 17 años.
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