
La inteligencia emocional no es solo una cualidad innata, sino una habilidad que puede entrenarse, afinarse y mejorar con el tiempo. Saber reconocer lo que sentimos, expresarlo de forma adecuada y entender cómo afectan nuestras emociones en nuestras vidas es fundamental para vivir mejor.
Además, también hacemos mejores y que se sientan mejor quienes están alrededor. Empatizar con otra persona, conocerla y saber su personalidad y comportamientos permite mejorar los vínculos sociales. De esta manera se logra una vida con más equilibrio y claridad.
Pero no se trata solo de “controlar” las emociones, sino de aprender a convivir con ellas, a comunicarlas y a utilizarlas a nuestro favor. Y como cualquier habilidad, se puede potenciar con práctica. La psicóloga Silvia Severino ha compartido tres técnicas recomendadas por la Universidad de Harvard para entrenar y fortalecer la inteligencia emocional en la vida diaria. Son simples, pero poderosas.
1. Amplía tu vocabulario emocional
Una de las claves para gestionar bien nuestras emociones es saber nombrarlas con precisión. No es lo mismo decir “me siento mal” que decir “estoy frustrado”, “estoy ansiosa” o “estoy decepcionado”. Ponerle nombre a lo que sentimos, reduce su intensidad y nos permite abordarlo con más claridad.
Desde Harvard recomiendan buscar palabras más exactas para definir cómo te sientes. Y si cuesta expresarlo en voz alta, se puede empezar por escribirlo. Quizás en un diario, en una nota o en un mensaje no enviado. Lo importante es reconocer la emoción y liberarla.
2. Entrena tus habilidades sociales
La inteligencia emocional también se demuestra en cómo nos relacionamos. Harvard aconseja dedicar al menos 100 minutos semanales a practicar habilidades sociales que nos ayuden a conectar mejor con los demás. No se trata de ser más extrovertido, sino de ser más consciente.
Algunas prácticas sencillas incluyen:
- Mantener contacto visual en una conversación.
- Escuchar activamente sin interrumpir.
- Hacer preguntas abiertas para entender mejor al otro.
Pequeños gestos que generan grandes cambios en la calidad de nuestras relaciones personales y profesionales.
3. Aprende a leer lo que no se dice
“La mayoría de emociones no se dicen, se notan”. Esta es una de las premisas más importantes de la inteligencia emocional. Saber interpretar el lenguaje no verbal. Las emociones se reflejan en la mirada, en la boca, en la postura del cuerpo, incluso en el tono de voz.
Por ejemplo, las cejas levantadas pueden indicar confusión o alegría al ver a alguien. Los labios apretados suelen expresar desaprobación o tensión. Y evitar el contacto visual puede revelar incomodidad o inseguridad.
Desarrollar esta capacidad de observación permite entender mejor al otro incluso cuando no habla, lo que mejora la empatía y reduce malentendidos.
La inteligencia emocional se entrena cada día
Nuestras emociones influyen constantemente en nuestras decisiones, en cómo nos comunicamos, y en cómo nos relacionamos con el mundo. Dominar la inteligencia emocional no significa eliminar emociones negativas, sino saber interpretarlas, gestionarlas y aprender de ellas.
Y como muestran estas técnicas de Harvard, basta con prestar un poco más de atención, ser más precisos al hablar y más receptivos al escuchar. No es magia, es práctica. Y cualquier persona es capaz de ello.
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