
Javier Marías escribía en 1994 en Mañana en la batalla piensa en mí sobre la dificultad de enfrentarse a la muerte, la intolerancia de que “las personas que conocemos se conviertan en pasado”. Es esta incapacidad de asumirlo y el intento de huir del dolor que genera la pérdida lo que ha provocado que se convierta en un tabú sobre el que gira un silencio generalizado: “Muchas veces se ocultan los hechos o las circunstancias: a los vivos y al que se muere —si tiene tiempo de darse cuenta— les avergüenza a menudo la forma de la muerte posible y sus apariencias, también la causa”.
Pese a este tabú (o quizá sea a consecuencia de ello, buscando expresar todo aquello que ha permanecido oculto y que, por tanto, se desconoce), surgieron los Death Café: encuentros informales en los que, alrededor de una taza de té o café, se charla sobre la muerte.
“Tiene que ver con la necesidad de crear y vivir la experiencia de estar en un espacio seguro en el que poder hablar sobre la muerte, la enfermedad que no se cura y el duelo”, explica sobre el fenómeno de los Death Café Sara Castro, organizadora de una de estas reuniones y fundadora de la asociación Las Luziérnagas.
En ellos, la gente mantiene conversaciones distendidas con personas a las que muchas veces no conoce, mostrando su vulnerabilidad con respecto a un tema del que no se suele hablar, pero que está muy presente en nuestra vida. Se consigue así ampliar el conocimiento sobre la muerte, desprender un poco el aura de oscuridad y acercarse mentalmente a un momento vital que ya de por sí es cercano a nivel físico.
Un espacio seguro en el que hablar sin tabúes sobre el final de la vida
“Desde que era muy pequeña siempre he tenido mucho interés en la muerte y todo lo que le rodea”, explica a Infobae España Sara Castro. Esta curiosidad la llevó a estudiar Anatomía Patológica y Tanatopraxia y a continuar formándose en el Instituto IPIR de Alba Payás, Paliativos sin Fronteras, la UNED…

Tal y como destaca ella misma, no es ni psicóloga ni psicoterapeuta, sino que su formación y su voluntariado en unidades de cuidados paliativos le han permitido brindar un acompañamiento humano y una ayuda en la prevención del duelo complicado a través de su proyecto y asociación Las Luziérnagas. Sara es también autora del libro Cuando las Luziérnagas brillan y doula de fin de vida (persona que presta orientación y apoyo a otros en un momento específico de su vida, en este caso, antes de la muerte); de hecho, participó como tal en las Jornadas de Acompañamiento al Paciente que no se Cura y la Muerte, organizadas a finales del pasado mes de marzo por la Sociedad de Pediatría de Madrid y Castilla-La Mancha (SPMYCM).
Junto a su formación, su experiencia personal también está ligada al asunto de la muerte: en 2011 acompañó a morir a una amiga, algo que repitió en 2018 con su padre y en 2019 con su marido. “No he hecho todo esto solo porque haya vivido estas muertes”, matiza Castro con respecto a su formación, la asociación y los Death Café, “sino que yo tenía un bagaje de conexión con la muerte, con la finitud”.
En 2020, asistió por primera vez a una de estas reuniones, aunque ya había oído hablar de ellas con anterioridad. Fue el Gran Death Café programado dentro del I Festival Dando Vida a la Muerte, organizado por la asociación del mismo nombre presidida por la celebrante de ceremonias y doula Glynis German y en la que Sara colaboró hasta su disolución en 2025. A esta reunión se conectaron más de 50 asistentes, dando cuenta de un interés compartido por muchas personas.
Tras participar en aquel primer Death Café, supo que “merecía la pena poner el esfuerzo en ello” y se aventuró a facilitar el suyo propio, inicialmente en modalidad online por estar todavía en tiempos de mascarillas y posteriormente de manera presencial en el municipio madrileño de Zarzalejo.
Los Death Café “no son un grupo de duelo, ni es terapia, ni es psicoterapia ni nada parecido”, sino que son “espacios seguros y respetuosos en los que hablar sin tabúes sobre el final de la vida”. Así, “lo que se comparte es confidencial”, por lo que “puedes contar sobre lo que tú has compartido, pero no sobre lo que han compartido los demás”, y “es muy importante respetar el turno de palabra” y “no emitir juicios de valor”.

Tampoco se entienden como una conferencia, por lo que no hay una persona que da una charla mientras el resto escucha, sino que es un diálogo entre los asistentes. Esto no impide, sin embargo, que los Death Café sean espacios que puedan permitir el intercambio de información gracias a las conversaciones que se generan: “Hay personas que vienen porque a lo mejor están acompañando en un proceso de ELA a un familiar y, de repente, descubren que hay unos recursos que no sabían que existían”.
De hecho, tal y como explica a este medio Sara Castro, suelen acudir personas que han perdido a algún ser querido, que tienen una enfermedad con un diagnóstico incurable, que han acompañado a familiares o están en duelo, ya sea por un ser humano o un animal. Incluso personas que quieren ahondar en la incomodidad que les genera la muerte o conocer a otras que tengan el mismo interés o curiosidad que ellos.
“Vienen muchas más mujeres que hombres porque eso es así en cualquier entorno terapéutico en el que uno vaya a tocar el corazón, aunque creo que ellos también están empezando a hacer un cambio y a adentrarse más en su mundo emocional”, destaca la fundadora de Las Luziérnagas. Además, explica que normalmente van personas de más de 40 años: “Cuando la gente crece, empieza a tener una perspectiva de lo que es el ciclo de la vida completo porque ya ha pasado por muchas etapas”. Sin embargo, señala que, aunque “es más raro ver gente joven”, estos “también están interesados”.
Una red que se multiplica y traspasa fronteras
El modelo de los Death Café surgió en 2011 de la mano de Jon Underwood y su madre, la psicoterapeuta Sue Barsky Reid. Basándose en las ideas del sociólogo suizo Bernard Crettaz, que había organizado “cafés mortels” para fomentar debates abiertos sobre la muerte, reunieron en su casa en Hackney (Reino Unido) a un grupo de personas interesadas en hablar sobre este asunto.
Más tarde, trasladaron estos encuentros a cafeterías u otras casas particulares, convirtiendo los Death Café en una “franquicia social”, tal y como destacan en la página web en la que explican la historia y las normas básicas de este fenómeno: por ejemplo, que no está destinado a recaudar fondos, por lo que puede pedirse una aportación voluntaria, pero no cobrar por la asistencia. Estas pautas son fundamentales porque lo que empezó en Reino Unido se extendería después a otras partes de todo el mundo: Estados Unidos, Francia, Japón, Noruega, Sudáfrica o España, entre muchos otros lugares.
De hecho, en nuestro país estas reuniones se encuentran en plena expansión desde hace años, pues se organiza todos los meses algún Death Café dentro de nuestras fronteras (ya sea de forma presencial u online). “Creo que la pandemia nos ha marcado mucho con respecto a nuestra relación con la muerte”, explica a Infobae España Sara Castro. “Yo creo que a todos nos ha impactado ver las cifras de fallecimientos, ver imágenes como las del Palacio de Hielo en Madrid. Nos ha impactado la gente a nuestro alrededor que murió por COVID”.

En España, al igual que en casi todos los países a lo largo del globo, con la pandemia la población se enfrentó (muchas veces por primera vez) a la crudeza de la muerte. Además, el confinamiento provocó que muchas personas no pudiesen despedirse de sus seres queridos fallecidos, algo fundamental en el proceso del duelo. La incomprensión de la muerte, la necesidad de encontrar respuestas o el interés que genera lo desconocido provocaron que un fenómeno que ya estaba dejando huella en España se expandiese aún más.
De hecho, Sara Castro recomienda a la gente que acude a sus reuniones organizar las suyas propias: “Si vienes de muy lejos, yo te invito a que empieces a convocar a las personas en tu entorno y hacer tus propios Death Café. Esto es algo que se multiplica porque esa necesidad [de hablar de la muerte] existe”.
De esta manera, se genera una red de la que forma parte Gema, que empezó a ir a estos encuentros “por curiosidad, porque lo había leído en varias novelas y en libros”. Cuando una amiga le mandó la información de que iban a organizar uno en su barrio, se apuntó: “Me pareció interesante, me gustó y seguí acudiendo”. Así, también empezó a asistir a los de Sara: “Yo buscaba cosas sobre la muerte. Estuve leyendo mucho y esto me pareció una forma de compartir mis experiencias y de enriquecerme con lo que otros hablan”, explica a Infobae España Gema, que también perdió a su marido y a su padre en un corto periodo de tiempo.
Todavía continúa asistiendo a los Death Café que organizan otros cuando tiene ocasión, pero Gema ha decidido dar el salto y crear el suyo propio en la Dehesa de la Villa (Madrid), pudiendo elegir ella misma el número de personas que pueden asistir, ya que le gusta “que sean grupos pequeños”. Por el momento, solo ha organizado uno, pero planea retomar las reuniones a la vuelta del verano: “El primero estuvo bastante bien, fuimos ocho y fue muy agradable. Estoy contenta de haberme lanzado”.
La importancia de vivir el duelo y de hablar de la muerte
Gema reconoce que hay gente de su entorno a la que no le ha contado que empezó a acudir a Death Cafés porque “sigue siendo tabú y un tema complicado de tratar”: “A las personas que son más afines sí, y me han dicho ‘qué interesante, yo también quiero ir’ e incluso se animan, pero a las que yo sé que no lo van a entender ni se lo cuento porque para qué, ¿para que me digan que qué locuras?”.
Esta concepción negativa está potenciada precisamente por tantos años de silencio generalizado, de “de estas cosas no hay que hablar” y de temor a un fenómeno que se cree que se atrae cuando se menciona. Por el contrario, Gema señala que ella ve “reconfortante encontrar personas y un espacio donde puedas hablar tranquilamente sobre la muerte sin que nadie te juzgue, sin que nadie te critique”.
Compartir asuntos tan íntimos con personas desconocidas genera un vínculo especial: “Cuando nos vamos es como ‘Ay, parece que os conociera de antes’”, señala Sara Castro. “Compartimos cosas de mucha vulnerabilidad, momentos en los que nos ha dolido algo, y esto genera conexión. Nos une que todos amamos y a todos nos duele cuando nuestros seres queridos fallecen”

Además, la fundadora de Las Luziérnagas explica que, lejos de lo que pueda parecer, la conversación en estas reuniones es “muy distendida” e incluso “hay instantes de risa”: “Aunque hay momentos intensos en los que la gente puede compartir algo doloroso, los Death Café también son alegres. Date cuenta que, aunque estamos hablando de la muerte, en realidad en lo que ponemos el foco es en la vida, en cómo voy a vivir los últimos momentos de mi vida, porque de eso no se habla”.
Los Death Café han permitido que las personas que tienen una cierta inquietud, anhelo o incertidumbre compartan sus ideas con otros que cuentan con el mismo interés, algo que Sara define como “un regalazo”: “Se menciona mucho en los Death Café eso de ‘yo de estas cosas en mi casa o en mi entorno no puedo hablar’”. Y esta imposición de silencio repercute en la manera en la que nos enfrentamos a nuestra propia muerte y la de los demás, en la forma en la que afrontamos el duelo.
La muerte invertida
En 1975, el historiador francés Philippe Àries escribió en Historia de la muerte en Occidente sobre la muerte invertida, un fenómeno que surge a principios del siglo XX: mientras que en la Edad Media esta era “domesticada” porque resultaba familiar y próxima, en esta nueva era se produce un cambio sustancial. Se protege al moribundo ocultándole su estado, se intenta evitar la conmoción en público para no perturbar a la sociedad y se exige que el duelo se acorte o desaparezca para no frenar el ritmo de la vida diaria.
La vida debe ser siempre dichosa o al menos parecerlo, por lo que la muerte y las emociones demasiado fuertes que enturbian esa felicidad deben eliminarse: es una muerte invertida porque es la muerte misma la que se pretende matar; todo debe seguir en la ciudad como si nadie muriese.
“Si nuestra sociedad está enferma, en gran medida es por la cantidad de personas que hay que no han podido vivir sus duelos”, señala Sara Castro haciendo precisamente referencia a esto mismo, a esta idea de que en la actualidad parece que el duelo debe curarse, abreviarse o incluso borrarse. “No sabemos acompañar el duelo, incluso no sabemos vivir el duelo. Nos exigimos mucho: hay personas que me dicen ‘hace cuatro meses que se ha muerto mi hermana y todavía estoy fatal’. Qué daño ha hecho esto que alguien empezó a repetir de que el duelo dura un año. Exigimos a la gente que esté ya en marcha. Eso es terrible”.
Es por este motivo por el que los Death Café se convierten en espacios tan enriquecedores, pues permiten aprender, compartir, abordar un dolor que se ha intentado ocultar y enfrentarlo de una manera distinta, alejando el tabú en el que nos hemos instaurado. “Al final la muerte está en todas partes”, señala Sara Castro. “Hay muchas maneras de abordar la muerte porque esta también es que se te muera un proyecto que tú ibas a iniciar y que no sale, que algo que se proyectaba que tuviese una vida o un desarrollo no lo vaya a tener. La muerte también es que, cuando te mudas a otro lugar a vivir, dejes atrás amigos, casa, trabajo… Eso es un duelo también; ahí también hay muerte: muere una parte de nosotros”.
Dejar atrás los prejuicios no es sencillo: para alejar la idea de que las personas que acuden a estas reuniones son “raras” hay que acercarse al convencimiento de que la muerte es un asunto que nos incumbe a todos, algo complicado porque obliga a enfrentarse a la propia finitud y al temor al final de la vida. Como explica Gema, aquí se encuentra la esencia de los Death Café: “Es que es lo único que tenemos seguro desde el día que nacemos. Tardará más o menos, pero todos nos vamos a morir. Entonces, yo creo que es importante que sepamos un poco más sobre lo que es. Si vamos más preparados, con más conciencia, sería más liviano para todos: para el que se va y para los que se quedan”.
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