
El hígado es uno de los principales responsables del bienestar humano: depura sustancias tóxicas, facilita la digestión, almacena nutrientes y regula el metabolismo. Esta capacidad de resistencia —incluyendo su notable habilidad para regenerarse— no lo convierte, sin embargo, en un órgano invencible. Diversos hábitos diarios, en apariencia inocuos y a menudo pasados por alto, pueden deteriorar progresivamente el hígado y desembocar en patologías graves como la cirrosis (cicatrización irreversible) o el fallo hepático.
Según publicó Dipa Kamdar, profesor de Práctica Farmacéutica de la Universidad de Kingston, en The Conversation, una peculiaridad de muchas enfermedades hepáticas es la falta de señales claras en sus primeras fases: puede que los únicos síntomas sean una fatiga constante o náuseas. Con el tiempo, el daño avanza y surgen signos más evidentes. Uno de los más reconocibles es la ictericia, una coloración amarilla de la piel y el blanco de los ojos. Aunque tradicionalmente se asocia el daño hepático al consumo excesivo de alcohol, el alcohol no es el único responsable. Existen otros hábitos cotidianos que perjudican el hígado:

1. Consumo excesivo de alcohol
Es bien sabido que el alcohol figura al frente de las causas conocidas de daño hepático. Al ingerirse, el hígado se encarga de metabolizarlo, pero cantidades altas saturan este proceso y conllevan la acumulación de productos tóxicos que lesionan las células hepáticas. La lesión progresa en distintas fases: primero, se acumula grasa en el hígado (hígado graso), fase reversible si se elimina el consumo. El consumo continuado deriva en hepatitis alcohólica - donde la inflamación y cicatrices comienzan a multiplicarse - y, con los años, puede desembocar en cirrosis, situación en la que la función hepática se ve seriamente dañada. La cirrosis resulta difícil de revertir, aunque abandonar el alcohol ayuda a no empeorar el cuadro. Incluso un consumo moderado, si se extiende en el tiempo o combina con otros factores de riesgo, puede pasar factura.
2. Dieta poco saludable y hábitos alimenticios desequilibrados
Una alimentación poco equilibrada es otra vía directa hacia el desarrollo de enfermedad hepática, incluso en ausencia de alcohol. El exceso de grasa puede acumularse en el hígado y originar la enfermedad hepática grasa asociada a disfunción metabólica (MASLD), también conocida como “hígado graso no alcohólico”. El exceso de peso, la obesidad abdominal, la hipertensión, la diabetes o el colesterol alto, aumentan el riesgo. Los alimentos ricos en grasas saturadas - carnes rojas, fritos, productos procesados - y en azúcares simples favorecen la acumulación de lípidos y el deterioro progresivo. Un estudio de 2018 encontró que quienes consumían más bebidas azucaradas presentaban un 40% más de riesgo de hígado graso. Por el contrario, una dieta rica en hortalizas, frutas, legumbres, cereales integrales y pescado puede prevenir —e incluso revertir— el avance de la enfermedad. La hidratación también importa: alrededor de ocho vasos de agua al día ayudan al hígado en sus funciones depurativas.

3. Abuso de analgésicos
El recurso frecuente a analgésicos como el paracetamol es habitual en dolores o fiebre. Aunque seguros en dosis adecuadas, el uso excesivo o combinado con alcohol puede ser letal para el hígado. Este órgano metaboliza el paracetamol, produciendo durante el proceso un subproducto tóxico, el NAPQI. Si las reservas de glutatión (la sustancia que neutraliza el NAPQI) se agotan, la sustancia ataca las células hepáticas y puede provocar insuficiencia aguda. Incluso pequeñas sobredosis incrementan el riesgo, por lo que conviene no superar las dosis recomendadas y consultar al médico ante la necesidad de uso frecuente.
4. Falta de actividad física
El sedentarismo es un factor ampliamente vinculado a la enfermedad hepática. La inactividad facilita el aumento de peso y la resistencia a la insulina, que elevan el riesgo de acumulación de grasa en el hígado. Estudios recientes demuestran que el ejercicio - aunque no implique gran pérdida de peso - reduce la grasa hepática y mejora el control de azúcar en sangre. Caminar a paso ligero 30 minutos, cinco días a la semana, contribuye a proteger la función hepática.
5. Tabaquismo
El tabaco contiene sustancias que dificultan el trabajo del hígado. Los ingredientes tóxicos presentes en el humo incrementan el estrés oxidativo y favorecen lesiones en los hepatocitos (las células principales del hígado), además de restringir el flujo sanguíneo y acelerar la formación de cicatrices. El tabaquismo eleva de forma significativa el riesgo de cáncer hepático. Cancer Research UK estima que el tabaco es responsable de alrededor del 20% de los cánceres de hígado en Reino Unido.
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