
Descubrir la manera de frenar el proceso de necrosis, una forma de muerte celular, podría convertirse en una de las vías más prometedoras para transformar el curso del envejecimiento humano y el futuro de los viajes espaciales. Así lo apunta una investigación encabezada por el University College London (UCL), la compañía farmacéutica LinkGevity y la Agencia Espacial Europea (ESA).
El estudio, publicado en la revista Nature Oncogene, explora el potencial de la necrosis - el momento en que las células mueren de forma inesperada debido a infecciones, lesiones o enfermedades - para cuestionar las visiones clásicas y resetear el enfoque en el tratamiento de patologías vinculadas a la edad avanzada. El trabajo reúne pruebas provenientes de la biología del cáncer, la medicina regenerativa, las enfermedades renales y la salud en el contexto espacial. El planteamiento expuesto por los autores es claro: la necrosis no representa solo el final del ciclo celular, sino que aparece como un motor del envejecimiento que podría convertirse en objetivo terapéutico.
La cura contra el envejecimiento
Desde el UCL Centre for Kidney & Bladder Health (Centro para la Salud Renal y de Vejiga), el doctor Keith Siew lo expresa con claridad: “Nadie quiere hablar sobre la muerte, ni siquiera sobre la muerte celular, quizá por eso se comprende tan poco su fisiología. Y, en cierto modo, la necrosis es muerte. Si mueren suficientes células, después mueren tejidos y, finalmente, nosotros. La cuestión es qué ocurriría si se pudiera pausar o detener la necrosis”.
La doctora Carina Kern, autora principal y directora ejecutiva de LinkGevity - una biotecnológica en el Babraham Research Campus de Cambridge e integrada en el programa NASA Space-Health -, recalca la importancia de abrir este campo: “La necrosis sigue siendo una de las últimas fronteras de la medicina, un hilo conductor común entre el envejecimiento, la enfermedad, la biología espacial y el propio avance científico”.
Las células, piezas básicas de la vida, pueden morir bajo distintos mecanismos. Las formas “programadas” de muerte celular resultan útiles y cumplen un papel de relevo y funcionalidad en los tejidos. Por el contrario, la necrosis, como muerte celular no programada, implica un proceso descontrolado y perjudicial, que provoca una degeneración sostenida y deterioro biológico.
El calcio se sitúa en el epicentro de este proceso. Actúa como un regulador esencial que decide qué funciones se activan o apagan en la célula. Lo habitual es que la concentración de calcio en el exterior celular supere entre diez mil y cien mil veces la del interior. Cuando este equilibrio se rompe, el calcio inunda la célula, provocando un cortocircuito que desemboca en caos. A diferencia de la muerte celular programada, en la necrosis las células se rompen y liberan moléculas tóxicas al entorno. Esto desata una cascada inflamatoria y compromete la reparación de tejidos, encadenando efectos que derivan en fragilidad y el inicio de enfermedades crónicas como la renal y cardíaca o el Alzheimer.

El doctor Siew lo plantea así: “Cuando una célula muere, no siempre es un proceso pacífico para las vecinas”. Según la doctora Kern, “la necrosis ha estado oculta a plena vista. Por ser la última fase de la muerte celular, muchas veces se ignoraba. Pero la evidencia señala que es mucho más que un final: es el mecanismo central a través del cual la degeneración sistémica no solo surge, sino que se propaga. Eso la convierte en un punto crítico que une muchas enfermedades. Si logramos intervenir en la necrosis, podríamos descubrir maneras completamente nuevas de tratar desde la insuficiencia renal hasta la enfermedad cardíaca, la neurodegeneración e incluso el envejecimiento”.
En el riñón, la necrosis tiene un impacto especialmente marcado y poco reconocido. Provoca enfermedad renal, que puede evolucionar hacia insuficiencia terminal y requerir trasplante o diálisis. Hacia los 75 años, cerca de la mitad de las personas desarrolla algún grado de enfermedad renal como parte del envejecimiento natural. “En la enfermedad renal no hay una única causa que explique la insuficiencia. Puede originarse por falta de oxígeno, inflamación, estrés oxidativo, acumulación de toxinas… Todos esos factores conducen finalmente a la necrosis, que inicia un bucle que escapa al control y culmina en el fallo renal. No podemos impedir todos esos factores, pero si se interviniese sobre la necrosis, el resultado sería Españael mismo”, afirma Siew.
El futuro de la exploración espacial
El equipo investigador apunta también hacia el espacio como uno de los escenarios donde interrumpir la necrosis podría marcar la diferencia. En el espacio, lejos de la protección de la Tierra, los astronautas sufren un envejecimiento acelerado y un mayor deterioro renal debido a la microgravedad y a la radiación cósmica. Un estudio reciente con participación de Siew indica que el riñón humano podría ser el gran obstáculo en misiones espaciales prolongadas.
La solución a este envejecimiento acelerado y a las complicaciones renales aparece como un reto esencial para que el ser humano explore el espacio profundo. “Dirigir la terapia hacia la necrosis podría transformar tanto la longevidad en la Tierra como abrir nuevas posibilidades a la exploración espacial. En el espacio, los mismos factores que provocan el envejecimiento en la Tierra se agravan por la radiación y la microgravedad, acelerando el declive”, explica Damian Bailey, profesor en la University of South Wales y presidente del Life Sciences Working Group de la ESA.
Kern añade: “En muchas enfermedades vinculadas a la edad - en órganos tan distintos como el pulmón, los riñones, el hígado, el cerebro y el sistema cardiovascular -, cascadas de necrosis impulsan la progresión. Esto se asocia a una cicatrización deficiente, inflamación y daño celular. Cada una de esas cascadas desencadena y amplifica la siguiente. Si se pudiera frenar la necrosis, aunque solo fuera de forma temporal, se cortarían estos ciclos en su origen, permitiendo que los procesos fisiológicos y la división celular se restablezcan… e incluso facilitando la regeneración”.
El artículo es resultado de una colaboración entre equipos médicos y científicos del UCL Division of Medicine, el Brigham and Women’s Hospital (afiliado a Harvard Medical School), la Mayo Clinic, el programa NASA Space-Health, el MRC Laboratory of Molecular Biology, la University of South Wales y la Agencia Espacial Europea.
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