
La curiosidad, entendida como combustible para la capacidad cognitiva, puede ser una aliada de nuestro cerebro llegada la vejez. Así lo sostiene un estudio internacional liderado por la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), en el que considera que ser curiosos es un factor importante para envejecer con éxito.
Según muestran los resultados publicados en la revista PLOS One, mantener el interés por aprender cosas nuevas puede ser un factor protector contra el deterioro cognitivo e incluso ayudar a prevenir enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, el tipo de demencia más común y que sufren 50 millones de personas en todo el mundo.
La investigación sugiere que los adultos mayores que conservan su deseo de adquirir conocimientos —especialmente sobre temas que les resultan relevantes o atractivos— podrían estar mejor preparados para enfrentar los desafíos cognitivos del envejecimiento. En cambio, la falta de curiosidad o un marcado desinterés por el entorno se ha relacionado con un mayor riesgo de desarrollar demencia.
Este hallazgo desafía estudios anteriores que afirmaban que la curiosidad disminuye con la edad. Alan Castel, psicólogo de la UCLA y autor principal del estudio, explicó que si bien la literatura psicológica ha documentado una caída en la curiosidad como rasgo general con el paso de los años, los investigadores comenzaron a notar un patrón distinto entre los adultos mayores que participaron en sus experimentos. “A menudo estaban muy comprometidos y mostraban un gran interés en aprender sobre temas como la memoria, o incluso trivialidades”, señaló.
A partir de esta observación, el equipo se centró en una distinción clave: la diferencia entre curiosidad como rasgo y curiosidad como estado. La curiosidad de rasgo es una característica estable de la personalidad; algunas personas tienden a ser curiosas por naturaleza. En cambio, la curiosidad de estado es puntual y depende del contexto: es la motivación momentánea que surge cuando algo despierta interés en un momento determinado. Por ejemplo, una persona puede no ser muy curiosa en general, pero mostrar gran entusiasmo por conocer detalles sobre historia, astronomía o jardinería.
Ser curiosos de nacimiento
Para estudiar ambos tipos de curiosidad, los investigadores encuestaron a más de 1.000 participantes de entre 20 y 84 años, con una edad promedio de 44. Primero evaluaron la curiosidad de rasgo mediante un cuestionario. Luego analizaron la curiosidad de estado, haciendo preguntas difíciles de trivial, como “¿cuál fue el primer país que otorgó el derecho al voto a las mujeres?” (la respuesta es Nueva Zelanda), y midieron el interés de los participantes por conocer la respuesta correcta.
El análisis reveló que, aunque ambas formas de curiosidad están correlacionadas, muestran trayectorias distintas a lo largo de la vida. La curiosidad de rasgo tiende a disminuir con la edad. Sin embargo, la curiosidad de estado mostró un patrón más complejo: cae en la adultez temprana, pero repunta después de la mediana edad y continúa creciendo durante la vejez.
Según Castel, esto puede estar relacionado con los cambios en las prioridades vitales. Durante la juventud y adultez media, muchas personas se enfocan en metas como estudiar, progresar en el trabajo, criar a los hijos o intentar comprar una casa. Esto requiere un nivel general alto de curiosidad, pero también implica altos niveles de estrés y presión. Al llegar la jubilación o cuando los hijos se independizan, las personas pueden enfocar su energía en intereses más específicos, lo que favorece la curiosidad de estado.
“Estos hallazgos respaldan nuestra teoría de la selectividad”, explicó Castel. “A medida que envejecemos, no perdemos el deseo de aprender, sino que nos volvemos más selectivos respecto a lo que queremos aprender”. De hecho, muchos adultos mayores optan por volver a estudiar, dedicarse a nuevos pasatiempos o explorar el mundo natural. “Este tipo de curiosidad puede mantenernos mentalmente activos y alerta a lo largo de los años”, añadió el investigador.
Además, investigaciones previas de Castel han demostrado que retenemos mejor la información que despierta nuestra curiosidad. En sus palabras: “A medida que envejecemos, quizá dejamos de prestar atención a lo irrelevante y enfocamos nuestra memoria en lo que realmente importa”. Así, mantener viva la curiosidad no solo alimenta el conocimiento, sino que podría ser una de las mejores formas de conservar la salud mental y emocional con el paso del tiempo.
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