
Rosalía se ha consolidado como una de las voces más innovadoras de la música global, no solo por su capacidad de reinventar el flamenco, sino por la importancia que concede a lo visual como parte inseparable de su obra. “No podría hacer música sin imaginarme cómo se ve”, repite como un mantra creativo que explica por qué cada uno de sus proyectos trasciende lo sonoro para convertirse en una experiencia sensorial completa.
Nacida en San Esteban Sasroviras, cerca de Barcelona, Rosalía encontró en el flamenco el punto de partida para su búsqueda artística. Durante sus años de formación en la Escola Superior de Música de Catalunya estudió el género con disciplina rigurosa, aunque siempre con la convicción de que la tradición no era un límite, sino un terreno fértil para la transformación. “Me obsesionaba entender el cante desde la verdad, no desde el virtuosismo”, recuerda en una entrevista con Elle.
“Lo importante es no traicionarte y no traicionar la emoción con la que nacen las canciones”, afirma la artista. Las referencias pueden ir desde una copla antigua hasta una tendencia estética de Tokio; lo que permanece es el ansia por transformar la tradición en algo que resuene hoy.
Formación, influencias e híbridos musicales

La influencia de grandes figuras como Camarón de la Isla y Enrique Morente se percibe tanto en la manera en la que frasea como en textos que exploran la pena y el deseo. Sin embargo, Rosalía también declaró: “Para mí, escuchar a Kate Bush o a Björk fue descubrir que podía haber otra forma de hacer pop, algo que no tuviera que ajustarse a lo que se esperaba en España”.
Su primer álbum, Los Ángeles (2017), realizado junto a Raül Refree, explora con austeridad la muerte y la tradición popular. “Quería que cada canción fuera como un susurro al oído, como un lamento en mitad de la noche”, manifestó. Este disco marcó la diferencia en la escena, mostrando una crudeza inusual en el panorama mainstream.
Con El Mal Querer (2018), Rosalía encarna la rebeldía de una heroína medieval. “Me obsesionaba la historia de una mujer que sobrevive al control y a la opresión”, relata sobre el concepto central. Aquí comienza la verdadera fusión de la oralidad flamenca con el trap y el pop electrónico: “No hay género que me dé miedo. Si siento que una base o una melodía encaja con lo que quiero contar, la uso”.

Motomami (2022) supuso otra revolución. Reguetón, jazz, bachata, autotune y referencias personales conviven en un álbum que ella define como “mi diario de estos años, donde me permití ser vulnerable y fuerte a la vez”. Respecto a la mezcla de géneros, es rotunda: “No hay radares, ni comunicación por radio, solo ganas de experimentar”.
El impacto global de una voz fronteriza
El ascenso internacional de Rosalía no se limita a los galardones. “El reconocimiento es bonito, pero lo fundamental es saber quién eres y a qué quieres dedicar tu tiempo”, explica, consciente de la presión externa. Su apuesta por la experimentación y el cruce de lenguajes —musicales y estéticos— la convierten en referente: desde colaboraciones con diseñadores y firmas de moda hasta vídeos conceptuales donde la memoria y la innovación conviven en cada plano.
“Lo visual me obsesiona tanto como lo sonoro. No podría hacer música sin imaginarme cómo se ve, cómo se siente en la piel”, le reconoce a Elle sobre su proceso creativo. Cada proyecto incorpora tecnología, coreografía y moda para darle un perfil sensorial y multisdisciplinar a su obra.

Lejos de las fórmulas comerciales, Rosalía prioriza un ritmo propio de trabajo: “Siempre digo que un disco no se termina, se abandona. Prefiero tomarme el tiempo necesario y sentirme satisfecha con lo que entrego, aunque la industria marque otros tiempos”.
Identidad artística y colaboraciones creativas
La identidad de Rosalía se refuerza a través de colaboraciones que van desde C. Tangana y Rauw Alejandro hasta artistas internacionales como Travis Scott. Sobre estas experiencias, admite: “Me gusta reunirme con músicos que vengan de otras tradiciones y ver qué ocurre cuando realmente nos escuchamos”.
En la escena visual, se describe como “un moodboard en carne y hueso”, una combinación de influencias y estados de ánimo que trascienden los géneros musicales. “La moda y la escenografía son otro canal para contar historias. A veces una tela habla antes que una nota”, asegura.

Sus vídeos, estilismos y conciertos se convirtieron en referencias internacionales que abren debate sobre identidad y apropiación, siempre desde el respeto a su herencia.
Las relaciones personales y profesionales dejan también huella en su música. Sobre la amistad con Penélope Cruz, nacida durante el rodaje de Dolor y gloria, la actriz le dedica palabras de admiración: “Rosalía tiene una voz y una fuerza únicas. Me emociona el modo en que deja huella en cada persona que la escucha”.
Al hablar de afectos y procesos íntimos, la artista es prudente: “Mi vínculo más fiel ahora mismo es con el piano. La música siempre está”.
El arte como encuentro de mundos
La propuesta de Rosalía es la evidencia de que pasado y futuro pueden convivir en el mismo compás. “No existiría lo que hago sin una tradición de la que aprender y nutrirme. No se trata de borrar la historia, sino de ampliarla”, sentencia la cantante catalana sobre su misión artística.
En un contexto que premia la rapidez y la fórmula, elige el riesgo y la paciencia. “La honestidad y la profundidad no entienden de modas ni de urgencia”, concluye, convencida de que la única brújula válida es la fidelidad a la creación.
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