A medida que los estudios de cine apuestan por revitalizar clásicos con nuevas fórmulas técnicas y discursivas, una creciente desconfianza del público sugiere que la estrategia de rehacer lo conocido podría estar perdiendo su efectividad. El caso reciente de Blancanieves, el nuevo remake en acción real producido por Disney, ilustra de forma elocuente los riesgos reputacionales y económicos de este modelo. El medio The Economist analizó las actuales tendencias de este formato.
En paralelo, la industria del entretenimiento enfrenta otro frente de controversia: la expansión del uso de obras protegidas por derechos de autor en el entrenamiento de sistemas de inteligencia artificial, sin autorización ni compensación, lo que provocó una respuesta pública sin precedentes de parte de artistas y creadores.

Una producción que no convence
Antes de su llegada oficial a los cines, el tráiler de Blancanieves ya había generado un rechazo abrumador. Publicado tres meses antes del estreno, acumuló más de un millón de “dislikes” frente a tan solo 60.000 likes en YouTube. Según varios usuarios que comentaron, “la nueva versión parece empeñada en degradar visualmente una obra de 1937, pese a contar con tecnología superior”.
El malestar generalizado no se limita a lo estético. Entre los elementos más criticados se encuentran los enanos, representados mediante efectos generados por computadora (CGI) luego de un debate sobre la corrección política de emplear actores con acondroplasia en esos roles. Disney optó por reemplazarlos por “criaturas mágicas”, decisión que fue recibida con escepticismo.
A esto se suman las declaraciones de la actriz Rachel Zegler, elegida para el papel principal, quien calificó la cinta original como “extremadamente anticuada” y acusó al príncipe de “literalmente acosar” a Blancanieves. Para muchos, que la propia protagonista desacredite el material de base constituye una transgresión inaceptable.
Mirar al pasado para rehacer el presente
Pese al traspié de Blancanieves, rehacer historias conocidas sigue siendo una apuesta habitual para los grandes estudios, que ven en ellas una ruta más segura hacia la rentabilidad. Sin embargo, de acuerdo con los datos analizados por The Economist a partir del sitio especializado The Numbers, se observa un cambio en la antigüedad de las obras elegidas para rehacer; entre 2020 y 2024, los remakes aumentaron el promedio con filmes de 35 años de antigüedad.

Este giro hacia materiales más antiguos sugiere un intento por apelar a la nostalgia intergeneracional, pero también expone las limitaciones de una industria que parece estar agotando sus fuentes más inmediatas. En algunos casos, esta búsqueda en el pasado más lejano puede contribuir a renovar intereses del público. En otros, puede provocar resistencia cuando se modifica el contenido original.
Los efectos de un remake
Para entender los factores detrás del éxito o fracaso de estas producciones, The Economist analizó 200 remakes lanzados desde 1995, todos con un mínimo de 5.000 calificaciones en IMDb. De ese estudio surgen tres hallazgos clave:
- Los efectos especiales de última generación no bastan por sí solos: su uso debe ser cuidadoso. Entre los veinte remakes peor valorados, la mitad son películas de terror que abusan de efectos poco convincentes. El caso de The Fog (2005), remake del clásico de John Carpenter, se cita como ejemplo: reemplazó la tensión original con sobresaltos baratos.
- El género de la comedia es el más difícil de rehacer. Los remakes cómicos, en promedio reciben una puntuación 1,5 puntos más baja (sobre 10) que sus originales en IMDb. Además, son los que peores resultados tienen en taquilla.
- Los mejores remakes provienen de materiales extranjeros. Desde 1995, un tercio de los remakes más exitosos tienen esa característica, incluyendo seis de los diez mejor valorados. De hecho, las únicas dos películas que ganaron el Oscar a Mejor Película siendo remakes —The Departed (2006) y CODA (2021)— adaptan filmes internacionales.
Con estos pilares, la próxima comedia de ciencia ficción Bugonia, protagonizada por Emma Stone, ilustra esta línea: es una versión anglófona de una obra surcoreana, y se espera menos resistencia del público por el escaso conocimiento de la original.

Defensa de los derechos de autor
La industria cultural también enfrenta un desafío estructural. Cientos de figuras del cine, televisión y música firmaron recientemente una carta abierta dirigida a la Oficina de Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca, en respuesta a declaraciones de OpenAI y Google que justifican entrenar modelos de inteligencia artificial con obras protegidas por derechos de autor, sin necesidad de pedir permiso ni pagar compensaciones.
Entre los firmantes figuran nombres destacados como Guillermo del Toro, Chris Miller, Paul McCartney, Ava DuVernay y Taika Waititi, entre muchos otros. El documento plantea un intento de socavar normas, por parte de las de empresas tecnológicas cuyo valor depende de modelos entrenados con contenidos ajenos.
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