
Por décadas, Pink Floyd fue una de las bandas más influyentes en la historia del rock. Pero su legado se construyó con álbumes icónicos como The Dark Side of the Moon o The Wall, y con las profundas tensiones internas que terminaron por dividir al grupo.
El conflicto entre David Gilmour y Roger Waters fue más allá de la música y se convirtió en una batalla de egos, poder y derechos sobre el nombre de la banda. Hoy, cualquier posibilidad de reconciliación parece imposible, informa Far Out.
El inicio de Pink Floyd y la transformación de su sonido
Fundada en 1965 por Syd Barrett, Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright, Pink Floyd se consolidó como una banda innovadora dentro de la psicodelia británica.
Barrett, su líder inicial y compositor principal, influyó fuertemente en el sonido de los primeros años del grupo. Sin embargo, su inestabilidad emocional y problemas de salud mental lo alejaron de la banda, lo que llevó a la llegada de David Gilmour como reemplazo.
Tras la salida de Barrett, Gilmour y Waters intentaron continuar con un estilo similar, pero pronto comprendieron que no eran el mismo tipo de músicos.
Tras un período de experimentación con resultados desiguales, Pink Floyd se reinventó y se enfocó en álbumes conceptuales de larga duración, lo que les permitió trascender las radios convencionales y marcar una nueva era en la música.
Éxito y tensiones: el ascenso de Waters y la fractura del grupo

El lanzamiento de The Dark Side of the Moon en 1973 marcó un hito en la historia del rock, consolidando a Waters como el principal arquitecto creativo de la banda. La tendencia se acentuó con The Wall (1979), un álbum donde el bajista tomó el control casi absoluto de la dirección artística.
Sin embargo, mientras Pink Floyd alcanzaba la cima, las relaciones entre sus miembros se deterioraban. Waters ejercía un liderazgo cada vez más dominante, lo que generó conflictos con Gilmour y el resto de la banda.
Esto llevó a la eventual salida de Richard Wright durante la grabación de The Wall y a una creciente tensión que haría inevitable la ruptura.
La batalla legal por el nombre de Pink Floyd
En 1985, Roger Waters tomó la decisión de abandonar la banda, convencido de que sin él, Pink Floyd dejaría de existir. Sin embargo, para su sorpresa, David Gilmour y Nick Mason decidieron continuar bajo el mismo nombre, lo que llevó a una larga disputa legal.
Waters intentó impedir que sus excompañeros siguieran usando el nombre de la banda, pero un fallo judicial determinó que Pink Floyd era una entidad legal con valor comercial, por lo que podía seguir existiendo sin su presencia. Este desenlace hirió profundamente el ego de Waters y profundizó la distancia entre él y Gilmour.
Gilmour y Waters: una enemistad sin retorno
Desde entonces, ambos músicos mantuvieron una relación marcada por la hostilidad. David Gilmour declaró abiertamente que Roger Waters hizo cosas imperdonables, y que la honestidad no es un principio que el bajista respete en su afán por el poder.
Según Gilmour, el verdadero motivo del conflicto fue que Waters intentó apropiarse del legado de la banda, planeando giras donde su nombre aparecía en grande junto a “Pink Floyd”, en un intento por capitalizar la marca sin el resto de los miembros originales.
Aunque el tiempo permitió reuniones esporádicas —como en el concierto de Live 8 en 2005, donde tocaron juntos por primera vez en más de dos décadas—, la relación entre Gilmour y Waters sigue rota. La posibilidad de una reconciliación, como sugirieron algunos fanáticos, parece ser solo una utopía.
El legado de una banda marcada por el conflicto

A pesar de sus diferencias irreconciliables, nadie puede negar la grandeza de Pink Floyd. Tanto Waters como Gilmour continuaron con carreras exitosas en solitario, pero la sombra de la banda siempre los acompañó.
La historia de Pink Floyd es un testimonio de cómo la genialidad y el conflicto pueden ir de la mano, creando algunas de las obras más memorables de la música contemporánea.
Hoy, más que una disputa entre músicos, la rivalidad entre Gilmour y Waters es un reflejo de la lucha por el control de una de las bandas más influyentes de la historia.
Y, como en sus mejores álbumes, el final de esta historia sigue siendo un eco de la grandeza y las tensiones que definieron a Pink Floyd.
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