El célebre director Quentin Tarantino construyó su carrera con un estilo inconfundible, donde la cinefilia y la narrativa se entrelazan en cada diálogo afilado y cada secuencia visualmente impactante.
Sin embargo, pocos saben que su primera incursión en la escritura nació de un flechazo infantil: su enamoramiento de la actriz Tatum O’Neal, a quien vio en La pandilla de pícaros (1976), informó Far Out.
Un amor platónico que lo llevó a escribir
Durante una entrevista en 2003 con el guionista y director Brian Helgeland (Revancha), Tarantino recordó cómo, a los 11 o 12 años, quedó completamente cautivado por O’Neal.
“Me enamoré perdidamente de ella”, confesó, aunque admitió que le avergüenza la intensidad con la que lo sintió en ese momento.

A diferencia de la mayoría de los niños que simplemente suspiran por una estrella de cine, Tarantino decidió plasmar su fascinación en papel.
Así comenzó a escribir un guion para un especial televisivo de ABC Afterschool, en el que imaginaba un encuentro ficticio con O’Neal.
En su versión, la actriz aparecía bajo el nombre de Somerset O’Neal, y su yo ficcional lograba conocerla mediante “conspiraciones y mentiras”. Como era de esperarse, la O’Neal ficticia quedaba impresionada con él.
A pesar de su entusiasmo, Tarantino nunca terminó la historia. “Escribí las primeras 20 páginas y luego lo abandoné”, reveló. Pero aquella experiencia encendió en él la pasión por escribir guiones, un camino que ya no abandonaría.
Los inicios de un talento único

Desde entonces, Tarantino dedicó la mayor parte de su tiempo escolar a la escritura, lo que provocó preocupación en sus maestros.
En particular, una de sus profesoras alertó a su madre, advirtiendo que su hijo estaba descuidando sus tareas escolares por estar siempre escribiendo guiones de películas.
Su madre, en lugar de alentarlo, reaccionó con dureza. En un momento de enojo, le dijo: “Esta pequeña carrera tuya como escritor se acabó”.
Estas palabras marcaron profundamente al joven Quentin, quien, indignado por la falta de apoyo, tomó una decisión drástica: prometió que nunca le compraría una casa a su madre, a diferencia de lo que hizo Elvis Presley con la suya.
“Hasta el día de hoy, no le he comprado una casa a mi madre. ¡Y nunca lo haré!”, afirmó décadas después.
De un guion infantil a Hollywood
Tarantin probó que su “pequeña carrera” no había terminado, convirtiéndose en uno de los cineastas más influyentes de su generación.
Su talento para los diálogos y su conocimiento enciclopédico del cine le dieron notoriedad con Perros de la calle (1992) y Tiempos violentos (1994). Además, sus guiones fueron llevados al cine por otros directores, como:
- La fuga (Tony Scott, 1993).
- Asesinos por naturaleza (Oliver Stone, 1994)
- Del crepúsculo al amanecer (Robert Rodríguez, 1996).
Quizás aquel primer guion nunca se concretó, pero marcó el comienzo de un estilo narrativo en el que Tarantino siempre jugó con la idea de la ficción dentro de la realidad.
En sus películas, los personajes reescriben sus propias historias, como en Érase una vez en Hollywood (2019), donde la fantasía altera los hechos históricos.
Tal vez, sin saberlo, el joven Quentin ya estaba explorando esa dinámica al imaginarse a sí mismo en un universo alternativo donde su amor platónico se hacía realidad, un reflejo temprano de la creatividad que definiría su obra.
Este episodio también revela una constante en la vida y obra de Tarantino: su impulso por transformar la realidad a través del cine.
Desde niño, encontró en la escritura una vía para materializar sus obsesiones y deseos, un rasgo que más tarde definiría su filmografía.
Sus películas, llenas de referencias y homenajes, son el reflejo de una mente que siempre vio el cine como entretenimiento, y como un espacio donde cualquier historia, por improbable que parezca, puede hacerse realidad.
En retrospectiva, lo que para su madre fue una distracción, resultó ser el inicio de una carrera que redefiniría el cine contemporáneo.
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