
En un mundo donde la nostalgia es un negocio rentable y el público anhela tiempos más simples, David Bowie se erige como un símbolo de la exploración constante.
Mientras muchos artistas de su generación se refugiaban en recuerdos de épocas doradas, Bowie se resistió a la comodidad del pasado y abrazó una visión futurista que lo llevó a reinventarse una y otra vez.
Su búsqueda incesante de innovación lo llevó a Berlín en los años 70, donde encontró en la música electrónica alemana la clave para su siguiente gran transformación artística, informó Far Out.
Del espacio a Berlín: la evolución de Bowie
Bowie irrumpió en la escena musical en un momento en que el mundo miraba hacia las estrellas.
La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, junto con el auge del futurismo en el arte y la tecnología, influyó en sus primeros trabajos.
En 1969, lanzó Space Oddity, un himno perfecto para la era espacial que marcaría su primera gran conexión con lo desconocido. Poco después, consolidó su imagen como un ser de otro mundo con su personaje de Ziggy Stardust, acompañado por The Spiders from Mars.
Sin embargo, para un artista con una aversión al estancamiento como Bowie, mantener un personaje demasiado tiempo era una sentencia creativa.
Tras la consagración de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), decidió eliminar a Ziggy y comenzar de nuevo.
Fue así como, en el verano de 1976, se trasladó a Berlín, buscando tanto una nueva inspiración musical como una manera de alejarse de las adicciones que lo consumían en Los Ángeles.
La revolución sonora: Kraftwerk, Can y Neu

Berlín en los años 70 era un hervidero de creatividad. En una ciudad dividida, con la Guerra Fría como telón de fondo, surgieron nuevas corrientes artísticas que cuestionaban los límites tradicionales de la música.
Fue en este ambiente donde Bowie se encontró con una escena electrónica emergente que cambiaría su forma de componer.
Uno de los primeros discos que captó su atención fue Autobahn (1974) de Kraftwerk. “Tuve una importación de Autobahn en los Estados Unidos, probablemente en el año en que salió, 1974”, confesó en una ocasión.
“Me enganché tanto con esta banda: ¿Quiénes son? ¿Con quién están conectados?” Fascinado por sus sintetizadores minimalistas y su estética robótica, Bowie decidió mudarse a Alemania para sumergirse en este universo sonoro.
Pero Kraftwerk fue solo la puerta de entrada. En Berlín, descubrió a otras bandas pioneras del krautrock como Can, Neu y Tangerine Dream. “Pensé: ‘Vaya, vi el futuro y suena así’. Tenía muchas ganas de participar en la batalla”, recordaría después.
El impacto de la música alemana en la obra de Bowie
La influencia de estos grupos fue determinante en su trilogía berlinesa: Low (1977), “Heroes” (1977) y Lodger (1979). En estos álbumes, Bowie exploró con sintetizadores, estructuras minimalistas y ambientes sonoros que reflejaban la frialdad y la experimentación de la música alemana. Junto a Brian Eno, Bowie llevó el rock a un nuevo territorio, fusionando elementos electrónicos con su propio instinto melódico.
Este legado se extendió hasta los años 80, donde su inclinación por los sonidos sintéticos quedó plasmada en Scary Monsters (1980) y en la producción de su mayor éxito comercial, Let’s Dance (1983). Incluso en su etapa menos comprendida de los años 90, cuando incursionó en el drum-and-bass con Earthling (1997), se pueden rastrear las raíces de su fascinación por la electrónica alemana.
Bowie, el visionario eterno

La obsesión de Bowie por la innovación no siempre le aseguró éxitos comerciales, pero sí cimentó su reputación como un artista adelantado a su tiempo. Su viaje a Berlín revitalizó su carrera, redefiniendo el rumbo del rock y la música electrónica. Su capacidad para absorber nuevas influencias y transformarlas en algo propio lo convirtió en un pionero incansable.
Hoy, cuando escuchamos la música de Kraftwerk, Can o Neu, oímos a bandas que marcaron una época, y la chispa que encendió una de las reinvenciones más audaces de la historia del rock. Y en ese cruce de caminos, en una Berlín dividida y en plena efervescencia artística, Bowie vio el futuro. Y sonaba exactamente así.
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