
El nombre de Zucchero es sinónimo de autenticidad y perseverancia en el mundo de la música.
Con más de 60 millones de discos vendidos y una carrera que abarca colaboraciones con gigantes como Eric Clapton, Sting y Miles Davis, este “chico de campo” nacido en Reggio Emilia logró mantenerse relevante durante décadas en un mercado cada vez más acelerado, destaca Vanity Fair.
A sus casi setenta años, Zucchero enfrenta un nuevo desafío con el lanzamiento de Discover II, una colección de versiones y reescrituras de clásicos que, según afirma, busca probarse a sí mismo al reinterpretar canciones que considera “intocables”.
De los campos nevados a los escenarios internacionales
En el corazón de Milán, una ciudad que representa el epicentro de la industria discográfica italiana, Zucchero reflexiona sobre sus orígenes y su recorrido.
Nacido en un entorno rural, su infancia transcurrió entre campos nevados y gallinas, lejos del bullicio de las grandes urbes. Su traslado a Forte dei Marmi durante la adolescencia no respondió a la búsqueda de lujo, sino a las limitaciones económicas de su familia, que ansiaba mejores oportunidades.
Desde sus primeros días, Zucchero aprendió a observar el mundo con la paciencia de quien creció bajo la disciplina del campo: sembrar, cosechar y esperar.
Un comienzo lleno de obstáculos

El camino hacia el éxito no fue sencillo. Cuando Zucchero llegó a Milán para buscar fortuna, descubrió un mundo competitivo y cerrado.
En sus inicios, soñaba con ser autor, convencido de que esa era una meta más alcanzable que convertirse en cantante. Sin embargo, las puertas que tocaba parecían cerrarse constantemente.
“Claramente no me querían”, recuerda. Las discográficas lo elogiaban, pero pedían cambios interminables que minaban su confianza.
Paralelamente, en la Toscana, Zucchero seguía tocando en pequeños escenarios, hasta que, casi por accidente, tomó el micrófono cuando el vocalista de su grupo tuvo un desacuerdo con su novia. Esa noche descubrió una voz que, con el tiempo, se convertiría en su sello distintivo.
Su primer álbum, Un po’di Zucchero (1983), fue un reflejo de la lucha entre su autenticidad y las expectativas del mercado.
Bajo las órdenes de Polydor, tuvo que abandonar el blues y suavizar su voz, decisiones que lo hicieron irreconocible. “Me convirtieron en uno más, pero no era yo”, admite.
A punto de rendirse, la fortuna tocó a su puerta en 1984, cuando un joven productor decidió darle una última oportunidad, permitiéndole grabar con total libertad creativa. Así nació Zucchero & The Randy Jackson Band, un disco que marcó el inicio de su identidad musical.
Los retos de los artistas jóvenes y el mercado actual
Zucchero reflexiona sobre los desafíos que enfrentan los artistas jóvenes en la actualidad. A diferencia de su época, cuando las discográficas permitían a los músicos desarrollar su talento a lo largo de varios álbumes, hoy el mercado quema a los artistas con una velocidad vertiginosa.
“Los artistas jóvenes colapsan emocionalmente porque no logran ascender”, opina. Según él, las métricas digitales desplazaron la importancia de la calidad musical, y los parámetros de éxito están determinados por las redes sociales y el streaming, más que por la venta de discos físicos.
El desafío de reinterpretar leyendas
Sin embargo, Zucchero no se detiene en la nostalgia. Con Discover II, busca explorar su capacidad para reinterpretar canciones legendarias como Knockin’ On Heaven’s Door de Bob Dylan, adaptada con un arreglo inspirado en Morricone.
Cada elección de este álbum es un acto de desafío, no solo hacia el público, sino hacia sí mismo. “Quiero ver lo bueno que soy para hacerlas mías”, confiesa.
Además, Zucchero resalta el valor de las colaboraciones en su carrera. Desde su encuentro fortuito con Paul Young en Londres, que dio lugar a la versión en inglés de Senza una donna, hasta su reciente trabajo con el rapero italiano Salmo, Zucchero encontró en estas alianzas una fuente constante de inspiración.
“Los más grandes son siempre humildes”, comenta, aludiendo a su admiración por artistas internacionales que, pese a su fama, mantienen una actitud pragmática y colaborativa.
La música como puente cultural

El mercado internacional fue siempre un terreno fértil para Zucchero. Su música, cantada en italiano, combina un idioma melódico con un sonido que dialoga con las raíces musicales de otras culturas.
Esto, según él, le otorga un toque “exótico” y familiar que resuena especialmente en países como Inglaterra y Estados Unidos.
A pesar de las críticas sobre apropiación cultural, Zucchero defiende la música como un espacio de intercambio.
“La música es así, incluso la de los Rolling Stones ya era de otros”, argumenta. Para él, la honestidad con la que aborda sus influencias es lo que define su autenticidad.
Zucchero planea comenzar en 2025 un nuevo álbum, esta vez sin versiones, como un esfuerzo por demostrar que sigue siendo capaz de crear. “Lo mejor sería envejecer bien haciendo música, sin volverse ridículo ni nostálgico”, concluye.
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