
En el corazón de Greenwich Village, Nueva York, en una calle 8 que poco conserva de la contracultura que vibraba en los años 60, una discreta puerta de bronce lleva a un espacio que desafió su tiempo y permanece como legado eterno del genio de Jimi Hendrix, los Electric Lady Studios.
Fundado en el verano de 1970, apenas meses antes de su prematura muerte, este icónico lugar no es solo un estudio de grabación; es el reflejo del espíritu innovador del guitarrista que revolucionó el rock.
Según Guitarist, la historia de Electric Lady Studios comenzó con una idea completamente distinta. Hendrix, amante de las improvisaciones y los ambientes bohemios, imaginó un club nocturno donde pudiera tocar y socializar con otros músicos.
Inspirado por sus experiencias en el Generation Club, planeó un espacio que capturara la libertad creativa de los años 60.
Sin embargo, Eddie Kramer, su ingeniero de confianza, propuso un cambio radical: transformar el lugar en un estudio de grabación.

La razón era práctica. Hendrix estaba gastando enormes cantidades de dinero en estudios externos, como el Record Plant, y tener un espacio propio permitiría no solo economizar, sino también crear en un ambiente hecho a su medida.
El plan no estuvo exento de desafíos. El sitio original estaba plagado de problemas estructurales, desde daños en la infraestructura hasta la presencia de agua subterránea.
Hendrix tuvo que solicitar un préstamo de 300.000 dólares a Warner Brothers para finalizar la construcción. Con todo en contra, el proyecto se completó, dando vida a una de las instalaciones de grabación más legendarias de Nueva York.
Un espacio diseñado para la genialidad
Con la dirección del joven arquitecto John Storyk, Electric Lady Studios se convirtió en un espacio sin precedentes, descrito por Kramer como una “nave espacial psicodélica”.
Sus paredes fueron revestidas con alfombras de colores vivos y su iluminación teatral permitía a Hendrix ajustar los tonos para inspirarse: “Quiero verde, aquí, púrpura, allá”, solía decir.
Pero más allá de lo estético, el diseño del estudio ofrecía innovaciones acústicas. El techo inclinado y las zonas diferenciadas de sonido en la sala principal permitieron crear grabaciones que capturaban tanto la fuerza como la sutileza de los instrumentos.
Además, fue uno de los primeros estudios en contar con una consola de 24 pistas, lo que amplió las posibilidades técnicas de las grabaciones de Hendrix.

El control room (sala de control), espacioso y acogedor, se diseñó pensando en el guitarrista. Allí, con un largo cable, Hendrix podía tocar directamente mientras escuchaba el sonido amplificado en los grandes altavoces.
Era un entorno único que fusionaba comodidad, tecnología avanzada y un ambiente que respiraba creatividad.
Electric Lady Studios no fue solo un espacio físico, sino el escenario del último estallido creativo de Hendrix. En solo diez semanas, grabó temas emblemáticos como Dolly Dagger, Freedom y Night Bird Flying.
La atmósfera del estudio alimentó una energía palpable en las sesiones, donde Hendrix, junto a Mitch Mitchell (batería) y Billy Cox (bajo), lograron un nivel de conexión extraordinario.
Los procesos creativos eran intensos. Cada tema requería múltiples overdubs (sobregrabaciones), mezclas complejas y una atención al detalle que reflejaba la obsesión de Hendrix por alcanzar el sonido que tenía en mente.
“Su energía era inagotable, y el estudio se convirtió en su lugar de juegos musicales”, recordó Kramer.
Aunque Hendrix solo disfrutó de Electric Lady Studios por un breve periodo antes de su muerte en septiembre de 1970, su presencia aún se siente en el lugar.
Artistas que han grabado allí, desde Stevie Wonder hasta Radiohead, reportan una energía especial que atribuyen al espíritu del guitarrista.
El estudio, que sigue en funcionamiento, se ha convertido en un símbolo de innovación musical y creatividad sin restricciones.
Representa no solo el último sueño de Hendrix, sino también un testimonio de lo que se puede lograr cuando la visión artística desafía los límites.
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