
Este jueves 11 de septiembre 1,2 millones de docentes en todo el país celebran el Día del Maestro. El contexto de la fecha es complejo: el salario se encuentra en el nivel más bajo de los últimos 20 años, las escuelas están atravesadas por la creciente violencia –como lo mostró el episodio del miércoles en Mendoza–, y el prestigio de la profesión está golpeado, mientras se exige a los docentes que se hagan cargo de un repertorio de problemas que abarcan desde las autolesiones de adolescentes hasta los accidentes de tránsito, las apuestas online o el consumo de alcohol.
“La docencia es el corazón del sistema educativo, pero hoy está en jaque en buena parte del mundo”, sostienen Cecilia Veleda, Esteban Torre y Carla Paparella en un informe que acaba de publicar CIPPEC sobre la situación de la profesión y la agenda de políticas necesarias para fortalecerla. El documento plantea que la política educativa de la Nación y las provincias debe poner en el centro a los maestros “no para priorizarlos frente a los estudiantes o sus familias, sino porque de ellos depende cómo late cada aula cada día”.
A nivel global hay preocupación por la disponibilidad de docentes: según datos de Unesco, entre 2015 y 2022 la tasa de abandono de la profesión casi se duplicó entre los docentes de primaria, al pasar de 4,6% a 9%. El tema ocupó el centro de la agenda en la reciente Cumbre Mundial de Docentes realizada en Santiago de Chile y se expresa no solo en abandono temprano de la profesión, sino también en el burnout, el ausentismo y la falta de candidatos suficientes para ocupar los cargos.
“Las mejoras educativas necesarias solo podrán encararse fortaleciendo a los docentes”, afirman Veleda, Torre y Paparella. Sin embargo, de su informe se desprende un panorama crítico a nivel nacional. Al analizar la evolución del salario de bolsillo de una maestra de grado de jornada simple con 10 años de antigüedad (el “cargo testigo”), se observa que en 2024 el sueldo docente fue el más bajo de los últimos 20 años, por debajo de las cifras de 2005, que en aquel momento motivaron la sanción de la Ley de Financiamiento Educativo, de acuerdo con datos analizados por el economista Alejandro Morduchowicz.

Los últimos 20 años muestran dos etapas diferenciadas: un período de crecimiento entre 2005 y 2015 –cuando el salario docente alcanzó su pico–, y una caída de 2016 en adelante, con un descenso inédito en 2024. En el deterioro se superponen las responsabilidades de las provincias y de la Nación, que en febrero de 2024 eliminó el Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID), un componente salarial para todos los docentes del país que significaba entre el 8% y el 15% de los sueldos, según la provincia.
Hoy los salarios docentes son financiados íntegramente por las provincias, mientras que la Nación no solo canceló el FONID sino que desde mayo de 2025 también se desentendió de la paritaria nacional, la mesa donde se fija el piso salarial de los maestros para todo el país (aunque sí se preservó el poder de vetar los acuerdos). El informe de CIPPEC resalta que hay grandes disparidades salariales entre las provincias y menciona que, según datos de diciembre de 2024, el sueldo ajustado por poder de compra de los docentes de Santiago del Estero o Salta era casi un 50% más alto que en Entre Ríos, Chubut, provincia de Buenos Aires o Catamarca.
En marzo de 2025, el salario bruto promedio del “cargo testigo” era de $910.943 por una jornada simple, por debajo del valor de la canasta básica total para un hogar de cuatro integrantes, que ascendía a $1.100.266. La cifra se vuelve aun más severa al considerar que casi la mitad de los docentes (48,5%) son jefes de hogar. En primaria, 9 de cada 10 docentes (92,4%) son mujeres: los autores del informe resaltan que las maestras sufren una “doble invisibilidad”, que abarca las tareas de cuidado y el trabajo educativo –planificación, preparación de clases y corrección– que realizan en sus casas.
La pérdida de autoridad
“La comparación internacional y con otras profesiones muestra que los docentes argentinos están en una posición de desventaja, lo cual refleja el débil estatus social de la profesión”, advierten Veleda, Torre y Paparella. El deterioro del salario no es el único factor que hoy desalienta el ejercicio de la profesión.
Entre otras variables, los autores del informe mencionan también el déficit de infraestructura de las escuelas, junto con el “escaso margen para la colaboración entre pares, un clima de trabajo problemático, escenarios de violencia y el trabajo en múltiples escuelas (sobre todo en el nivel secundario)”. Además, los docentes deben lidiar con demandas sociales crecientes que exceden su rol pedagógico, mientras ven erosionados su prestigio social y su autoridad para enseñar.
Los docentes señalan que el desprestigio –promovido con frecuencia desde el poder y funcional al deterioro salarial– no es un problema meramente simbólico, sino que tiene consecuencias concretas en las aulas.
“Quienes nos gobiernan muchas veces transmiten –explícita o implícitamente– un discurso de desvalorización u hostilidad hacia el sector educativo. Esa mirada se reproduce en las familias y termina llegando al aula: niños y padres que insultan, agreden o no valoran el trabajo docente”, describe Marina Zamora, maestra de primaria en una escuela rural de Mendoza. “En este escenario, enseñar se vuelve mucho más complejo, porque sin reconocimiento ni autoridad pedagógica se resiente la posibilidad de construir vínculos de confianza y condiciones para el aprendizaje”, explica Zamora.
La autoridad pedagógica no se adquiere individualmente a través de capacitaciones, sino que surge de una trama institucional y colectiva: es la escuela la que sostiene la autoridad del docente, afirma Anabella Díaz, profesora de Lengua y Literatura y formadora de docentes en Córdoba. “Cuando se habla de autoridad pedagógica, se suele poner la lupa solo en el aula, en el vínculo con los estudiantes. Pero esa relación necesita estar sostenida por la autoridad institucional”, argumenta Díaz.
“No es la clase la que genera autoridad pedagógica, sino la escuela. Mi tarea tiene sentido por el lugar donde sucede. Más allá de la calidad del docente –que, por supuesto, es fundamental–, lo que le da peso a la práctica es estar dentro de una escuela. ¿Pero qué pasa si ese lugar que me otorga autoridad está desmoronándose? Es como entrar a una casa en ruinas y esperar que no te caiga un ladrillo en la cabeza”, describe Díaz.
Cualquier proyecto de reforma educativa está condenado a fracasar si no contempla el fortalecimiento del rol docente, asegura el informe de CIPPEC. Las educadoras consultadas por Infobae coinciden. “Reconstruir la autoridad pedagógica es clave si queremos una educación de calidad y con logros significativos. Estamos frente a una sociedad que ya no confía en la escuela. El lugar del docente perdió prestigio”, sostiene Marina Bertone, maestra de primaria en una escuela parroquial bonaerense.
A contramano de los discursos que postulan que hoy la tarea es más sencilla por la disponibilidad de tecnología o el eventual apoyo de la inteligencia artificial, Bertone destaca la creciente complejidad de la docencia. Citando a Andrea Alliaud, afirma: “Se trata de un trabajo artesanal que requiere de gran profesionalismo. La idea de aula homogénea ya no existe, hoy se habla de trayectorias individuales. Esto ubica al docente ante la tarea compleja de atender la heterogeneidad: se espera que podamos intervenir con estrategias específicas para generar puentes que permitan a cada estudiante avanzar en sus aprendizajes”.

El exceso de demandas
Los ataques o el desprecio hacia la profesión docente conviven con otro fenómeno: la sobrecarga de expectativas y obligaciones que recaen sobre la escuela, y que abarcan desde la salud mental de los chicos hasta las situaciones de violencia familiar, la educación financiera, los intentos de suicidio y el uso de las redes sociales.
“Actuamos como asistentes sociales, psicólogos, enfermeros, secretarios administrativos o incluso responsables de la alimentación de los alumnos”, indica Zamora. Esas demandas desdibujan el rol pedagógico y reducen el tiempo disponible para enseñar: “Al final, lo que se pierde es lo esencial: leer, escribir, aprender matemática, construir conocimiento”, sostiene la docente.
Díaz coincide al señalar que el exceso de proyectos, festivales, ferias, jornadas y campañas –promovido desde la política educativa– termina reduciendo el tiempo para enseñar: “La tarea docente se ha vuelto una suerte de búsqueda del ‘huequito’ para poder dar clase y desarrollar contenidos. El exceso de demandas genera una sobrecarga laboral y termina impactando en lo que más queremos cuidar: la enseñanza”. La docente cuestiona la necesidad de la “pirotecnia” escolar –los eventos que interrumpen la continuidad de las clases– y advierte: “Esa especie de espectáculo permanente erosiona el vínculo pedagógico entre estudiantes y docentes”.
“Por un lado, hay una destitución y desautorización de las escuelas y de los docentes respecto del trabajo que hacen. Es decir, los docentes aparecen como personas brutas, incultas, que cometen errores, que solo saben adoctrinar, que no están actualizados. Se habla de la escuela como una institución obsoleta, que no se adecua a los tiempos, que no educa para el futuro”, analiza Viviana Postay, profesora de secundaria en Córdoba y formadora de docentes y directores.
Por otro lado, advierte Postay, esa desautorización convive con “una sobrecarga de demandas en la que parecería que la escuela es la única que puede solucionar todos los problemas del país”. Postay continúa: “Ese juego perverso, donde yo te quito autoridad, digo que no servís para nada, que quedaste anticuado, y al mismo tiempo te hago responsable de todo lo que les pasa a nuestros chicos, es tremendo. Más aún cuando te quité todas las herramientas para poder impactar en la vida de esos chicos”.
El sentido de enseñar
En medio de un escenario crítico para la profesión, el Día del Maestro sigue siendo una fecha que recupera el orgullo de educar. ¿Qué es lo que sostiene, pese a todo, a quienes ejercen la tarea con compromiso y convicción?
Para muchos docentes, las respuestas están en las aulas y tienen nombre y apellido. “Son los estudiantes y sus realidades quienes sostienen y dan sentido a nuestra tarea. Es por ellos, que, a pesar de muchas circunstancias, todos los días vamos a la escuela, nos capacitamos, buscamos estrategias y alternativas que mejoren nuestras prácticas. Invertimos horas de vida que van más allá de la relación laboral, en esa tarea de abrirles caminos, despertar inquietudes, ayudarlos a pensar, a ser críticos, encender esa chispa capaz de encontrar, a través de la realización personal, la felicidad”, afirma Ana María Stelman, maestra de primaria de La Plata y finalista del Global Teacher Prize en 2021.
“Los maestros somos un refugio para muchos niños y niñas que buscan en la escuela esa luz de esperanza capaz de guiarlos hacia un futuro más digno. Las familias encuentran en la escuela un espacio de escucha y contención, donde pueden expresar sus frustraciones y las injusticias que sufren, compartir dudas y alegrías. Saben que allí sus hijos tienen la posibilidad de acceder a la movilidad social, garantía de crecimiento personal”, expresa Stelman.

Marina Zamora tiene 30 años y una extensa carrera por delante. Para ella, el sentido de la profesión también subsiste en el aula: “Ahí, en el contacto cotidiano con los estudiantes, se renueva la convicción de que enseñar transforma vidas”. Zamora relata escenas de aprendizaje: cuando un niño se anima por primera vez a leer en voz alta, cuando una alumna resuelve un problema que le parecía imposible. De allí surge, para ella, la motivación: “Pese a las dificultades, la docencia sigue siendo una tarea colectiva y transformadora, imprescindible para el futuro del país”, afirma convencida.
“A pesar de todos los obstáculos, el aula sigue siendo un lugar de encuentro donde suceden cosas extraordinarias”, agrega, por su parte, Marina Bertone. “Poner a los estudiantes en situación de aprendizaje, mostrarles el sentido de lo que los rodea y monitorear sus trayectorias valorando cada logro son acciones que hacen de esta tarea una profesión fundamental para proyectar una sociedad más justa y equitativa”, sostiene Bertone.
No se trata de apelar a la “vocación” o a la idea de “apostolado” para pasar por alto la precariedad de las condiciones actuales. Pero sí de mantener vivo el sentido de la tarea, la llama que permite sostener el día a día. “Los maestros dejamos huellas. Eso me parece un privilegio y una gran responsabilidad. Es el motor que me convence y me renueva la idea de que vale la pena lo que hago”, explica Bertone.
Para algunos, el sentido de la docencia se hace patente no en la inmediatez del aula, sino en lo que sucede después, con el paso del tiempo. Destacan que la educación no está sujeta a la lógica marketinera de los likes, las encuestas de opinión y la satisfacción instantánea del “cliente”.
Con 30 años de antigüedad en la docencia, Viviana Postay recupera los frutos que llegan más tarde, fuera del aula. “Enseñar siempre implica incertidumbre: uno nunca sabe qué va a hacer el otro con lo que uno enseña. Por eso discuto mucho con la idea de la gratificación inmediata: nosotros sembramos. La enseñanza es una siembra, y después... no se sabe qué va a pasar”, explica Postay.
“A veces ese sentido aparece cuando ya no son tus estudiantes y te los cruzás. Y te dicen cosas como: ‘Yo nunca me olvido de cuando usted explicó tal tema’, o ‘Gracias a usted aprendí a amar la historia’, o la matemática o la ciencia. A veces son cosas sencillas: ‘Cuando le explico a mi hija por qué tiene que leer, me acuerdo de lo que usted decía: que la literatura nos abre nuevos mundos’. En esos encuentros con exalumnos, uno ve que la tarea tiene una altísima relevancia”, sostiene Postay.
Anabella Díaz también relata esas escenas que llegan más tarde, en los reencuentros casuales: “Cuando, después de algunos años, te encontrás con un exalumno y te dice ‘Uy, profe, todavía me acuerdo de tal cuestión’, o ‘Profe, no sabés lo que me sirvió lo que me enseñaste cuando ingresé a la universidad’, uno siente un orgullo silencioso”.
Frente a las propuestas que pretenden ajustar la escuela a los gustos de los estudiantes, Díaz destaca que la mirada de los chicos puede cambiar con el tiempo: “Hay contenidos que uno sabe que no son populares ni muy copados de enseñar, pero que son importantes. Entonces hay cosas que en el momento quizás no se ven, pero con el tiempo sí. Los docentes sabemos que no vamos a obtener aplausos multitudinarios. En general, son pequeños frutos los que se recolectan año a año; no tenés la cosecha completa. Pero eso a mí me justifica seguir dando clase”.
Para Díaz, el sentido de la tarea “tiene que ver con el esfuerzo que hiciste enseñando ese tema que sabés que es medio plomo, que es difícil, que va a costar, que los alumnos se van a resistir… y después te encontrás con un comentario que valora lo aprendido”. No es unánime, no es visible, no es inmediata. Pero, tarde o temprano, la cosecha llega. Díaz concluye: “Elogio de la lentitud, elogio de la espera, elogio del fruto tardío... creo que eso es la docencia”.
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