Cómo se transforma una escuela: claves para pasar de los diagnósticos a la renovación del aula

La experiencia de los colegios de la red Eutopía aporta pistas para repensar las instituciones educativas: partir de una “visión compartida”, revisar las formas de evaluación y potenciar el protagonismo de los estudiantes y la colaboración entre profesores son algunas prioridades

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El Instituto San José de
El Instituto San José de Villa del Parque es una de las 16 escuelas "pioneras" de la red Eutopía.

El consenso es unánime: la escuela secundaria tiene que cambiar. Los bajos aprendizajes, las altas tasas de abandono, la escasa preparación para la universidad y el mundo del trabajo, el malestar de estudiantes y docentes son signos claros de que el modelo tradicional cruje. Pero ¿cómo se transforma una escuela? ¿Cómo se la cambia de manera sostenible, en contraste con las experiencias de reforma que suponen un alto costo para toda la comunidad y luego se interrumpen?

La experiencia de la red Eutopía –que empezó en 2017 con 16 colegios “pioneros” de la Ciudad de Buenos Aires– aporta pistas concretas. Algunos ingredientes: partir de una “visión compartida” que recoja las voces de alumnos y docentes, potenciar el protagonismo de los estudiantes y la colaboración entre profesores, revisar las formas de evaluación, retomar las lecciones sobre educación híbrida aprendidas durante la pandemia.

Con el acompañamiento gratuito de los profesionales de Eutopía, cada escuela de la red hizo su propio camino, pero en sus recorridos hay elementos que se repiten y que permiten pensar en propuestas escalables y aplicables en contextos diversos, en un momento en el que varias provincias –entre ellas, PBA, Córdoba y CABA– han puesto en agenda la reforma de la secundaria.

La red Eutopía –cuyo nombre significa “buen lugar”– surgió a partir del impulso inicial de la Vicaría de Educación del Arzobispado de Buenos Aires, en alianza con Fundación Telefónica y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), y luego se expandió a 15 provincias, con el apoyo de otras fundaciones (como Bunge y Born y Pampa Energía), universidades (principalmente, la UBA y la Universidad de San Andrés), entidades del sector público y organismos internacionales. Los aprendizajes construidos a lo largo de esos 8 años se plasmaron ahora en un libro, Coordenadas para la transformación escolar, escrito por las responsables del proyecto y publicado por Tilde Editora.

Las escuelas son de distintos sectores sociales y de todos los niveles educativos (primero fueron solo secundarias, y luego se incorporaron algunas primarias y jardines). “El modelo de Eutopía parte de un universo heterogéneo de escuelas, y les ofrece un marco común para que diseñen e implementen propuestas de transformación, reconociendo las posibilidades y capacidades de cada una”, explica Luciana Alonso, directora del proyecto, a Infobae.

Una premisa central es que las reformas sostenibles surgen desde abajo, no se imponen: “El punto de partida es dejar de mirar a las escuelas como destinatarias de reformas externas y empezar a verlas como generadoras de conocimiento”. En ese sentido, la propuesta no es adoptar un modelo único sino construir a partir de una creciente autonomía escolar.

El primer paso de la transformación, destaca Alonso, es la escucha a los estudiantes y a los docentes, lo que implica “legitimar la experiencia como fuente válida de saber pedagógico”, en contraposición con reformas que los docentes suelen cuestionar porque, básicamente, no entienden de dónde salieron. En esa etapa inicial, posible gracias a un instrumento tan antiguo y poderoso como las buenas conversaciones, se construye la “visión compartida” que resulta determinante para definir el rumbo y alinear a toda la comunidad.

La Escuela Puerta Abierta es
La Escuela Puerta Abierta es otra de las instituciones de la red Eutopía, que desde 2017 viene acompañando procesos de transformación educativa.

Liderazgo, autonomía y protagonismo

Una de las principales lecciones del modelo de Eutopía es que cada escuela debe desarrollar las capacidades necesarias para repensarse dentro de los marcos comunes que mantienen la cohesión del sistema educativo. “Cada escuela fue dando pasos en la medida que se iba animando y se iba fortaleciendo. A su vez, cada paso se apoyó en lo transitado anteriormente”, cuenta Cecilia Cancio, profesora de la Universidad de San Andrés que acompañó a varias instituciones.

El libro –escrito por Alonso y Cancio junto con Graciela Cappelletti y Natalí Savrasnky– recoge las historias de las escuelas “pioneras”. A partir de estas experiencias, las autoras desarrollan un modelo que identifica seis elementos centrales de la “gramática escolar” que deben ser repensados: el currículum (qué se enseña y cómo se organizan las materias), la evaluación (cómo se registran y potencian los aprendizajes), el tiempo (cuándo se aprende), el espacio (dónde se aprende), los vínculos (cómo es el clima escolar, la relación con la familia y la colaboración entre docentes) y las estrategias de enseñanza (cómo se trabaja en el aula y fuera de ella).

Alonso resalta dos aprendizajes fundamentales: “El primero es priorizar: ni todo junto, ni todo al mismo tiempo. El segundo es construir una cultura colaborativa de diálogo, porque las conversaciones entre los distintos actores –directivos, docentes, estudiantes, familias– son una condición necesaria para que haya apropiación de la idea transformadora”. Esas conversiones son posibles en la medida en que exista un “liderazgo distribuido”: no un “mesías” iluminado que define el rumbo, sino un equipo de conducción que confía en las capacidades y los aportes de los docentes.

El protagonismo de los estudiantes es uno de los factores que aparecen en el centro de las transformaciones que impulsaron las escuelas de Eutopía. En las experiencias se repite la apelación al aprendizaje basado en proyectos (ABP), el énfasis puesto en cómo despertar el “deseo de aprender”, y la creación de “espacios curriculares” optativos o más flexibles que las materias tradicionales.

En el Colegio San Tarsicio, en Recoleta, las transformaciones surgieron de un proceso participativo que involucró a los profesores –los más entusiastas fueron designados “docentes impulsores”– y a los estudiantes –por medio de “cabildos abiertos” donde todos, de primero a quinto año, podían presentar sus propuestas–. “Creamos una cultura de trabajo en equipo, que hasta entonces no teníamos”, sostiene el rector, Mariano Massano.

Entre otros cambios, la escuela generó “entornos de aprendizaje rotativos” que dejaron atrás la organización tradicional de los estudiantes (un curso en cada aula) y habilitaron nuevas formas de agruparlos en función de sus intereses. Algunos de esos formatos implicaron que dos o más docentes compartieran tiempo de aula y de planificación: eso requirió sumar horas remuneradas al salario de estos profesores.

El trabajo en equipo entre los docentes –fuera y dentro del aula– también fue una de las innovaciones que implementaron en el Instituto Mater Dolorosa, en Villa Devoto. Allí bautizaron “InnovaLab” a un espacio de aprendizaje por proyectos en el que los estudiantes son acompañados por una dupla de profesores. “Una de las claves del dispositivo fue la conformación de las parejas pedagógicas. Esto requirió de una importante ingeniería horaria para que pudiesen trabajar en el aula al mismo tiempo con un único grupo de alumnos, lo cual no fue sencillo”, explica Virginia Morán, directora de la escuela.

El libro "Coordenadas para la
El libro "Coordenadas para la transformación escolar" (Tilde Editora), basado en la experiencia de la red Eutopía, busca funcionar como "brújula" para quienes están en camino de repensar la escuela.

Cambios en el tiempo y espacio escolar

En muchas de estas experiencias, la colaboración trascendió más allá de la propia escuela: el trabajo en red y el intercambio con los equipos de otras escuelas fue clave para repensarse. Algunas instituciones también encontraron inspiración en los aprendizajes que dejó el COVID-19. “De la pandemia aprendimos que no necesariamente los chicos tienen que estar todo el tiempo en la escuela para aprender”, recuerda Leonardo Martínez Ernaú, director de estudios del Instituto San José de Villa del Parque.

En esa escuela diseñaron un dispositivo que llamaron “Cambio y (A)fuera”, que recupera la modalidad híbrida para vincular los aprendizajes escolares con el contexto local. Los estudiantes de 5° año eligen problemáticas sociales sobre las que quieren trabajar en grupo –para comprenderlas y para diseñar acciones de intervención–; la propuesta se articula con cuatro materias. El esquema alterna clases presenciales con encuentros virtuales y con trabajo de campo: hay días en que los alumnos pueden optar por trabajar desde su casa o asistir a la escuela y reunirse en espacios comunes. La evaluación está a cargo de los cuatro profesores, y se complementa con instancias de auto y coevaluación.

“Teníamos un sueño común, que era salir de la escuela, llevar a los alumnos a contextos de vulnerabilidad social para hacerlos reflexionar sobre la realidad. Lo que logró cohesionar el trabajo en equipo fueron los seminarios compartidos, donde tuvimos que encontrar puntos de encuentro entre las materias, ponernos de acuerdo en cómo abordar los temas y las charlas conjuntas a los alumnos”, relata la profesora Griselda Pagura.

En esta exploración de formatos más flexibles, en el Instituto Divina Providencia, del barrio de Saavedra, decidieron empezar por un día de la semana: los viernes, los estudiantes no cursan materias tradicionales sino que eligen en qué proyectos se inscriben, y comparten esos espacios con alumnos de otros años. La evaluación también cambia: no depende de exámenes, sino de la observación del proceso y sus resultados. “Los chicos empezaron a querer ir a la escuela. Los viernes pasaron a tener los índices más altos de asistencia”, cuenta Alonso a Infobae.

¿Es cara la innovación educativa? ¿Se puede impulsar una transformación de la secundaria en un contexto de ajuste presupuestario? “Está claro que los recursos condicionan –no determinan– las posibilidades de transformación. Por ejemplo, una escuela con más recursos puede disponer de dos docentes para trabajar interdisciplinariamente en la misma hora, o contar con más dispositivos tecnológicos que faciliten ciertas mediaciones. Eso marca una diferencia”, responde Alonso.

Sin embargo, aclara: “Hemos visto procesos de transformación muy potentes en escuelas que, objetivamente, tenían pocos recursos. Recuerdo una escuela en Villa Lugano, a la que acompañé durante varios años, que logró resultados notables con muchísimo menos que una escuela bilingüe de Barrio Norte. Y eso me sigue generando preguntas. Porque, aunque una escuela cuente con todos los recursos, eso no garantiza que ocurra una transformación profunda”.

Alonso menciona como ejemplo el bajo impacto pedagógico de las políticas que dotaron a las escuelas de dispositivos tecnológicos, tanto en la Nación como en las provincias. Cancio coincide: “Los recursos, por sí solos, no garantizan la posibilidad de innovar. Son necesarios, sí, pero no alcanzan por el mero hecho de estar disponibles. Creo que es fundamental tener claridad sobre el rumbo, sobre hacia dónde se quiere ir. En ese sentido, el liderazgo en la escuela es clave, pero no un liderazgo vertical que indica qué hacer y cómo, sino uno que convoca, acompaña, forma, genera redes y contagia entusiasmo”.

En el Instituto Mater Dolorosa,
En el Instituto Mater Dolorosa, de Villa Devoto, generaron espacios de aprendizaje por proyectos a cargo de profesores que trabajan en "pareja pedagógica".

Un camino sin vuelta atrás

En algunas escuelas, las enormes presiones que ejerce el contexto social –situaciones de violencia, adicciones, apuestas online, pobreza y marginalidad, problemas de salud mental, desorientación de los “adultos responsables”– generan una situación de emergencia permanente. Esa sensación de desborde no es patrimonio exclusivo de las escuelas vulnerables –como lo muestra, en estos días, el capítulo 2 de la hipercitada serie Adolescencia–. ¿Es posible transformar la escuela en estas condiciones?

“Hay algo fundamental que es la disposición, que tiene mucho que ver con las condiciones laborales. No me refiero solo a lo económico: muchas escuelas hoy atraviesan contextos muy difíciles, con ambientes cargados, múltiples problemas por resolver, y eso genera desgaste y desánimo. Sin embargo, trabajando con escuelas en esas situaciones, muchas veces vemos que los espacios de innovación se vuelven un verdadero oasis, una oportunidad para repensarse, para encontrar sentido en medio de la complejidad”, plantea Cancio.

“Quiero romper con la idea de que para comenzar un proceso de innovación se necesita una escuela ‘tranquila’, con todo más o menos resuelto. Si esperamos eso, el proceso no empieza nunca. Muchas veces, es precisamente la innovación la que ayuda a transformar aspectos que venían siendo problemáticos, es decir, se puede gestionar e innovar al mismo tiempo, reconociendo en los desafíos cotidianos la posibilidad de hacer algo distinto”, agrega la especialista.

A la luz de los resultados –desde la mejora del clima escolar hasta el mayor compromiso de los estudiantes con su aprendizaje, pasando por la reconexión de los docentes con el sentido de su tarea–, los protagonistas de las transformaciones impulsadas en las escuelas de la red Eutopía afirman que la innovación es un camino sin retorno: no hay vuelta atrás.

Los protagonistas de estas experiencias
Los protagonistas de estas experiencias de transformación escolar coinciden en que es un camino de aprendizaje continuo, y sin vuelta atrás.

Si bien no realizaron una medición centrada en los niveles de aprendizaje de Lengua y Matemática, desde la red participaron de distintas instancias de evaluación de impacto que encontraron cambios importantes en la cultura escolar. El primero de estos estudios lo realizó un equipo liderado por Mariana Maggio en la UBA; en unas semanas presentarán otra evaluación hecha con apoyo de la Fundación Bunge Born.

“Evaluamos el desarrollo de capacidades institucionales. Nuestro modelo apunta principalmente a la transformación de la cultura escolar, por eso el foco estuvo en evaluar cómo se desarrollan ciertas capacidades clave dentro de las escuelas, como las prácticas docentes, el liderazgo directivo y los espacios de participación de los estudiantes en la toma de decisiones”, explica Alonso.

Según el estudio, que se presentará en la próxima Feria del Libro, los directivos y docentes reconocen mejoras en la gestión escolar colaborativa y en la delegación de tareas dentro de los equipos, junto con un mayor foco en los estudiantes. También valoran los espacios para pensar colectivamente la escuela, compartir experiencias entre instituciones y construir una visión transformadora a partir de reconocer la propia realidad. Entre los desafíos, en tanto, se menciona “la necesidad de lograr mayores niveles de adecuación de la carga de trabajo demandada por el programa con la realidad escolar”.

La experiencia de Eutopía constata que otra escuela es posible: en su construcción, es clave que participen quienes mejor la conocen, para evitar los liderazgos fundacionales así como las medidas que avanzan a contramano de lo que observan quienes están en las aulas. Los protagonistas señalan que la transformación es urgente; no puede hacerse a las apuradas, pero tampoco puede esperar a que todos los problemas del contexto estén resueltos. También reconocen que, en muchos casos, innovar no requiere de grandes reformas, sino de empezar a dar pequeños pasos en una dirección consensuada.

Luciana Alonso propone la imagen del giroscopio como metáfora del cambio escolar: “Es un instrumento que se mantiene en equilibrio mientras está en movimiento. Así pensamos la escuela: no como una estructura rígida ni como un caos sin dirección, sino como un cuerpo en transformación constante que se sostiene desde su propósito. El equilibrio no está en la quietud, sino en la capacidad de moverse con sentido”.