
Desde Isabel II hasta Carlos III, la equitación fue una parte fundamental del imaginario real británico. La fallecida monarca montó a caballo hasta poco antes de su muerte, con 96 años, manteniendo una conexión especial con los caballos, tan entrañable como la que tuvo con sus corgis.
Su hijo, sin embargo, no tuvo la misma suerte: a los 75 años, el rey Carlos III se vio obligado a dejar una de sus grandes pasiones debido a las lesiones acumuladas a lo largo de su vida, muchas de ellas producto de su intensa actividad en el polo, informó Vanity Fair.
El último desfile a caballo y el impacto del cáncer
En 2023, el monarca británico aún participó a caballo en el tradicional desfile Trooping the Colour, la ceremonia anual de celebración del cumpleaños del rey.
Sin embargo, al año siguiente, su presencia fue distinta: inspeccionó a las tropas desde un carruaje, sin montar.
A principios de 2024, Carlos III fue diagnosticado con cáncer, lo que marcó un punto de inflexión en su salud y sus actividades oficiales.
La enfermedad no fue el único factor, pero su combinación con sus problemas físicos terminó por alejarlo definitivamente de la equitación.
La confirmación llegó en octubre de 2024, cuando, durante un viaje oficial a Australia, un joven aficionado le preguntó sobre su relación con los caballos.
La respuesta del monarca no dejó dudas: “No puedo hacer mucho ahora. Tengo demasiadas lesiones”.
Las secuelas del polo: una historia de lesiones

Carlos III heredó de la realeza británica el amor por los caballos, pero, a diferencia de su madre, centró su actividad ecuestre en el polo.
Este deporte, conocido por su exigencia física y la frecuencia de caídas y golpes, dejó en su cuerpo una huella imborrable.
El príncipe Harry, en sus memorias The Substitute, ofreció un retrato íntimo del dolor constante que su padre enfrentó por sus viejas heridas.
Según describe, Carlos solía hacer paradas de manos prescritas por su fisioterapeuta, una rutina que le proporcionaba algo de alivio ante los persistentes dolores en la espalda y el cuello.
“Si abres la puerta equivocada, podrías encontrarlo mientras su ayuda de cámara lo viste o, peor aún, en plena sesión de ejercicios para sobrellevar su malestar”, escribió Harry.
Isabel II y su legado ecuestre: una resistencia incomparable
Mientras que Carlos III se vio obligado a decir adiós a la equitación a los 75 años, Isabel II siguió montando hasta el final de su vida.
Aunque dejó de participar en Trooping the Colour a caballo en 1986, nunca abandonó la equitación. Según su amigo Terry Pendry, la reina montó su pony favorito, Emma, apenas ocho semanas antes de su fallecimiento en septiembre de 2022.
El contraste entre madre e hijo refleja la diferencia en sus estilos de vida, y el peso del paso del tiempo y las consecuencias de la actividad física.
Mientras Isabel II evitó deportes de alto impacto, Carlos III eligió el polo, un juego que, aunque apasionante, terminó por cobrarse su precio en la salud del monarca.
Un nuevo capítulo para Carlos III
Aunque su retiro de la equitación simboliza el fin de una etapa importante en su vida, el rey Carlos III sigue adelante con sus deberes reales.
La transición a un rol más contenido en términos físicos parece inevitable, especialmente en el contexto de su diagnóstico de cáncer y su edad. Sin embargo, su pasión por los caballos sigue viva, aunque desde la distancia.
Para la monarquía británica, la imagen del rey a caballo fue históricamente una representación de poder y tradición. Carlos III, aunque ya no pueda sostener esa imagen sobre la montura, continúa con su legado desde otro lugar: el del monarca que, a pesar de las limitaciones, se mantiene firme en su papel.
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