Desde el día de su boda con el príncipe Carlos -el 29 de junio de 1981- Diana Spencer encarnó la imagen de un cuento de hadas moderno.
Sin embargo, detrás de la fachada de la realeza británica, su vida sentimental estuvo marcada por la búsqueda incansable de amor y validación, en un camino que la llevó a experimentar relaciones apasionadas, escándalos y decepciones, informa Vanity Fair.
Un matrimonio destinado al fracaso
Cuando Lady Diana Spencer, de apenas 20 años, recorrió la nave de la Catedral de San Pablo para casarse con Carlos, Príncipe de Gales, lo hizo convencida de haber encontrado el amor eterno.
“Pensé absolutamente que era la chica más afortunada del mundo”, reveló más tarde en Diana: Her True Story in Her Own Words, de Andrew Morton.
Sin embargo, desde el inicio, su relación estuvo marcada por la sombra de Camilla Parker Bowles, el amor de la juventud de Carlos, con quien nunca rompió del todo los lazos.
El matrimonio, aunque inicialmente prometedor, pronto se convirtió en una batalla emocional. Con la llegada de sus hijos, los príncipes William y Harry, la distancia entre Diana y Carlos se hizo más evidente.
El, serio y distante, encontró refugio en su antigua amante; ella, devastada por la falta de afecto, buscó la manera de llenar ese vacío.
La princesa que coleccionaba admiradores

Diana, aún joven y necesitada de afecto, comenzó a rodearse de hombres que la admiraban y la hacían sentir deseada.
Como recordó una de sus amigas a la biógrafa Sally Bedell Smith, la princesa “solía coleccionar hombres” en un juego de seducción que, aunque no cínico, le servía para recibir la atención que tanto anhelaba.
Su primer gran romance fuera del matrimonio fue con Barry Mannakee, su guardaespaldas, a quien conoció en 1985. Para Diana, encerrada en la jaula dorada del palacio, Mannakee representó una conexión real y cercana.
Pero cuando su relación fue descubierta, él fue rápidamente transferido y, meses después, murió en un accidente de motocicleta, dejando a Diana sumida en el dolor.
Más tarde, la princesa encontraría consuelo en James Hewitt, un apuesto oficial de caballería que, según ella, la hizo sentir amada. Su relación, que comenzó en 1986, se prolongó por varios años y se convirtió en una de las más comentadas de su vida.
Sin embargo, el romance terminó cuando Hewitt, en un acto de traición, decidió hacer pública su historia en un libro, causando una profunda herida en Diana.
El amor como refugio y obsesión
El vacío emocional de Diana la llevó a establecer lazos con otros hombres, algunos de los cuales se convirtieron en auténticas obsesiones.
Uno de los más polémicos fue el comerciante de arte Oliver Hoare, quien, a pesar de estar casado, mantuvo una relación con la princesa.
La intensidad de Diana llegó al punto de llamarlo insistentemente, hasta el punto de que Scotland Yard rastreó más de 300 llamadas desde el Palacio de Kensington a su casa.
Sin embargo, no todas sus relaciones fueron impulsivas o destructivas. En 1995, Diana conoció a Hasnat Khan, un cirujano cardíaco británico-paquistaní a quien describió como “el amor de su vida”.
Él, a diferencia de sus anteriores amantes, no se dejó deslumbrar por su estatus ni por la fama que la rodeaba.
En él encontró estabilidad y comprensión, pero la presión de la prensa y las diferencias culturales hicieron que la relación terminara en 1997.
Dodi Fayed y el desenlace trágico

Tras su ruptura con Khan, Diana comenzó un romance con Dodi Fayed, heredero del imperio Harrods, durante unas vacaciones en la costa francesa.
Muchos de sus amigos creían que era una relación superficial, un escape del dolor tras su separación de Khan. Sin embargo, fue su último romance y el que la llevaría a un final trágico.
El 31 de agosto de 1997, Diana y Fayed murieron en un accidente de auto en un túnel de París, en un episodio que sigue rodeado de controversia y teorías conspirativas.
Más allá del amor romántico: el legado de Diana
A lo largo de su vida, Diana buscó en los hombres la confirmación de su valor y su necesidad de ser amada.
Sin embargo, con el tiempo, comenzó a comprender que la verdadera plenitud no se encontraba en la validación ajena, sino en su labor humanitaria y su conexión con sus hijos.
Su transformación final la llevó a convertirse en un ícono de empatía y compromiso social, alejándose de la imagen de princesa rota para convertirse en una figura de fortaleza. Su legado perdura, no por los amores que tuvo, sino por el impacto que dejó en el mundo.
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