
El Monte Everest, con sus imponentes 8.848 metros de altura, sigue siendo un destino emblemático para quienes buscan superar los límites de la resistencia humana. Esta montaña, la más alta del planeta, representa un desafío extremo incluso para los alpinistas más experimentados. La combinación de temperaturas bajo cero, vientos impredecibles y la escasez de oxígeno convierte su ascenso en una de las pruebas más exigentes y peligrosas del mundo.
Sin embargo, miles de aventureros han intentado conquistar la cumbre de la Cordillera del Himalaya, pero no todos logran regresar. La montaña ha sido escenario de innumerables tragedias, con escaladores que han perdido la vida en su intento por alcanzar la cima.
Muchos de estos decesos ocurren en la denominada “Zona de la Muerte”, uno de los tramos más altos donde la supervivencia se vuelve incierta y el cuerpo humano enfrenta límites fisiológicos extremos. Incluso, miembros del equipo de limpieza oriundos de Nepal aseguran que han hallado varios esqueletos, además de la basura que se acumula.

Zona de la Muerte: ubicación y peligros
La “Zona de la Muerte” es uno de los sectores más peligrosos en todo el Monte Everest y se extiende a partir de los 7.925 metros de altitud. Allí, la presión atmosférica desciende a niveles tan bajos que el oxígeno disponible resulta insuficiente para mantener las funciones vitales durante períodos prolongados.
Este segmento es reconocido como el más letal en toda la cadena montañosa asiática. Cada temporada, decenas de alpinistas intentan cruzar este umbral y varios pierden la vida debido a las condiciones extremas y a complicaciones médicas asociadas a la altitud extrema.
A pesar de los riesgos, la fascinación por alcanzar la cumbre persiste, y la “Zona de la Muerte” se mantiene como el mayor obstáculo en el camino hacia la cima. De este modo, una aventurera australiana intentó completar el reto y pasó más de un día en esta franja.
El testimonio de Bianca Adler: sobrevivir a la altitud extrema
El caso de Bianca Adler, una adolescente de 17 años, ilustra la crudeza de atravesar este tramo letal. Tras pasar casi cuatro días en la “Zona de la Muerte”, documentó su experiencia en un video de TikTok que rápidamente se viralizó.
En las imágenes, se observa su rostro marcado por el viento y el frío, los labios agrietados y la voz debilitada. “Me siento fatal”, expresó en la grabación, describiendo el dolor en su cuello, garganta y pulmones. Alcanzó los 8.452 metros, quedando a poco más de 400 metros de la cumbre, pero debió abandonar la ascensión debido a los fuertes vientos y a los primeros signos de congelación.
Durante la expedición, la joven estuvo acompañada por su padre, quien se vio obligado a retirarse antes tras sufrir ceguera por la nieve. Ambos desarrollaron edema pulmonar de gran altitud y deshidratación, condiciones frecuentes en el montañismo extremo. “Todavía me siento bastante enferma y extremadamente agotada, así que me estoy tomando un tiempo para recuperarme”, relató Adler en su cuenta de Instagram.
Su testimonio generó un fuerte impacto en redes sociales, donde la decisión de una adolescente de enfrentar uno de los desafíos más peligrosos del planeta provocó asombro y debate.
Qué le sucede al cuerpo en la “Zona de la Muerte”
Desde la perspectiva médica, la permanencia en la “Zona de la Muerte” implica riesgos severos para el organismo. El doctor Harly Greenberg, jefe de medicina pulmonar en Northwell Health, advirtió en diálogo con NY Post que los peligros se intensifican en altitudes superiores a 5.486 metros. Este sector del Everest, situado por encima de los 7.925 metros, representa el límite extremo de la tolerancia humana.
Uno de los principales riesgos es la hipoxia, una condición en la que los tejidos no reciben suficiente oxígeno, lo que altera la producción de energía y el funcionamiento de los órganos. Esta condición puede desencadenar el mal agudo de montaña, cuyos primeros síntomas afectan al cerebro, órgano especialmente vulnerable por su alta demanda de oxígeno.
Inicialmente, los vasos sanguíneos cerebrales se dilatan, provocando dolor de cabeza y náuseas. Si la exposición persiste, pueden aparecer fatiga, mareos, alteraciones del sueño e insomnio. En casos graves, se desarrolla edema cerebral de gran altitud, una condición crítica en la que el líquido se filtra hacia el tejido cerebral, generando confusión, deterioro del pensamiento, somnolencia y pérdida de la conciencia. Esta complicación puede resultar fatal si no se trata y la persona no desciende a una altitud menor.

El edema pulmonar de gran altitud es otra complicación frecuente. La hipoxia provoca la contracción de las arterias pulmonares, lo que incrementa la presión y fuerza el líquido hacia los sacos de aire de los pulmones, dificultando la absorción de oxígeno. Los síntomas incluyen tos persistente, sensación de asfixia, dificultad para respirar, incluso en reposo y decoloración de la piel. Esta condición puede desarrollarse dos o más días después de ascender a gran altitud y es la causa más común de muerte por mal de altura.
A estos riesgos se suma la retinopatía de gran altitud, la cual afecta a los ojos debido a la expansión de los vasos sanguíneos de la retina, generando hinchazón y hemorragias que pueden comprometer la visión. Aunque la mayoría de los efectos en los ojos son reversibles con el descenso, existe la posibilidad de daños visuales permanentes, tal como le sucedió al papá de Bianca Adler.
La preparación para enfrentar la “Zona de la Muerte” exige una evaluación exhaustiva de la salud general. Se desaconseja el ascenso a personas con enfermedades pulmonares, cardíacas, hipertensión, anemia falciforme o trastornos del sueño como la apnea. El ascenso debe ser gradual para permitir que el cuerpo desarrolle mecanismos compensatorios, como el aumento de la frecuencia cardíaca y la producción de eritropoyetina, que mejora el transporte de oxígeno
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