
Las tensiones entre Etiopía y Eritrea han escalado peligrosamente, impulsadas por disputas fronterizas, movilización militar y la inestabilidad en la región tigrayana. Los riesgos de un nuevo conflicto preocupan tanto a analistas como a dirigentes, conforme la frágil paz entre Addis Abeba y Asmara se erosiona al calor de recriminaciones públicas y maniobras en la frontera.
La relación entre el primer ministro etíope Abiy Ahmed y el presidente eritreo Isaias Afwerki se ha deteriorado desde el estallido de la guerra en Tigray y la renovada ambición etíope de obtener acceso al mar a través de puertos eritreas, en particular Assab. Etiopía incluso ha puesto en cuestión la legitimidad de la independencia eritrea, alcanzada en 1993, mientras ambos gobiernos intercambian acusaciones y se reportan movimientos militares y presuntas compras de armamento en la zona limítrofe, según Foreign Policy.
Esta situación de inestabilidad se sostiene por la conciencia, tanto en Etiopía como en Eritrea, de que una guerra supondría consecuencias imprevisibles. Los antecedentes son elocuentes: en 1998, Eritrea subestimó la capacidad de respuesta etíope y perdió territorio tras dos años de guerra. Más recientemente, en 2020, Etiopía intentó sofocar la rebelión armada en Tigray, con apoyo eritreo, pero acabó perdiendo el control regional en 2021, mientras las fuerzas tigrayanas avanzaron hacia el sur. Estos antecedentes históricos demuestran que la frontera de 1.000 kilómetros (620 millas) es extremadamente volátil.
Tigray, epicentro de incertidumbre
La región de Tigray, situada al norte y limítrofe con Eritrea, se ha convertido en el factor de mayor inestabilidad regional. Su liderazgo político está fragmentado y dispone de unos 250.000 combatientes. El Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF), que de facto administra la zona, enfrenta divisiones internas: mientras el exadministrador Getachew Reda se acerca a Addis Abeba, el líder Debretsion Gebremichael ha intensificado su relación con Asmara. La facción de Debretsion controla actualmente el TPLF, reforzando su acercamiento a Eritrea, su antiguo enemigo.

Esta dinámica responde al estancamiento del acuerdo de Pretoria (2022), que pretendía reintegrar Tigray en la política etíope abordando la delimitación fronteriza, desmovilización y retorno de desplazados. La falta de progresos ha llevado al TPLF a buscar seguridad mediante una alianza con Eritrea, volviendo su discurso oficial más orientado contra Addis Abeba y en favor de Asmara, según Foreign Policy.
Dos hechos recientes confirman la fragilidad del escenario. En junio, se reabrió el paso fronterizo de Zalambessa, en Tigray, sin intervención del gobierno etíope, lo que alimentó sospechas sobre transferencias de bienes y armamento entre Eritrea y el TPLF. Más adelante, el TPLF tomó por la fuerza administraciones disidentes en el sur de Tigray, consolidando el dominio de Debretsion y profundizando el acercamiento a Eritrea. Estas acciones debilitaron aún más el acuerdo de Pretoria y aumentaron la hostilidad contra Addis Abeba en la región.
La posición de Tigray en un hipotético conflicto plantea interrogantes cruciales. El recuerdo de la guerra de 2020-2022, cuando Etiopía y Eritrea combatieron juntos contra los tigrayanos, ha generado una profunda desconfianza localmente. El TPLF mantiene como objetivo recuperar territorios en el oeste de Tigray, controlados actualmente por Amhara, y podría optar por la vía militar. Tanto el gobierno etíope como el eritreo temen que una alteración del statu quo facilite al TPLF el acceso a suministros externos, especialmente desde Sudán, lo que complejiza aún más el panorama.
Factores internacionales y alineamientos movedizos
En el escenario internacional, ni Etiopía ni Eritrea pueden anticipar con certeza el apoyo diplomático o material que obtendrían en caso de guerra. Ambos han intentado reforzar lazos con Estados Unidos, aunque Eritrea parte de una posición más débil tras décadas de distancia frente a Washington. Etiopía, con una economía en expansión, ha progresado en cooperación con Estados Unidos —especialmente en el ámbito de la aviación comercial—, mientras Eritrea busca aprovechar su posición estratégica en el mar Rojo. Sin embargo, Somalilandia parece ofrecer una alternativa más atractiva para la presencia militar estadounidense.
A nivel regional, la situación puede agravarse por la guerra en Sudán: los Emiratos Árabes Unidos apoyan a Etiopía, y Egipto junto con las Fuerzas Armadas Sudanesas respaldan a Eritrea, aunque las alianzas resultan frágiles y sujetas a tensiones históricas. La prolongada guerra sudanesa genera dudas sobre la posible implicación de estos actores en un nuevo conflicto costoso.

Alternativas para evitar la guerra
Frente a este clima de amenaza, Foreign Policy destaca la urgencia de reactivar el diálogo entre el gobierno federal etíope y Tigray, reviviendo el acuerdo de Pretoria para abordar la desmovilización, delimitación de fronteras y normalización política del TPLF. Estados Unidos y la Unión Europea deberían exigir la aplicación de lo pactado, ofrecer incentivos y garantías para su ejecución y condenar cualquier provocación.
Sin embargo, la estabilidad de Tigray solo resuelve parcialmente el problema. Etiopía requiere acceso garantizado al mar, preferiblemente mediante los puertos eritreas, pero respetando la soberanía y la integridad territorial de Eritrea. Un marco negociado podría incluir la mediación de Estados Unidos, la Unión Europea, actores africanos y del Golfo, combinando inversiones y alivio de sanciones como incentivos. Diversificar las rutas portuarias de Etiopía, a través de acuerdos con Somalia, Somalilandia, Djibouti, Kenia o Sudán, reduciría la presión sobre Eritrea y favorecería una solución más amplia.
El Cuerno de África se encuentra en un momento crucial: una guerra entre Eritrea y Etiopía profundizaría la inestabilidad y tendría un coste social devastador. Como advierte Foreign Policy, la comunidad internacional debe moverse con decisión para evitar que la actual escalada desemboque en una tragedia de consecuencias generacionales.
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