
Sudán enfrenta riesgos de una nueva fragmentación y la continuidad de su guerra civil, tras dos años de enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF).
Después de dos años de conflicto, detalla Foreign Affairs, la guerra se encuentra en un punto de estancamiento. Desde principios de 2025, las SAF han recuperado gran parte del territorio perdido frente a la RSF, lo que ha complicado aún más la situación sin poner fin a la violencia.

Evolución del conflicto
En febrero, la RSF y sus aliados firmaron un acuerdo constitucional transitorio en Nairobi y proclamaron un gobierno paralelo sobre los territorios bajo su dominio. Esta formalización de la división territorial evidenció la debilidad de las coaliciones y anticipó un futuro de fragmentación y violencia constante.
A finales de marzo, el ejército sudanés retomó Jartum y el palacio presidencial, expulsando a la RSF de gran parte de la capital. Sin embargo, reseña Foreign Affairs, la milicia conserva cerca de una cuarta parte del territorio, especialmente en el oeste, y mantiene sus principales fuerzas en Darfur. Aunque el ejército ha recuperado posiciones estratégicas, la RSF continúa controlando ciudades clave. La violencia aumentó en El Fasher, último bastión relevante de la SAF en el oeste.
La experiencia africana demuestra que el estancamiento militar puede abrir espacio a negociaciones de paz, apunta la prestigiosa revista. La segunda guerra civil sudanesa concluyó en 2005 gracias a dinámicas similares. La secesión de Sudán del Sur en 2011 no aportó estabilidad; en cambio, desplazó la violencia y generó nuevas luchas internas.

Actualmente, la falta de un alto el fuego podría conducir a una división de facto, comparable a lo vivido en Libia o Yemen. El conflicto sudanés surgió como una pugna interna entre la SAF, liderada por Abdel Fattah al-Burhan, y la RSF, encabezada por Mohamed Hamdan Dagalo (Hemedti), ambos protagonistas en la caída del gobierno civil tras la salida de Omar al-Bashir en 2019. La disputa atrajo la intervención de potencias extranjeras, como Egipto, Irán, Rusia, Arabia Saudita, Turquía y Emiratos Árabes Unidos. Nuevas milicias y antiguos grupos armados eligieron su bando, complicando aún más el entramado de intereses.
Intereses en juego
Ninguna de las dos fuerzas principales sostiene un proyecto ideológico; sus alianzas responden a los beneficios que pueden obtener. El eje del conflicto es la lucha por los abundantes recursos naturales: Sudán posee extensas reservas de oro y la segunda mayor superficie de tierras cultivables de África. Grupos locales y externos compiten por el control de estos activos, mientras las facciones menores se inclinan por la opción que prometa más poder o ventajas.
El enfoque materialista sugiere la posibilidad de un acuerdo si existiera un reparto concreto de recursos o cargos. Sin embargo, la SAF cuenta con superioridad en tropas y aviación, mientras que la RSF ha demostrado capacidad de resistencia en entornos urbanos, sobre todo en Jartum. Los intentos de diálogo, encabezados por Arabia Saudita y Estados Unidos, o promovidos discretamente por Egipto y Emiratos Árabes Unidos, han fracaso.

Foreign Affairs destaca que los esfuerzos internacionales han ignorado la lógica real del conflicto. Ninguna de las partes logró una victoria definitiva, pero ambas consolidaron posiciones estratégicas con respaldo externo. Gran parte de los líderes rechaza negociar si ello implica poner en riesgo sus ingresos económicos obtenidos de la guerra.
Desde el inicio, los actores buscaron apoyo extranjero: Emiratos Árabes Unidos suministró armas, drones y vehículos blindados a la RSF a través de Chad. Egipto asistió militarmente a la SAF e, impulsado por su dependencia de recursos sudaneses, presuntamente realizó ataques aéreos sobre la RSF.
Otras potencias han intervenido de forma discreta. Arabia Saudita, aunque intenta mostrarse neutral, ha favorecido a la SAF en las negociaciones, también por su rivalidad con los Emiratos. La SAF busca el apoyo de Rusia, interesada en una base en el mar Rojo, y ha recibido drones de Irán y Turquía, ambos motivados por el control de rutas marítimas clave. En este contexto, el estancamiento beneficia a los patrocinadores externos, que aseguran la continuidad de sus actividades económicas.
Obstáculos internos para la paz
Las barreras principales a la paz provienen del interior. Las alianzas dentro de ambos bloques son inestables y propensas a fragmentarse. Las milicias menores cambian de bando según el acceso a recursos. Se han registrado deserciones, como la de Abu Aqla Kaykal y sus Sudan Shield Forces, vinculadas con la posesión del territorio.
La violencia ha superado divisiones étnicas tradicionales y debilitado la cohesión de los bandos. Un caso representativo es la recuperación de El Gezira por la SAF en octubre de 2024, donde se produjeron enfrentamientos entre fuerzas supuestamente aliadas tras ataques a comunidades no árabes.
La retirada de la RSF del centro sudanés apunta a una consolidación en Darfur, lo que podría dejar sin territorio propio a fuerzas aliadas de la SAF en esa región y desencadenar nuevas deserciones. La negociación se complica porque cada parte ofrece ventajas inciertas. Incluso una breve tregua enfrentaría excesivos intereses contrapuestos y divisiones, lo que imposibilita la reconstrucción del tejido social.
Desafíos para un nuevo Estado
El paisaje político expone a un país fragmentado: el oeste, salvo El Fasher, bajo control de la RSF; el este, norte y centro, dominados por la SAF. La coalición de la RSF abarca desde el laico SPLM-N hasta facciones sufíes disidentes, a pesar de su oposición doctrinal. La SAF agrupa organizaciones seculares y milicias islamistas ligadas a la Hermandad Musulmana, mientras sus aliados internacionales rechazan a esa organización.
La falta de fronteras étnicas claras y la debilidad de las instituciones complican la viabilidad de un Estado estable. Las acusaciones de crímenes de guerra, el control fragmentado del territorio y la primacía de intereses personales sobre proyectos nacionales apuntan a un futuro de alianzas cambiantes, nuevas deserciones y el surgimiento de más grupos armados. Para Sudán, el escenario más probable es la persistencia de la guerra.
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