
En la localidad francesa de Creuzier-le-Neuf, un equipo de arqueólogos del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (INRAP) encontró una necrópolis celta de aproximadamente 2 kilómetros.
Según detalló Smithsonian Magazine, el sitio albergaba más de un centenar de tumbas, aunque sin restos óseos debido a la acidez del suelo, que impidió la preservación de los esqueletos. Aun así, los investigadores identificaron una notable cantidad de bienes funerarios metálicos que permiten vislumbrar aspectos clave del contexto social, militar y simbólico de las comunidades allí enterradas.
El INRAP precisó que las tumbas se distribuyen en diferentes sectores y contienen, en cerca de la mitad de los casos, artefactos fabricados en aleaciones de cobre e hierro. Esta riqueza material refuerza la hipótesis de que se trataba de un espacio de relevancia ceremonial y política para las poblaciones celtas de la región central de la actual Francia.
Broches, brazaletes y un sistema estético complejo
Entre los objetos hallados, los especialistas identificaron una variedad de joyas personales que ilustran la sofisticación artística de la época. Se encontraron 18 broches, algunos de ellos con incrustaciones de piedras pulidas y detalles de hoja de plata.
Uno de estos adornos fue datado entre finales del siglo IV y comienzos del siglo III a.C., como describe Smithsonian Magazine. Otro presentaba un diseño de ocelli, figuras en forma de ojo muy valoradas por los artesanos celtas durante los siglos V y IV a.C., explicó Vincent Georges, arqueólogo del INRAP, en diálogo con el medio científico Live Science.
Además de los broches, algunos enterramientos incluían brazaletes de cobre con cierres decorados, uno de ellos grabado con motivos circulares. En la única sepultura con restos cremados se encontró un pequeño vaso ornamentado con bandas rojas y espirales, una pieza que sugiere prácticas rituales asociadas a la transición espiritual o al prestigio del difunto.

Las espadas: poder, simbolismo y técnica
Los hallazgos más destacados del sitio fueron dos espadas que conservaban sus respectivas fundas de aleación de cobre. La primera, de mayor longitud, conservaba anillos que permitían llevarla al cinto, y fragmentos de tela todavía adheridos a su parte posterior.
Esto indicaría que el cuerpo al que pertenecía esta arma se enterró vestido, lo que añade una dimensión material y simbólica al ritual funerario. Según el análisis del INRAP, esta espada corresponde al siglo IV a.C. y presenta todas las características de un arma funcional. Georges afirmó a Live Science que podría haber sido utilizada por un jinete.
La segunda espada, de menor tamaño y con hoja puntiaguda, contenía elementos decorativos insólitos. Mediante escaneos con rayos X se detectaron símbolos grabados, como un círculo y una luna creciente en la parte superior de la hoja. Su vaina estaba adornada con piedras preciosas, al menos dos de las cuales exhiben esvásticas talladas, según informó Smithsonian Magazine.
Aunque comparte la datación del siglo IV a.C., esta pieza fue interpretada como un objeto ceremonial o de prestigio, más que como un instrumento bélico. Georges explicó que, debido a sus características, podría haber sido portada por un líder militar o una figura de autoridad con fines de representación simbólica más que de combate.

El antiguo significado de un símbolo malinterpretado
Las esvásticas encontradas en la espada corta produjeron particular interés por parte de los investigadores. Según Smithsonian Magazine, el uso de este símbolo en contextos premodernos estaba muy extendido y respondía a significados ajenos a los que se le atribuyeron en el siglo XX.
Se documentaron representaciones similares en artefactos de India, África, China, América y Europa. En particular, el arqueólogo Heinrich Schliemann registró más de 1.800 ejemplos de esvásticas en objetos hallados en la actual Turquía.
El diseño fue incorporado en Europa continental por los celtas en el transcurso del siglo V a.C., aunque el significado exacto que le atribuían sigue siendo desconocido. Georges indicó a Live Science que el símbolo estaba presente entre los motivos decorativos populares de la época, sin evidencia de que tuviera connotaciones bélicas o ideológicas similares a las posteriores.

Un territorio en disputa y el contexto histórico
Durante la Segunda Edad del Hierro, aproximadamente entre 450 y 52 a.C., el área donde se ubica la necrópolis formaba parte de la zona limítrofe entre tres grandes tribus galas: los arvernos, los eduos y los bitúriges.
Tal como indicó Smithsonian Magazine, el emplazamiento habría funcionado como cruce de caminos entre territorios con relaciones políticas y militares complejas.
Los investigadores también vincularon cronológicamente estos objetos con eventos históricos clave, como las incursiones celtas en el norte de Italia. En 387 a.C., tribus galas derrotaron a las fuerzas romanas en la Batalla del Alia y saquearon Roma, un episodio que resuena con el periodo en que se estima fue fabricada la espada corta.
Aunque Georges se mostró cauteloso ante posibles especulaciones, reconoció que ambos acontecimientos podrían pertenecer al mismo horizonte temporal.

Cultura, memoria y prestigio funerario
Este conjunto arqueológico refuerza el conocimiento sobre las prácticas mortuorias, los sistemas de prestigio y las expresiones artísticas de las culturas celtas del centro de Europa.
A través de la disposición de los objetos, su elaboración detallada y los símbolos incorporados, se puede inferir una cosmovisión en la que el estatus social, la conexión con los ancestros y el valor simbólico de las armas y adornos cumplían funciones esenciales en el camino hacia el más allá.
Los hallazgos de Creuzier-le-Neuf, según indicó Smithsonian Magazine, no sólo ofrecen datos sobre las tecnologías metalúrgicas del periodo, sino que también permiten reconstruir parte de la vida espiritual y las estructuras jerárquicas de una sociedad cuyos rastros materiales siguen emergiendo con asombrosa precisión.
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