
La montaña de plásticos de un solo uso sigue creciendo y ya es uno de los mayores desafíos ambientales del siglo XXI. Frente a esta crisis global, un equipo de la Monash University dio un paso innovador: logró crear bioplásticos ultrafinos y compostables a partir de azúcares obtenidos de residuos alimentarios, transformando desechos en una posible solución sostenible.
El avance se apoya en el trabajo de bacterias capaces de producir polihidroxialcanoatos (PHA), biopolímeros que, según la revista Microbial Cell Factories, tienen el potencial de revolucionar el empaquetado cotidiano y agrícola al ofrecer alternativas verdaderamente biodegradables frente a los plásticos convencionales.

La motivación detrás de este avance reside en la alarma global por la generación de más de 400 millones de toneladas de plásticos derivados del petróleo al año, materiales que persisten durante décadas en el ambiente.
Tanto Microbial Cell Factories como la nota de prensa de Monash University señalaron que los PHA, producidos por bacterias a partir de recursos renovables, son no tóxicos, degradables en ambientes marinos y compostables en el hogar. Estas cualidades permiten adaptar estos biopolímeros para simular las características de los plásticos tradicionales y reemplazar elementos de un solo uso.
Proceso de producción y diferencias materiales
La investigación, liderada por Edward Attenborough y la doctora Leonie van ‘t Hag, empleó dos bacterias del suelo: Cupriavidus necator H16 y Pseudomonas putida KT2440. Alimentaron a estos microorganismos con mezclas de glucosa y fructosa procedentes de residuos alimentarios, junto con sales y nutrientes. Así, estas bacterias acumularon PHA en su interior.
Posteriormente, el equipo extrajo el biopolímero con solventes y lo transformó en películas ultrafinas de unas 20 micras de espesor.

Estudiaron dos tipos de PHA: el polihidroxibutirato (PHB), rígido y cristalino, y el mcl-PHA, más flexible y amorfo. C. necator alcanzó hasta un 60% de PHB sobre su peso celular con fructosa y 45% con glucosa, con pesos moleculares elevados (0,7–1,3 MDa).
En contraste, P. putida produjo mcl-PHA en proporciones menores (22% con fructosa, 18% con glucosa) y pesos moleculares más bajos (46–47 kDa), con monómeros de cadena media (C6–C12).
El análisis físico reveló diferencias notables: el PHB mostró alta cristalinidad (42%), un elevado punto de fusión (172–175℃ (342–347℉)) y baja elongación (2–8%), similar al polipropileno. P
or otro lado, el mcl-PHA presentó estructura amorfa, baja cristalinidad (1–2%), un punto de fusión mucho menor (42–43℃ (108–109℉)) y alta elongación (300–500%), comparable a los elastómeros. Mezclar ambos materiales en distintas proporciones permitió ajustar la flexibilidad, la resistencia y el comportamiento térmico de las películas.

El equipo analizó mezclas de PHB y mcl-PHA (de 100:0 a 20:80) y observó que elevar la proporción de mcl-PHA reducía la cristalinidad y el punto de fusión de forma paulatina, mejorando la adhesividad y la elasticidad de las películas. No obstante, en láminas delgadas (20 µm), la mejora en flexibilidad resultó limitada, condicionada por la estructura bifásica y la escasa formación de dominios separados.
El uso de espectroscopía FTIR y calorimetría diferencial permitió confirmar que la combinación de ambos materiales brinda la posibilidad de diseñar propiedades a demanda.
Aplicaciones y alianzas comerciales
La proyección de estos bioplásticos, de acuerdo con Monash University, radica en su potencial para envases alimentarios, películas médicas y aplicaciones agrícolas, ya que pueden compostarse junto con los residuos orgánicos. Su producción, a partir de desperdicios alimentarios, favorece el aprovechamiento de recursos y agrega valor ambiental y económico.
Según Edward Attenborough, “esta investigación demuestra cómo los residuos alimentarios pueden transformarse en películas ultrafinas sostenibles y compostables con propiedades ajustables”.

En el plano comercial, Monash University colaboró con empresas como Enzide y Great Wrap a través de los hubs ARC RECARB y VAP, con el propósito de escalar la producción y validar la tecnología en el mercado. El objetivo fue sustituir los plásticos convencionales en sectores donde la compostabilidad y la sostenibilidad resultan esenciales.
La publicación de este avance representó una posible solución para los plásticos de un solo uso. Al ajustar estas biopelículas naturales para satisfacer las demandas de diferentes aplicaciones, la ciencia abrió la puerta a empaques que pueden reincorporarse al ciclo de los residuos orgánicos, fomentando la economía circular y reduciendo el impacto ambiental de los materiales sintéticos plásticos convencionales.
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