
El futuro de las costas y ciudades bajas depende, en gran parte, de la evolución de la Antártida y de la velocidad con que aumente el nivel del mar durante las próximas décadas. El deshielo del continente blanco, escenario descartado a gran escala durante décadas, exhibe patrones similares a los de Groenlandia.
Así lo advierte un reciente estudio internacional encabezado por el Instituto Danés de Meteorología (DMI) y publicado en la revista Nature Geoscience, que alerta sobre la “groenlandificación” antártica y sus posibles repercusiones sobre el aumento global del nivel del mar.
Una estabilidad en entredicho
Ruth Mottram, investigadora principal del DMI, considera que la imagen de la Antártida como una región estable frente al cambio climático quedó superada. “Durante mucho tiempo se ha considerado que la Antártida es más estable que el Ártico. Pero hoy la situación ha cambiado”, afirmó la experta en declaraciones a medios internacionales.

El informe precisa que el hielo marino en la Antártida desaparece, las temperaturas registran incrementos, los flujos de hielo aumentan su velocidad y el agua de deshielo penetra en las grietas de los glaciares, impulsando su desplazamiento hacia el mar. Este proceso, denominado “groenlandificación”, implica que los mecanismos de pérdida de hielo observados ya en Groenlandia ahora se manifiestan en el extremo sur del planeta.
Un laboratorio natural y nuevas tecnologías
Los autores del estudio, una colaboración entre Mottram y seis colegas, describen el uso de la experiencia acumulada en Groenlandia como un laboratorio para analizar los procesos que afectan a la Antártida. El equipo destaca que la criosfera antártica es un entorno dinámico, notablemente influido por variaciones regionales en atmósfera y océano, y que esta dinámica ahora se asemeja mucho más a la de Groenlandia.
El análisis se apoya en un amplio conjunto de mediciones y herramientas tecnológicas. Las observaciones satelitales —incluidos los satélites GRACE y GRACE-FO— permiten detectar variaciones en el campo gravitacional y cambios en la elevación de la superficie, que son usados para cuantificar la pérdida de hielo.

A esto se añaden escáneres de radar y láser para rastrear la velocidad de los flujos de hielo, así como boyas oceánicas y barcos que recogen datos sobre la temperatura y la salinidad de las corrientes responsables del deshielo bajo la superficie. Finalmente, modelos climáticos integran estos aportes para proyectar los posibles escenarios futuros del deshielo y su magnitud.
Diferencias geográficas y su impacto
Comparar el Ártico y la Antártida es crucial para dimensionar el fenómeno. El Ártico o Polo Norte es un océano rodeado de continentes cubierto por hielo marino, mientras que la Antártida, en el Polo Sur, es un continente bajo una vasta capa de hielo rodeado de océano. Esta diferencia determina que el impacto del deshielo antártico sobre el nivel del mar resulte mucho mayor.
Según el DMI, cuando el hielo de Groenlandia se derrite, el nivel del mar disminuye localmente cerca de la isla, pero aumenta en otras regiones. En contraste, la pérdida de hielo antártica distribuye el agua de forma que genera un incremento aún más elevado del nivel del mar en latitudes lejanas, como las costas de Dinamarca, América Latina y España.

Desde los años 90, la Antártida aportó alrededor de siete milímetros al aumento global del nivel del mar, aproximadamente dos tercios de la contribución de Groenlandia en el mismo intervalo, según medios en español. No obstante, el potencial de la Antártida es mucho más elevado: si la capa de hielo de Groenlandia desapareciera por completo, el nivel del mar subiría unos siete metros.
Por su parte, el deshielo total antártico podría elevarlo más de 50 metros, advierte el DMI. Incluso la pérdida de hielo solo en la Antártida Occidental —la región más inestable— supondría un aumento de varios metros, lo cual sería un riesgo directo para millones que viven en zonas costeras.
El porvenir de las costas y ciudades bajas estará determinado por la evolución de la Antártida. La rapidez y la magnitud del ascenso del nivel del mar en las próximas décadas dependerán de los cambios que ya ocurren en el continente blanco. Los resultados subrayan la importancia de continuar los estudios y monitoreo constante para identificar tendencias y riesgos emergentes, frente a la amenaza que supone un entorno cada vez más dinámico y menos predecible.
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