
Hace aproximadamente 252 millones de años, la Tierra fue escenario de la extinción masiva del Pérmico-Triásico, el mayor evento de desaparición de especies en la historia del planeta. Alrededor del 81% de las especies marinas sucumbió, sumiendo los océanos en un estado de crisis que duró cientos de miles de años. No obstante, investigaciones recientes señalan que un grupo de algas microscópicas desempeñó un papel decisivo al sostener parte de la vida marina en medio de ese contexto extremo, especialmente en las frías aguas del actual Ártico noruego.
Un hallazgo en las rocas del Ártico
El archipiélago de Svalbard, en el norte de Noruega, ha ofrecido a la ciencia claves inesperadas. Un equipo encabezado por S. Z. Buchwald y publicado en AGU Advances analizó 32 muestras de roca correspondientes a sedimentos formados antes y después de la extinción del Pérmico. El objetivo: identificar rastros de vida y reconstruir la dinámica de los ecosistemas que afrontaron el mayor colapso biológico conocido.
El análisis reveló un notable incremento en la concentración de dos biomarcadores lipídicos —C33-n-alkilciclohexano (C33-n-ACH) y fitanil tolueno— tras la extinción. Estos compuestos, vestigios moleculares de organismos marinos antiguos, funcionan como indicadores de la abundancia y tipo de vida presente en los mares de aquella época.
En las capas posteriores a la extinción, los niveles de C33-n-ACH eran hasta 10 veces más altos que en las muestras previas, una diferencia que, de acuerdo con la American Geophysical Union, no puede atribuirse a la degradación natural, sino que refleja un auténtico auge biológico. Por su parte, el fitanil tolueno prácticamente no existía antes de la crisis global, pero se multiplicó tras ella, aunque su presencia se detectó solo en Svalbard.
Estos resultados sugieren que distintos tipos de fitoplancton adaptado lograron sobrevivir y prosperar en ambientes extremos, favorecidos por condiciones específicas de temperatura y composición del agua.
Las diferencias entre el Ártico y los trópicos
Para profundizar en la singularidad de Svalbard, el estudio también incluyó muestras de regiones situadas en latitudes tropicales durante el Pérmico, como el norte de Italia, el sur de China y Turquía. Todas estas regiones integraban entonces el entorno del antiguo océano Tetis, que albergaba una biodiversidad marina extraordinaria antes de la crisis.
Sin embargo, en estos entornos cálidos, la abundancia de C33-n-ACH fue significativamente menor y el fitanil tolueno estuvo totalmente ausente. Solo en Italia apareció, en pequeña cantidad, el primer biomarcador tras la extinción, lo que representa la primera evidencia de su presencia en la región tropical del Tetis más allá de China. Pese a ello, la diferencia entre los polos y los trópicos se mantuvo: las algas resilientes se concentraban sobre todo en las latitudes medias y altas, donde encontraron refugio frente al colapso generalizado.

Según la American Geophysical Union, estos hallazgos refuerzan la idea de que los océanos de regiones frías ofrecieron condiciones menos severas durante la extinción masiva, lo que permitió que formas de vida especialmente resistentes —como las microalgas estudiadas— se convirtieran en pilares para la supervivencia.
La vital importancia del fitoplancton resistente
El auge de estos biomarcadores en Svalbard indica que ciertas algas microscópicas supieron adaptarse rápidamente a las nuevas y adversas condiciones ambientales, algo que fue esencial para la reactivación de las cadenas alimentarias en los mares devastados.
El estudio sugiere que estos productores primarios fueron capaces de formar floraciones que sirvieron de alimento para los pocos animales marinos que lograron resistir la crisis, lo que favoreció la lenta, pero decisiva, recuperación de los ecosistemas.
La investigación subraya además que estos microorganismos tienden a concentrarse en aguas frías y ricas en nutrientes, ambientes que durante el Pérmico final resultaron menos afectados por la anoxia —la falta de oxígeno— y el envenenamiento por gases volcánicos, factores letales en los trópicos. Es en este contexto donde el fitoplancton resistente desempeñó un rol de auténtico salvavidas para la biodiversidad marina incipiente.
Rastros que ayudan a entender la resiliencia planetaria
El caso de las microalgas de Svalbard ofrece una lección valiosa sobre la capacidad adaptativa de la vida frente a crisis ambientales extremas. El análisis de biomarcadores en rocas antiguas no solo demuestra la función de estos organismos en la recuperación tras la “Gran Mortandad”, sino que también evidencia cómo los ecosistemas más flexibles pueden convertirse en refugios clave cuando la mayoría de las especies sucumbe.
Este tipo de investigaciones resulta fundamental en la actualidad, cuando el planeta enfrenta retos ambientales sin precedentes. Comprender la historia ecológica profunda brinda claves para anticipar los eventuales efectos del cambio climático y para identificar aquellos factores —como la diversidad de fitoplancton y su capacidad de adaptación— que podrían determinar el futuro de la vida marina.
Así, en medio del mayor episodio de destrucción biológica, el frío Ártico se transformó en un inesperado santuario. Allí, las algas microscópicas, invisibles pero esenciales, se convirtieron en el motor de la recuperación de la vida, demostrando que, frente a la adversidad, la resiliencia biológica encuentra caminos insospechados para florecer.
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