
Un reciente estudio británico ha arrojado luz sobre cómo las cámaras térmicas pueden revelar, de manera objetiva y no invasiva, cómo el estrés se manifiesta en nuestro rostro, especialmente en la nariz.
Esta respuesta biológica, lejos de limitarse a los humanos, puede rastrearse también en simios, lo que abre nuevas vías para entender y mejorar el bienestar animal y humano.
Un experimento frente a las cámaras: así se mide el estrés en tiempo real
Psicólogos de la Universidad de Sussex, en Reino Unido, desarrollaron un experimento destinado a medir el estrés de forma precisa usando cámaras térmicas de alta sensibilidad. Los voluntarios, sin previo aviso, eran expuestos a una situación incómoda: tras un período de relajación escuchando ruido blanco, se les pedía preparar en solo tres minutos un discurso sobre “el trabajo de sus sueños”, que luego debían exponer durante cinco minutos ante un panel de tres desconocidos que los observaba en silencio.
La experiencia era grabada y monitoreada con equipos capaces de detectar los cambios de temperatura en el rostro de los participantes.

Las reacciones fisiológicas fueron inmediatas. “Mientras sentía cómo se me subían los colores a la cara, los científicos captaron el cambio de color de mi rostro a través de su cámara térmica”, relató una participante.
En estas imágenes, la temperatura de la nariz caía rápidamente, “volviéndose azul en la imagen térmica, mientras pensaba en cómo salir airosa de esta presentación improvisada”.
Los resultados fueron consistentes: los 29 voluntarios estudiados experimentaron descensos en la temperatura nasal, con caídas de entre tres y seis grados.
En casos puntuales, la disminución fue de dos grados, atribuida a una redistribución del flujo sanguíneo que el cuerpo ejecuta al buscar enfocarse en posibles señales de amenaza: “Mi sistema nervioso desvió el flujo sanguíneo de la nariz hacia los ojos y los oídos, una reacción física que me ayudaba a mirar y escuchar en busca de peligro”, dijo otro participante.

Un estudio previo, publicado en 2023 en International Journal of Molecular Sciences, identificó que la temperatura de la mucosa nasal humana varía de forma significativa en respuesta a distintos estímulos, y que estos cambios pueden servir como biomarcador fisiológico del estrés.
La investigación señala que la termografía infrarroja permite evaluar, de manera no invasiva, alteraciones vinculadas a la activación del sistema nervioso simpático y los circuitos de respuesta emocional.
Otra investigación anterior, publicada en IEEE Transactions on Biomedical Engineering, demostró que la termografía infrarroja es una herramienta eficaz para monitorear cambios sutiles en la temperatura de las fosas nasales y otras regiones faciales, permitiendo una estimación precisa de las respuestas psicofisiológicas al estrés en humanos de manera objetiva y sin contacto.
El frío en la nariz: un termómetro biológico del estrés

El estrés altera el patrón de irrigación sanguínea en el rostro. El equipo de Sussex identificó que este cambio es especialmente visible en la zona nasal y puede ser cuantificado con precisión mediante cámaras térmicas.
La profesora Gillian Forrester, responsable del estudio, explicó que “incluso alguien entrenada para estar en situaciones estresantes, muestra un cambio biológico en el flujo sanguíneo, lo que sugiere que esta ‘caída nasal’ es un indicador sólido de un estado de estrés cambiante”.
El hallazgo representa lo que los investigadores describen como un “punto de inflexión” en la investigación sobre el estrés, ya que permite observar y medir niveles de ansiedad de manera objetiva, sin necesidad de evaluar únicamente la percepción subjetiva del individuo o depender de cuestionarios.
De la tensión a la calma: recuperación y diferencias individuales

Un aspecto relevante del experimento fue observar el tiempo de recuperación de los participantes tras la prueba. “La mayoría de los participantes se recuperaron rápidamente, la temperatura de sus narices volvió a los niveles previos al estrés en pocos minutos”, afirmó Forrester.
Sin embargo, los científicos señalan que el tiempo necesario para esta recuperación puede variar y convertirse en un indicador de resiliencia frente al estrés.
Al respecto, Forrester plantea: “El tiempo que tarda una persona en recuperarse de esta caída nasal podría ser una medida objetiva de su capacidad para regular el estrés”. Así, las personas que no recuperan en la nariz con normalidad podrían estar en riesgo de padecer ansiedad o depresión. Esta observación pone sobre la mesa el potencial del método para servir como alerta temprana en salud mental.
Además, la técnica destaca por ser no invasiva y al medir una respuesta fisiológica, haría posible aplicarla a bebés o personas que no pueden comunicar cómo se sienten, expandiendo su utilidad clínica.
De humanos a simios: cámaras térmicas en primates

La investigación no solo se centró en voluntarios humanos. Los científicos extendieron el uso de cámaras térmicas a grandes simios en santuarios, con el objetivo de monitorizar el bienestar de animales rescatados de ambientes traumáticos.
Se descubrió, por ejemplo, que mostrar videos de crías de chimpancé tenía un efecto calmante sobre animales adultos del mismo grupo: “Se observó que las narices de los animales que veían las imágenes se calentaban”. Es decir, una respuesta física que se opone a la provocada por fuentes de estrés, equiparable a la tranquilidad que experimentan las personas tras la relajación post-estrés.
La investigadora Marianne Paisley subraya la capacidad de los primates de ocultar sus emociones, lo que hace especialmente útil esta técnica objetiva: “No pueden expresar cómo se sienten, pero pueden ser muy buenos enmascarando sus sentimientos”.
Además, remarca la importancia de revertir el aprendizaje obtenido de los primates, aplicando los avances de la neurociencia en favor de su bienestar: “Ahora sabemos mucho sobre la salud mental humana, así que quizás podamos usar eso y retribuirles”.
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