
Las siestas en la infancia han sido tradicionalmente consideradas una herramienta indispensable para el bienestar y el desarrollo de bebés y niños pequeños. Sin embargo, en la práctica cotidiana, especialmente en el entorno familiar y escolar, surge a menudo una inquietud entre padres y educadores: ¿puede una siesta durante el día impedir que los niños duerman bien en la noche? Este temor lleva a algunos adultos a desalentar el sueño diurno por miedo a que interfiera con el descanso nocturno, generando debates sobre la conveniencia de permitir o no que los más pequeños se duerman fuera del horario habitual de acostarse. En países como Francia, donde la educación preescolar inicia a los tres años y suele incluir sesiones estructuradas para la siesta, el dilema también alcanza a los profesionales que supervisan a los niños. Existe la suposición de que las siestas pueden reducir el valioso tiempo de aprendizaje o alterar los patrones de sueño nocturno, lo que añade complejidad a esta decisión aparentemente sencilla.
Beneficios de las siestas en bebés y niños pequeños, y su relación con el desarrollo cognitivo y la memoria
Mientras persisten las dudas sobre la influencia de las siestas en el sueño nocturno, la literatura científica enfatiza su rol fundamental en el desarrollo infantil. Para bebés y niños pequeños, las siestas diarias están asociadas a avances importantes en la consolidación de la memoria y el desarrollo cognitivo temprano. Esto se debe a que, durante el sueño diurno, el cerebro infante continúa procesando experiencias y aprendizajes recientes, favoreciendo el almacenamiento y la recuperación de información en etapas críticas. Este hábito, sin embargo, suele tender a desaparecer de forma gradual entre los tres y cinco años, aunque el momento preciso varía de un niño a otro según su maduración neurológica y su entorno.
Expertos como Stéphanie Mazza, de la Universidad de Lyon, subrayan que la función de la siesta va más allá del simple descanso físico: actúa como un regulador del estado de ánimo, reduce la irritabilidad, mejora la atención y contribuye a la adaptación en ambientes especialmente estimulantes, como los contextos escolares. Ignorar o limitar las siestas por presiones sociales o temores infundados podría, según indican diversos estudios, afectar el desarrollo integral de los niños en sus primeros años de vida.
Resultados de investigaciones: impacto real de las siestas sobre el sueño nocturno y el sueño total diario

Los avances recientes en la investigación sobre el sueño infantil proporcionan datos concretos para abordar estos temores. Un estudio realizado en escuelas francesas analizó el patrón de sueño de 85 niños de entre dos y cinco años mediante rastreadores en la muñeca y diarios completados por los padres. Los resultados revelaron que, aunque una siesta más larga durante el día podía asociarse a un ligero retraso en la hora de acostarse (alrededor de 6,4 minutos más tarde) y a unos 13,6 minutos menos de sueño nocturno, el impacto real en el descanso general del niño era claramente positivo. En jornada con siesta, el tiempo total de sueño acumulado en 24 horas aumentaba en promedio 45 minutos.
Este hallazgo desmorona la idea de que las siestas “roban” sueño a la noche y respalda la visión de que, lejos de ser perjudiciales, contribuyen a que los niños alcancen la cantidad total de sueño recomendada para su edad. El análisis liderado por Mazza concluye que la siesta representa una fuente valiosa de descanso en la jornada infantil, sobre todo en etapas en las que el aprendizaje y la estimulación sensorial son particularmente intensos.
Recomendaciones internacionales y opiniones de expertos sobre la importancia de la siesta

La postura de los organismos internacionales refuerza el respaldo científico a las siestas en la infancia. La Organización Mundial de la Salud recomienda que los niños de entre tres y cinco años duerman entre diez y trece horas en total durante cada ciclo de 24 horas, una meta difícil de alcanzar solo con el sueño nocturno, especialmente para quienes cursan preescolar o asisten a guarderías con horarios extendidos. En este contexto, la siesta se convierte en un aliado estratégico no solo para cumplir con los mínimos sugeridos, sino también para mejorar el bienestar conductual y emocional de los menores.
Expertos como Mazza y Rebecca Spencer, de la Universidad de Massachusetts, Amhurst, sostienen que no existe motivo para preocuparse si un niño necesita siesta hasta cerca de los seis años. Recomiendan que, siempre que muestre necesidad de dormir durante el día, se le conceda ese descanso sin miedo a que vaya a interferir significativamente en el sueño nocturno. Para ambos especialistas, la siesta no es un disruptor, sino una oportunidad más de reponer energías y afrontar de mejor forma los estímulos del entorno.
Particularidades culturales y necesidad de estudios adicionales en diferentes contextos
Los estudios relativos al sueño infantil, incluido el realizado en Francia, subrayan que existen marcadas diferencias culturales respecto a los hábitos y la duración del sueño infantil en cada país. La edad a la que los niños dejan de dormir siesta, el entorno familiar y las rutinas escolares son variables que pueden modificar la relación entre la siesta y el sueño nocturno. Por ello, investigadores sostienen la necesidad de ampliar el alcance geográfico y cultural de las investigaciones para determinar la aplicabilidad global de los resultados obtenidos hasta ahora y comprender a fondo cómo las particularidades socioeducativas moldean los patrones de sueño infantil. Solo con más estudios específicos será posible diseñar recomendaciones personalizadas y culturalmente sensibles que beneficien verdaderamente a cada niño y familia.
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