
En el árido paisaje del Parque Nacional del Bosque Petrificado, en Arizona, un equipo de investigadores identificó los restos del pterosaurio más antiguo conocido en América del Norte: Eotephradactylus, un reptil volador que vivió hace aproximadamente 209 millones de años, al final del Período Triásico.
El hallazgo, detallado por Smithsonian magazine, aporta información crucial sobre la evolución y dispersión de los pterosaurios en el supercontinente Pangea, y ofrece una visión poco común de un ecosistema anterior a la hegemonía de los dinosaurios.
Excavación en PFV 393: una ventana al pasado triásico
El yacimiento PFV 393, descubierto por el preparador de fósiles Bill Amaral, está situado en el corazón del Parque Nacional del Bosque Petrificado. La zona se caracteriza por una alta concentración de fósiles frágiles y diminutos, lo que llevó al equipo a encapsular el sedimento en yeso para su extracción segura.

Ben Kligman, paleontólogo del Museo Nacional Smithsonian de Historia Natural y coautor del estudio, explicó que estos canales, alimentados por lluvias monzónicas, actuaban como ambientes de baja energía. Esta condición favorecía la acumulación y conservación de huesos delicados durante largos periodos, lo que permitió que restos tan frágiles como los de Eotephradactylus llegaran a preservarse.
Un ecosistema diverso antes del dominio de los dinosaurios
El análisis de los 1.468 fósiles recuperados permitió reconstruir un ecosistema triásico complejo. Los canales albergaban peces escamosos y ranas primitivas, mientras que en las orillas convivían fitosaurios, reptiles similares a cocodrilos, y aetosaurios, animales acorazados que se alimentaban de vegetación e insectos. Junto a ellos, Eotephradactylus sobrevolaba este paisaje, añadiendo una dimensión aérea a la cadena trófica.
Entre los fósiles encontrados también destacan tortugas terrestres con caparazón delgado y púas en el cuello, que evidencian formas tempranas aún no adaptadas al medio acuático. La presencia de al menos 16 especies de vertebrados sugiere que PFV 393 funcionaba como un mosaico de hábitats donde distintos organismos coexistían en nichos ecológicos diferenciados.
Eotephradactylus: un reptil volador en los inicios del vuelo

Los restos de Eotephradactylus son escasos: una mandíbula inferior con dientes, un diente aislado y un hueso de un dedo. No obstante, poseen rasgos anatómicos característicos de los pterosaurios, como huesos huecos y ligeros, fundamentales para el vuelo. Estos reptiles, emparentados con los dinosaurios, pero pertenecientes a una rama evolutiva distinta, desarrollaron alas formadas por piel extendida entre el cuerpo y un dedo alargado.
El desgaste observado en sus dientes indica una dieta basada en presas de caparazón duro, posiblemente los peces escamosos del canal. Esta relación ecológica sugiere que Eotephradactylus utilizaba regularmente los cursos de agua como fuente de alimento, lo que explica su preservación en este entorno particular.
Dispersión y supervivencia: el vuelo como ventaja evolutiva
La identificación de Eotephradactylus representa el registro más antiguo de un pterosaurio fuera de Europa. Este descubrimiento amplía el conocimiento sobre la expansión geográfica de los pterosaurios durante el Triásico.
Gracias a su capacidad de vuelo, estos reptiles pudieron colonizar nuevos hábitats a lo largo de Pangea, lo que habría sido clave para su supervivencia tras la extinción masiva provocada por eventos volcánicos al final del período.

Natalia Jagielska, paleontóloga de la Universidad China de Hong Kong, destacó que los fósiles de pterosaurios son extremadamente raros debido a la fragilidad de sus huesos. Subrayó que el vuelo fue una adaptación crucial: “Volar es una adaptación útil para la supervivencia, ya que permite recorrer enormes distancias para satisfacer las necesidades alimentarias”, afirmó.
Otras especies y la ausencia de depredadores conocidos
PFV 393 también reveló fósiles de alto interés, como una mandíbula que podría pertenecer a antiguos protomamíferos considerados extintos al final del Triásico. Aunque la especie no fue identificada con certeza, el hallazgo sugiere una diversidad faunística aún subestimada en esta región.
Llama la atención la ausencia de dinosaurios, cocodrilos depredadores u otros grandes vertebrados terrestres típicos de yacimientos similares. En cambio, PFV 393 parece representar un hábitat húmedo con predominio de fauna acuática y de ribera, lo que refuerza la hipótesis de una ocupación diferenciada de ecosistemas por grupos específicos durante el Triásico.
Reducción de la brecha temporal y nuevas perspectivas

Antes de este hallazgo, existía una brecha de 12 millones de años entre la extinción masiva del Triásico y los fósiles más recientes conocidos en la región. La nueva colección redujo esa brecha a ocho millones de años, proporcionando una imagen más detallada de la fauna que habitaba los arroyos ecuatoriales de hace más de 200 millones de años.
El contexto geológico del Bosque Petrificado, ubicado en la región de las Cuatro Esquinas, revela que los canales fluviales y las lluvias intensas jugaron un papel decisivo en la conservación de restos fósiles. Este tipo de sedimento puede ofrecer pistas sobre otros ecosistemas similares a lo largo de Pangea.
Valor paleontológico de PFV 393 y proyecciones futuras
La diversidad de fósiles hallados en PFV 393 y el descubrimiento de Eotephradactylus refuerzan la importancia de los depósitos fluviales como reservorios de información paleontológica.
Los científicos consideran que otros yacimientos de características similares podrían contener especies clave para comprender la evolución de los reptiles y otros vertebrados antes del auge de los dinosaurios.
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