
Las formas de vincularse afectivamente están en transformación. Nuevas dinámicas, modos de convivencia y maneras de nombrar —o no nombrar— las relaciones dan cuenta de un escenario distinto al que predominaba hace apenas unas décadas.
En este contexto, especialistas consultados por Infobae buscaron comprender qué hay detrás de estos cambios. Cómo se configura hoy una relación, qué lugar ocupa la autonomía y qué sucede con las expectativas de estabilidad son algunas de las preguntas que emergieron.
El fin de los rótulos
La psicóloga y escritora Beatriz Goldberg, especialista en vínculos, plantea que “cuesta etiquetar al otro”, y lo interpreta como un síntoma de época. En diálogo con Infobae, señaló: “Antes uno decía claramente ‘es mi novio’, ‘mi esposo’, ‘estoy comprometido’. Hoy muchos quieren las ‘no etiquetas’”.
Según Goldberg, ese rechazo a las definiciones aparece justificado en nombre de una supuesta flexibilidad, pero en muchos casos oculta una dificultad estructural: “Parecería que no queda fijado el otro. El problema actual es el individualismo y el no etiquetar. Es como que si yo me comprometo con alguien más a fondo, dejo de ser yo mismo”.

Por su parte, la psicoanalista María Fernanda Rivas, de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) coincidió en que muchas parejas eligen no comprometerse emocionalmente. En su análisis, esta tendencia responde a un desplazamiento del modelo tradicional: “El matrimonio o la pareja estable han sido desde siempre construcciones sobre las que han recaído fuertes cargas de idealidad. Hoy parecería abrirse paso una concepción que considera las vicisitudes de la vida afectiva y la convivencia como cuestiones sujetas a la voluntad de sus integrantes”.
La falta de etiquetas no elimina la necesidad de acuerdos. Por el contrario, la ausencia de definición puede generar ambigüedades y malentendidos que terminan dañando el vínculo. Goldberg sostuvo que en toda pareja “hay una negociación. Se pueden mediar, hablar y poder negociar ciertas cosas. Incluso se puede negociar la libertad”, pero para eso debe existir una base común, y eso implica reconocer la relación y sus implicancias.
Por su parte, la ex coordinadora del Departamento de Parejas y Familias de APA, Rosalía Álvarez, advirtió ante la consulta de Infobae: “Los paradigmas de los vínculos de pareja han cambiado. Hoy las relaciones de pareja no son tan interdependientes”.
“Actualmente, existen parejas muy sólidas afectiva y sexualmente que no han sentido necesidad de ‘legalizar’ la relación”, sentenció.
Modalidades afectivas sin continuidad

En los consultorios terapéuticos, son frecuentes las consultas por relaciones “que no se sabe bien qué son”, según los expertos consultados. Lo que antes se denominaba pareja estable ahora puede aparecer como un vínculo ocasional, intermitente o a demanda. “Hay parejas del fin de semana. También hay parejas que yo denomino ‘te llamo cuando te necesito’, que a veces sí, a veces no, sin etiquetas. He tenido muchos casos así”, aseguró Goldberg.
Estas relaciones se configuran en base a la disponibilidad momentánea y la ausencia de compromiso sostenido. A veces, son elegidas por ambas partes. Pero muchas veces, uno de los dos se adapta a un vínculo asimétrico para evitar la pérdida: “Aceptan esto con tal de no perder la pareja”, afirmó Goldberg. El riesgo de este tipo de vínculos, para la especialista, es que “al final se termina perdiendo igual”.
En ese tono, de acuerdo a Rivas, “algunas parejas eligen una modalidad ‘cama afuera’ o LAT (Living Apart Together) para conservar independencia y evitar los roces cotidianos que suponen la convivencia”. Esta opción, señaló, se observa en vínculos posteriores a separaciones, donde hubo hijos, y puede responder al deseo de evitar ensamblajes familiares complejos o preservar la autonomía.
Por su parte, Rosalía Álvarez destacó un fenómeno creciente: parejas con casas separadas. “Sostienen emocional y sexualmente la relación sin responsabilidades hogareñas, lo cual aparta a la pareja de la rutina y sostiene el deseo”, explicó. Esta modalidad se da con mayor frecuencia en vínculos sin hijos y responde, según Álvarez, a la necesidad de conservar autonomía personal sin sacrificar la conexión afectiva o erótica.

El miedo a lo emocional
Evadir el compromiso no se limita a una estrategia racional. Tiene un fuerte componente emocional. Goldberg aseguró que hoy “cuesta más desnudarse emocionalmente que físicamente” y que muchas personas evitan profundizar un vínculo por miedo a ser rechazadas, a perder autonomía o a perder el control.
Este temor se intensifica en quienes han atravesado vínculos simbióticos o relaciones tóxicas. “Cuando uno no lo trabaja bien, después quiere a alguien que tampoco lo valore, lo respete y desde otro lugar no tiene esa seguridad emocional”, precisó.
Anteriormente, un ensayo en la revista especializada Psychology Today también destacó que el compromiso percibido es el mayor predictor de felicidad en una relación. Un estudio de 2020 encabezado por la psicóloga Samantha Joel sobre más de 12.000 parejas determinó que “incluso pequeños sentimientos de compromiso asimétrico pueden predecir infelicidad en la pareja”.
Bajo estos preceptos, Rivas introdujo un matiz clave: “Es importante discriminar si este modo de funcionamiento tiene que ver con el respeto por la individualidad o si deviene de una imposibilidad crónica de construir un ‘nosotros’”. La experta postuló que las parejas saludables logran establecer un “espacio vincular”, un lugar emocional sostenido en el tiempo, más allá de la convivencia.
En paralelo, la publicación de Psychology Today señaló que el amor duradero requiere exposición repetida y familiaridad creciente, lo que contradice la lógica de los vínculos intermitentes. Según la “teoría de la mera exposición”, cuanto más tiempo se pasa con alguien, más se tiende a apreciarlo, siempre que exista una base de confianza. Pero esta dinámica se erosiona cuando el miedo, la evitación o el sobreestímulo externo —como las redes sociales— fragmentan la atención emocional.

Libertad o evasión
La aparente libertad de las relaciones actuales, sin estructuras ni códigos fijos, puede funcionar como una forma de evasión. Goldberg subrayó: “El problema no es convivir, sino que la gente siente que si convive pierde su individualidad: ya no puede bañarse cuando quiere, comer cuando quiere, no tiene que conciliar nada con el otro”.
Esa percepción se traslada también a la maternidad o la paternidad. “Ahora hay una mayor tendencia a no tener hijos porque se lo piensa mucho, se lo ve como el fin de la libertad. Por eso incluso hay más perros que hijos”, repasó.
En coincidencia con esta mirada, Rivas señaló que fenómenos como la baja natalidad pueden vincularse con “una deserción frente a estructuras tradicionales” y una tendencia a evitar la reproducción como forma de resistencia. “Más allá de los cambios de las épocas, lo importante es observar si esto responde a una decisión consciente o a una imposibilidad estructural de vincularse”, planteó.
La lógica de evitar cargas, responsabilidades o compromisos profundos puede ofrecer una sensación de control, pero al mismo tiempo limita la posibilidad de construir una vida compartida.
En este escenario, la pregunta sobre cómo se redefine el amor de pareja hoy permanece abierta. Lo que parece claro es que sin compromiso, sin acuerdos mínimos, sin autenticidad emocional y sin diálogo, el vínculo corre el riesgo de no consolidarse. Como concluyó Goldberg: “Lo más saludable es cuando hay un pequeño compromiso, porque si no hay compromiso, no hay normas y no hay pautas”.
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