“El humor estuvo presente toda mi vida”, dice Hugo Varela, aunque afirma que en su recorrido artístico primero llegó la música. “Mi viejo tocaba la guitarra, cantaba y me pasó los primeros acordes”, recuerda.
De su infancia en Córdoba, el humorista también rememora las mudanzas reiteradas y su deseo de tener una casa estable en aquel entonces: “Iba cambiando de colegio y tenía problemas con los amigos, que también cambiaban”. Hoy, sin embargo, encontró su círculo, y se define a sí mismo como una persona cuidadosa de sus amistades. “Tengo de todo pelaje, no soy un interesado”, relata Hugo, que prepara su show por streaming para el 22 de noviembre.
El artista recibe a Teleshow en su hogar, el mismo en el que transitó la cuarentena. “Es un lugar muy grande, con un escenario y mi taller”, describe el artista, mientras invita a un recorrido virtual. “Vamos a hacer una visita muy secreta”, anuncia, y muestra sus herramientas con las que fabrica objetos e inventos, los cuadernos donde idea sus creaciones, instrumentos carísimos, una mesa de pool, y finalmente su escenario, con su propia tarima de sonido. Todo aquello forma parte de la intimidad de Varela.
—¿Te pegó para el lado de la creación la pandemia? ¿Te dieron ganas de sentarte a escribir, o fue pesado?
—Sí. De hecho hice algunos temas que los largué a las redes como un regalo. El tango “El virus cabrón” y “Chacarera del barbijo”. Incluso, había armado un bolero: “Asintomática”. Era una mina asintomática, había problemas afectivos.
—¿Se puede hacer humor con todo?
—El tema está en el momento. En el humor, la oportunidad es fundamental. En general, contar o meter las cosas más dramáticas dentro de lo humorístico te ayuda a salir un poco de la angustia. Pasado el tiempo, a veces se convierten en anécdotas. No sé... Un tipo se cayó de determinado lugar, en un restaurante, un drama para él. Después de mucho tiempo, puede ser una anécdota interesante para contar y reírse de lo que pasó.
—¿A vos te ha pasado? ¿Te salvó el humor o te rescató de momentos difíciles?
—Estuvo presente en toda mi vida. La creatividad, en general. El humor te ayuda a pararte de otra manera frente a los problemas que tenés. No los soluciona, pero te da nuevas posibilidades de ver la situación desde otro ángulo. Sacarle dramatismo a lo que no tiene y dejar más nítido lo esencial.
—En tu historia, ¿qué fue primero? ¿El humor o la música?
—En lo consciente, la música, porque mi viejo tocaba un poco la guitarra, cantaba y me pasó los primeros acordes. Empecé a tocar con una guitarrita chiquita. No sé si ya en esa época hacía algunas monerías como para hacer reír a la gente. De eso tuve conciencia más adelante. El humor lo llevaba en el ADN.
—¿Cuál era el sueño cuando eras chiquito?
—Tuve una infancia bastante complicada porque mis padres se mudaban permanentemente. Eran buena gente, no los perseguía la Justicia ni nada, pero se mudaban. En esas mudanzas, iba cambiando de colegio, tenía problemas con los amigos que también cambiaban. La casa estable era un sueño en ese momento. Después mi vida siguió, y seguí mudándome solo. Es increíble. Este lugar donde estoy ahora lo siento como la casa para ya quedarme.
—La ambición pasaba más bien por quedarte quieto en un lugar, por cierta estabilidad.
—Sí, tenía eso. Después apareció el humor, en el camino. Me recibí de Magisterio y estudié Arquitectura: llegué como hasta cuarto año. En el dibujo andaba muy bien, era muy buen perspectivista. Desde muy chico dibujaba. Mi vieja era profesora superior de Bellas Artes, permanentemente estaba rodeado de cuadros, óleos, telas, marcos, y a mi viejo también le gustaba la cosa artesanal: fabricaba esos aviones con costillitas. Era enólogo, nada que ver, pero le gustaba mucho la poesía: cuando era chico me leía el Martín Fierro.
—¿Costaron los cambios de colegio?
—Sí, sobre todo la relación con los amigos, porque se cortaba, iban cambiando. A los 19 años me mudo aquí, a Buenos Aires, esto de las mudanzas fue en Córdoba, y empecé de cero.
—Habiendo pasado por esa infancia, ¿hoy, sos buen amigo?
—Soy bastante cuidadoso de los amigos. Tengo de todo pelaje, no soy un amigo interesado. Me gusta la gente que está cuando la necesitás. En este momento estamos en red, nos hablamos, nos contamos cosas. Además, soy medio amigote de cartoneros que pasan por enfrente de mi casa. Soy juntador de objetos y tengo una gran valorización por el tipo que hace un trabajo, aprendí a valorizar las herramientas. Entra la creatividad, por supuesto: he fabricado objetos rarísimos.
—¿Tus amigos cartoneros te ayudan en la búsqueda de estos materiales?
—No dirigidamente. A veces veía pasar uno que traía unos caños de cartón muy grandes, entonces le decía: “¡Che!, esperá que esto me sirve”. Y negociábamos. Otro me bajó un termotanque que quería para fabricarme algo. A veces, en talleres mecánicos.
—Es colaborativo el asunto.
—Sí, sobre todo con las ideas, porque quiero hacer una fantasía: con cualquier cosa quiero hacer un instrumento.
—En tus shows tenés mucho vínculo con el público. ¿Cómo hacés con los espectáculos por streaming?
—Es una fantasía. Me hace acordar un poquito… Antes, los vendedores de colectivos eran famosos porque el tipo entraba y vendía. “Amigos, quiero ofrecerles… Sí, señora, ya le voy entregando”, decía. Como que hacía una comunicación.
—Un acting con alguien que no estaba comprando nada.
—¡Exacto! Charlaba con la gente. Hubo un personaje maravilloso en Mar del Plata que tenía un programa de radio, también en Uruguay, y hacía como que estaba en la playa. Tenía una cabinita y un sonidista que le metía los efectos especiales de ruido de playa, de gente, y el tipo decía: “Estamos acá, es un día espectacular, lleno de gente, el sol está picando fuerte. ¡Cuidado, señora! ¡Déjeme pasar! A ver, el pibe este, que no me pise el cable, por favor”. Iba haciendo toda una recreación. Me tenía que hacer una nota y decía: “¿A ver quién viene ahí? Me parece que viene... Ah no, me pareció que era… ¡No, sí, es! ¡Lo reconocí por la barba! Hugo, ¿cómo estás?”. Te imaginabas en la playa, a muerte.
—Hay que apelar a eso.
—De todos modos, extraño a la gente, extraño al público, es irreemplazable. Es como hacer un asado virtual (risas).
—Se empiezan a abrir posibilidades de teatro. ¿Para el verano estás pensando algo?
—Estoy esperando a que se vayan acomodando los bultos. Hay muchos que están desesperados por empezar a hacer algo, y todavía hay que tener un poquito más de paciencia para acomodarnos.
—¿Cómo nos preparamos para el streaming? ¿Cuál es el plan ideal para recibir a Hugo Varela en casa?
—Ponerse en actitud de participar con el humorista. Por mi estilo de humor, trato de jugar con el público, que participe, integrarlo. Acá también se intenta eso. Es una magia. La gente cuando acepta un código, como los chicos, aparece el títere y dice: “Soy el lobo”, y el chico afirma. Si acepta el código, puede disfrutarlo. El humor es de a dos, como un diálogo.
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