“No en todos los países funcionan las mismas canciones”, advierte el Bahiano sobre el repertorio de su primer show por streaming que podrá verse en simultáneo en distintos puntos del mundo. “Gracias a Dios sigo estando vigente en mucha gente”, destaca el cantante, quien -con 33 años de trayectoria- prepara Home Sweet Home, el espectáculo en vivo que podrá verse este viernes a las 22.
Bahiano se encuentra viviendo en la Ciudad de Buenos Aires desde hace más de un año. Y dice que en este contexto de pandemia, las pantallas lo salvaron. “Tener contacto con la gente a través de los streamings y los vivos hace que te sientas rescatado”, explica, si bien reconoce que “los primeros meses fueron durísimos”.
Además, en esta entrevista con Teleshow, el músico recuerda sus épocas de conductor de televisión, su adolescencia en plena dictadura y las muchas noches que sus padres tuvieron que ir a sacarlo de la comisaría. “Desbarranqué, me fui al pasto montones de veces. Pero volví”, confiesa ahora.
—En todos estos años, ¿qué canción te sorprendió porque no pensabas que iba a funcionar tan bien y la rompió?
—"Sin cadenas" es una canción bastante autorreferencial, que escribí para Pericos y es parte del disco Mystic love. La sentía muy intensa pero interna, en género reggae, pero más personal. No sé si era para un corte y me sorprendió muchísimo. Cuando uno larga algo, el universo lo modifica y lo toma, el albedrío de cada uno lo hace propio. Pasa con las canciones más pavotas hasta con las más inteligentes, por así decirlo. Eso pasó con “Sin cadenas”. Otra es “Waitin”, también para Pericos. No creía para nada en esa canción, la había cantado en fonética. “Vamos a hacer esto y vamos a grabarla porque es lo que hay”, y los chicos me decían “va a ser un hitazo” y yo apostaba más por “Me late”. Y no. “Waitin” resultó siendo algo increíble también. La última vez que la escuché fue cantada por Ali Campbell, quien fuera cantante de UB40... La escuché desde otro lugar y decía: “¡Guau!, esto lo escribí yo”. Después hay muchas. Uno siempre tiene perspectivas y ansiedades con las canciones porque, por más que uno las componga, el veredicto final lo tiene la gente.
—Son 16 años como solista. Cuando decidiste encarar ese camino, ¿creés que hubo gente que quería que te vaya mal?
—A mucha gente no le gustó que me haya apartado. Obviamente, tiene que ver con la fanaticada más que nada; era inmanejable. En situaciones de separaciones, en un ámbito que tenía que ver con el espectáculo, iba a haber gente que no iba a estar de acuerdo.
—En ese entonces te fuiste sin nada concreto.
—No tenía absolutamente nada y estaba desgastado por muchas cosas: lo que implica una relación de casi 18 años, el día a día continuo y mucha gente dentro de esa relación. Era la cara visible y motor, también, dentro del grupo. No tenía nada planeado. Que haya arrancado en el 2005, mi despedida fue en el 2004, fue también por mi familia.
—¿Ellos te alentaron a encarar la siguiente etapa?
—Mi mujer de ese momento me dijo: “¿No vas a grabar?”. Los amigos más cercanos, Afo Verde: “Negrito, tenés que grabar”. Yo. nada. Y aparece el productor Luciano Olivera, lo conocía de otros tiempos, y me dice: “¿Te animás a entrevistar?”. Y le digo: “Sí, claro”. Le tengo miedo a muy pocas cosas. “¿Qué hay que hacer?”. “Estamos armando un programa que se va a llamar MP3…”. Me vino como una bisagra divina, bendecida, que tenía que ver con algo que me llamaba la atención, que eran los medios de comunicación, y me zambullí sin pensar.
—¿Fue un oxígeno en ese momento? ¿Un rescate?
—Claro, porque por más que uno esté en la música, en un lugar súper cómodo con un nombre de banda instalado, no tenía pensado un horizonte musical. Después, cuando fui entrevistando músicos, me veía del otro lado y preguntaba qué estaban haciendo, y me llenaban de información.
—Ahí empezó a picar.
—Apareció Afo Verde y grabé mi primer disco. Empezamos a trabajarlo y salió en el 2005.
—En todo este tiempo, ¿en algún momento dijiste: “Me pongo una carpintería”, o te cansaste de la música, te desilusionaste?
—No, siempre a mi ritmo, voy pasito a pasito. Nunca me desilusionó la música. A lo mejor, en ciertos momentos, me desilusionó la industria musical, pero no la música. Me costó muchísimo estar donde estoy, después de 16 años. Como solista no fue nada fácil. Mucho tiempo hubo como un: “¿Y qué va a hacer el Bahiano?”. Cuando saco el primer disco, empezaron las comparaciones. Era mi primer disco como solista contra todo un historial.
—Te habías dejado la vara muy alta a vos mismo.
—Me había dejado la vara muy alta. Escuchaba las canciones que había escrito y que cantaba cotidianamente, durante muchos años, y sentía que estaba… Te hacían competir... Lamentablemente, la industria te hacía competir. También, obviamente, la fanaticada, a ver qué te gusta más, qué no te gusta. Toda una situación bastante engorrosa.
—¿Te arrepentiste alguna vez de ese paso?
—No.
—¿Qué queda del Fernando repartidor de la panadería?
—Mucho. Laburé con mi viejo que era panadero, mis viejos fallecieron ya hace unos años, y mi primer laburo lo tuve con él y aprendí muchísimo. Mis viejos hicieron su inversión muy grande en mi educación. Fui a la Escuela Argentina Modelo y me echaron en tercer año.
—¿Te echaron? ¿Fuiste un adolescente que dio muchos dolores de cabeza?
—Mis viejos eran de una generación que tenía mucho miedo. No había un apoyo, era como que me iba a pasar algo malo. Eran muy cuidadosos conmigo. Yo hacía cosas de supervivencia, de chico, y siempre era una cuestión de: “¡Mirá lo que hiciste! Ahora cuando se entere tu papá…”. Me sentía incomprendido. ¿A quién no le pasa en la adolescencia pensar que todo el mundo está en contra de uno?
—¿En algún momento estuviste en peligro? ¿Te escapabas de tu casa o llegabas muy destruido?
—Me asustaba porque sentía bombas. Mi infancia y mi adolescencia fueron bajo dictaduras militares. Vivíamos en Montevideo, entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear, a una cuadra de la casa de (Pedro) Aramburu. Cuando lo secuestran, frente al colegio Champagnat, todo el barrio comentaba que había pasado algo con un militar.
—¿Entendías lo que pasaba?
—No entendía. Era cotidiano ver militares y demás. Mis papás entendían un poco más, pero yo estaba tratando de vivir mi vida. Por eso, también, ellos tenían miedo. En esos momentos, tenías 16 años, ibas al Café Einstein, al Zero Bar, al Parakultural y terminabas en un colectivo que te venía a buscar de la comisaría. La razzia, la redada… Mis casas eran la 19, la 21, la 17... Terminábamos ahí y mi mamá me iba a buscar y decía: “¿Qué hizo?”. “Nada, es por averiguación de antecedentes”. Y estabas adentro de un calabozo con cualquiera.
—De alguna manera es lógico que tus padres tuvieran miedo en ese contexto.
—Obvio, pero yo necesitaba ver música, conectarme con otro mundo. Mis viejos me fueron a buscar a las comisarías, pero porque tenía un arito en la oreja o porque estaba rapado en la cabeza, o por usar borceguíes. Era diferente al resto de la gente.
—Eras diferente en un momento en el que serlo te podía costar no volver a tu casa.
—Te podía costar mucho porque estaban muy empoderadas las armas. Uno tiene sus vaivenes en la vida, nadie va en el mismo carril. A estas alturas ya no, pero desbarranqué, me fui al pasto montones de veces, y volví.
—¿Cómo se prepara la gente para el show?
—Va a ser desde un estudio, con una puesta escénica, iluminación, visuales. La gran convocante son las canciones y la gente. Me voy a dar lujos y licencias de versionar temas que marcaron la vida de muchos y la mía propia, otro concepto musical. El ámbito de streaming da esa oportunidad de jugar con la música porque, a lo mejor, en un show en vivo la gente quiere saltar, vibrar. Esa sensación no la voy a tener. Entonces, voy a jugar mucho con mi imaginación. Es un desafío enorme que cuando termine una canción no haya aplausos porque la gente también es parte del show. Va a haber emoticones, pero in situ, en el momento de terminar la canción, en el último “trang”, es “cri, cri, cri...”.
—Del otro lado, igualmente la gente festeja. Es un mimo al alma tener a los artistas en este contexto, aunque sea a través de una pantalla.
—El secreto es que la estemos pasando bien dentro y eso se transmite con la pantalla y la gente lo va a poder disfrutar de esa manera.
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