
Un hombre de 27 años yace completamente anestesiado en el centro de un quirófano. Lo rodean cuatro cirujanos cardiovasculares, dos instrumentadoras quirúrgicas, un anestesiólogo y un técnico que lo asiste, tres neumonólogos, tres cardiólogos y un perfusionista. Pasará unas diez horas en ese quirófano: van a bajarle a la mitad de lo habitual la temperatura de todo el cuerpo, van a pararle el corazón, van a vaciarle de sangre el cuerpo entero.
Después van a volver a subirle la temperatura hasta que llegue a los 37 grados, van a poner su corazón a funcionar, van a empezar a despertarlo. Y en el medio de todo eso, en 50 minutos críticos, van a curarle la enfermedad que le detectaron hace unos seis años y que lo tenía cada vez más cerca de la muerte.
Historia de un diagnóstico
“Cuando me dijeron que el tratamiento medicamentoso ya había llegado a su techo pero que existía la posibilidad de operarme, yo supe que esa opción era a todo o nada. Claro que siempre da miedo someterse a una operación y sobre todo a una operación tan compleja, pero mi vida tal como estaba ya no me permitía proyectar nada, ni cumplir ninguno de mis sueños, ni mirar hacia el futuro”, dice Oscar Madrid, que nació en Tegucigalpa, la capital de Honduras, y vive allí junto a sus padres. Lo dice desde el departamento de San Telmo en el que se instaló el 26 de enero, cuando llegó a la Argentina para que le salvaran la vida.
La historia de su enfermedad bipulmonar, una de las consideradas raras, empezó hacia 2019, cuando Oscar ya estudiaba Medicina en su ciudad natal. “Lo primero que sentí fueron dolores fuertes en las piernas, que además estaban rojas. En ese momento yo estaba con sobrepeso y, como ya estaba en la universidad, lo atribuí a ese sobrepeso y a estar mucho tiempo parado en las prácticas de la carrera. Pero un día presenté mucha dificultad respiratoria y ese día mi mamá no dudó y dijo ‘hijo, esto no está bien, vamos al médico’”, reconstruye Oscar, en diálogo con Infobae.

Le detectaron coágulos en todo el cuerpo. Le hicieron biopsias porque pensaban que era cáncer, pero no era. Buscaron enfermedades cada vez menos prevalentes y más complejas y, tras ocho meses de falsos negativos y falsos positivos, hubo un diagnóstico: síndrome antifosfolípido (SAF). Se trata de una enfermedad autoinmune que afecta a entre 40 y 50 personas por cada 100.000 y que, en general, impacta más en mujeres que en varones.
El cuerpo de Oscar empezó a generar trombos, especialmente en las piernas, y esos trombos desencadenaron tromboembolismo pulmonar (TEP) en dos ocasiones. “Cuando ocurrió el primero, no tuve mayores complicaciones. Se me llenaron de coágulos los pulmones pero, con medicación, se pudo intervenir a tiempo. No sufrí limitaciones”, cuenta.
Pero el cuadro se agravó: “Después de eso, estuve dos semanas mal medicado y tuve un segundo episodio de un tromboembolismo pulmonar, que si es súbito uno puede morirse, y que si no se atiende a tiempo, uno termina muriendo porque crece cada vez más la dificultad respiratoria”, describe Oscar, que en medio del deterioro de su salud logró recibirse de médico, tal como Andrea, su novia desde hace diez años.
Casi en el 95% de los casos, los trombos que llegan al pulmón en el caso de un paciente de SAF no causan un gran daño. Pero en entre el 4% y el 5% de los pacientes, el daño sí es grave porque el órgano no logra eliminar esas obstrucciones: cuando eso ocurre, el paciente sufre una nueva enfermedad, la hipertensión pulmonar tromboembólica crónica. Ese fue el escenario de Oscar, cuya disnea, es decir, dificultad para respirar, no paró de empeorar.
Ese deterioro le presentaba un escenario no sólo cada vez más limitante para su vida cotidiana, sino también potencialmente fatal. “A los diez años del diagnóstico de hipertensión pulmonar, sólo el 30% ó 35% de los pacientes están vivos, y con una vida diaria en la que, según nos han dicho pacientes a los que hemos operado, llegan a tener que elegir entre respirar y comer, porque las apneas que hacen en una operación tan sencilla como comer resulta completamente agobiante”, le explica Marcelo Nahin a Infobae. Es el cirujano cardiovascular que encabezó la operación a la que Oscar se sometió hace menos de dos semanas en el Hospital Británico.

La gravedad del cuadro aumenta porque los trombos obstruyen cada vez más la arteria pulmonar, lo que no permite oxigenar la sangre lo suficiente como para llevar una vida saludable, y también porque, por esa obstrucción, el ventrículo derecho del corazón tiene que esforzarse cada vez más para hacer llegar la sangre que envía a los pulmones. “El paciente termina muriendo por la insuficiencia cardíaca alojada en el ventrículo derecho”, describe el médico.
Una segunda oportunidad
“Cuando mi médico me informó que existía una opción quirúrgica y que era curativa, sentí que era una segunda oportunidad de vida. Pero lastimosamente es una cirugía que no se hace en mi país, así que con mis padres averiguamos en San Diego, California. Allí se desarrolló la operación que podía salvarme. Pero para nosotros era impagable”, describe Oscar.
Como es médico, entendía mucho más que el paciente promedio sobre su enfermedad y sobre la cirugía que requería. Investigó en la web y en las redes sociales para ver cuáles eran sus opciones. “Vi que la cirugía se hacía, por ejemplo, en Chile, México, Colombia y también en Argentina. Encontré al doctor Nahin en Instagram y me contacté con él. Hicimos varias entrevistas virtuales y decidimos venir a hacer la cirugía aquí, a este país que ninguno de nosotros conocía y al que estaré agradecido para siempre”, cuenta Oscar. Operarse en Estados Unidos costaba diez veces más caro que hacerlo en el Hospital Británico, según afirma.
Llegó a Buenos Aires el 26 de enero y llevó dos meses llevar a cabo los estudios que confirmaran fehacientemente su diagnóstico y, sobre todo, estabilizarlo para llegar en las mejores condiciones al quirófano. Hubo que retirarle la mitad de la medicación que venía tomando, esperar a que sus riñones y su hígado se descongestionaran y que su cuerpo eliminara todo el líquido que retenía.

“En todos estos años, fui perdiendo cada vez más capacidad respiratoria. Nunca bajé los brazos, ni me quejé, ni me sentí una víctima. Mi familia, mi novia y mis amigos me acompañaron en todo. Pero llevaba una vida cada vez más limitada y no podía soñar con el futuro”, dice Oscar. Al principio, se agitaba al caminar unas cuadras. Después una sola. Después algunos metros. Necesitaba ayuda para vestirse, bañarse o atarse los cordones. Dormía con asistencia de oxígeno y, sin hacer esfuerzo, su saturación de oxígeno era de no más de 88% u 89%, un nivel muy por debajo del 95% que se considera como límite para requerir atención médica rápidamente.
“Mientras me ponía en la mejor forma posible para la cirugía, siempre con un taxi desde la puerta del Airbnb hasta el lugar, conocí algunos lugares: el Obelisco, el Barrio Chino, el Jardín Japonés. Buenos Aires es preciosa”, dice, y sonríe. Hubo videollamadas a diario con sus familiares, con Andrea, con algunos amigos: gente que monitorea sus novedades médicas y su estado de ánimo a 6.400 kilómetros de distancia.
Diez horas “a todo o nada”
Tromboendarterectomía pulmonar. Así de difícil se llama la cirugía que le hicieron el 31 de marzo a Oscar Madrid. Todo empezó a las siete de la mañana de ese día, cuando lo bajaron al quirófano. Prepararlo y anestesiarlo llevó una dos horas, y después empezó el primer paso de un complejo engranaje.
“El objetivo de la cirugía es liberar las arterias pulmonares de ambos pulmones de todas las obstrucciones que generaron los trombos. Hay obstrucciones que pueden medir diez o quince centímetros y hay otra que pueden tener dos milímetros”, describe el cirujano.
“Para trabajar en las arterias pulmonares hay que frenar la irrigación de sangre a través del sistema circulatorio, y eso implica no sólo detener lo que circule por esas arterias sino también por las bronquiales. Entonces lo que requiere la cirugía, finalmente, es detener todo el sistema circulatorio, porque si no, hay retorno sanguíneo allí donde se trabaja y no se logra hacer la desobstrucción”, suma.

En un quirófano en el que había alrededor de quince profesionales, el primer paso después de la anestesia fue bajar la temperatura del cuerpo de Oscar: eso es un requisito ineludible para que los órganos vitales se mantengan mientras no reciben irrigación sanguínea. Al estar más frías, las células metabolizan más lentamente, y eso hace que el cuerpo necesite menos oxígeno, que es lo que traslada -entre otras cosas- la sangre.
“La sangre se hace salir por tubos que se conectan con bombas de circulación extracorpóreas, y al lado del tubo que circula la sangre, circula otro tubo con agua cada vez más fría. Ese contacto hace que le bajemos la temperatura a la sangre que entra y sale del cuerpo: así se va bajando la temperatura general del paciente”, cuenta Nahin.
Oscar, familiarizado con todos estos procedimientos por su formación académica, le dice a Infobae: “Nada de eso me impresionaba, pero porque conocía este tipo de maniobras por ser médico. Sé que es una cirugía de gran complejidad”. Se trata de un procedimiento que, según el cirujano que lo operó, tiene una tasa de mortalidad inferior al 10%.
Cuando la temperatura del cuerpo llega los 18º, se puede detener del todo la circulación y mantener toda la sangre fuera del cuerpo, en un reservorio. “Ahí tenemos veinte minutos para desobstruir la arteria pulmonar del pulmón derecho. Esa es la ventana de tiempo que podemos tener al paciente sin irrigación sanguínea sin correr riesgos”, describe el cirujano. La cabeza de Oscar estaba cubierta por un casco de hielo: por la sensibilidad de las células cerebrales, es mejor reforzar el frío allí.
Después de esos veinte minutos de extracción dedicados a limpiar la arteria de los trombos que la habían invadido de 2019 a esta parte, las bombas extracorpóreas volvieron a hacer circular la sangre por el cuerpo de Oscar durante diez minutos. Eso irrigó sus órganos nuevamente, lo que abría una nueva ventana de otros veinte minutos para trabajar en la arteria del pulmón izquierdo.

“Pasados esos diez minutos, volvimos a retirar la sangre de todo el cuerpo para trabajar en una nueva desobstrucción”, explica Nahin. El paro de Oscar no era sólo circulatorio, sino también cardíaco: el corazón no tenía sangre para irrigar, así que los médicos lo “apagaron” mientras duraba la parte más compleja del procedimiento.
En el quirófano del Hospital Británico estaban, aparte del cirujano principal, Emilio Bianchi, Alejandro Machain, Agustín Pereyra, Diego Toscana, José Díaz, Daniel Moyaano, Natalia Mayor, Silvana Sola, Horacio Avaca, Federico Devetter, Christian Smith, Martín Bosio, Mariano de Tita, Mauro Gringis y José Ceresetto. Es el mismo equipo que lleva a cabo esta misma cirugía en el Hospital “El Cruce”, público y ubicado en Florencio Varela. Allí, desde 2016 a esta parte, operaron a 47 personas. Y desde el año pasado hasta hoy, a cuatro en el Británico. “Hay pacientes que llegaron a la cirugía sin poder caminar 20 metros y ahora nos cuentan que corren seis kilómetros”, cuenta Nahin.
“Tuvimos una nueva ventana de otros veinte minutos para trabajar en el pulmón izquierdo. A veces, si la obstrucción lo requiere, se trabaja más tiempo en alguna de las arterias. Pero siempre irrigando diez minutos cada veinte”, describe el cirujano. Oscar pasó 49 minutos en paro circulatorio.
Lo que siguió a esa ingeniería de máxima precisión fue volver a hacer circular la sangre por el cuerpo del paciente, volver a hacer latir su corazón y, en un proceso que duró una hora y media, volver a ubicar su temperatura en 37º. Para eso, se hizo el mismo proceso que para bajarla pero a la inversa: la sangre circuló por su cuerpo y por tubos extracorpóreos al lado de los que circulaban tubos con agua cada vez más caliente. Eso levantó la temperatura de la sangre cada vez más, hasta llegar a la normalidad.
“Antes de cerrar el pecho, es impresionante ver lo que pasa con el ventrículo derecho: enseguida empieza a dar muestras de que ya no necesita hacer tanto esfuerzo porque las arterias pulmonares ya no están obstruidas. La mejora es visible desde el primer momento”, describe el cirujano.
“Podía respirar”
Oscar lo cuenta con sus palabras: “Estuve unas 24 horas entubado y cuando me extubaron la mejoría era increíble. Podía respirar como no había respirado en muchos años, enseguida sentí que estaba ya viviendo mi segunda oportunidad en la vida”. Sonríe cuando le cuenta a Infobae que ahora satura al 99%, “como cualquier persona sana”, dice.

Sonríe también cuando habla del paseo que hizo hace unos días por el Parque Lezama junto a Lourdes, esa mamá que advirtió que algo iba mal y lo llevó al médico: “Mi mamá me dijo ‘hace seis años que no podíamos caminar así juntos’, fue muy lindo”.
“Todos estos años fueron muy difíciles para mí, para mis padres, para mi novia, para mis amigos. Venir aquí fue un gran esfuerzo económico para mi familia. Somos muy católicos y estamos seguros de que esta es mi segunda oportunidad”, dice Oscar, que es fanático de Soda Stereo y de Gustavo Cerati.
Elige la canción “Magia”, del último disco solista del músico, para hablar de este giro que acaba de dar su vida. Esa que dice “No trates de persuadirme / voy a seguir en esto / sé, nunca falla / hoy el viento sopla a mi favor / voy a seguir haciéndolo”.
Él, su mamá y su papá tienen pasajes para volver a Tegucigalpa el 24 de abril. Todavía falta que le saquen los puntos del esternón y algunos últimos controles antes de volar a su casa, después de los tres meses que pasó en Buenos Aires para curarse. Aún no decidió en qué va a especializarse cuando haga su reidencia, pero dice que, después de esta experiencia, tal vez apunte a Neumonología.

Sí sabe qué desea para lo que viene: “Sueño con formar mi familia, irme a vivir con mi novia, que estuvo al lado mío durante todos estos años de manera incondicional. Me gustaría tener dos hijos, verlos crecer, hacer mi carrera como médico. Poder hacer esas cosas chiquitas que todos damos por sentadas pero que yo no podía porque me faltaba el aire: dar un pequeño paseo, disfrutar de una salida. Y también los proyectos grandes, esos que veía cada vez más imposibles. Para eso creo que llega esta segunda oportunidad”, dice.
Y repite: “Yo sabía que era una cirugía a todo o nada. Pero era mi única opción si quería curarme y vivir. Así que asposté, y ahora estoy sano”.
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