¿Sirve realmente dejar las golosinas, los postres y los edulcorantes para perder el gusto por el azúcar y disminuir el riesgo de enfermedades? Un estudio reciente analiza esta pregunta clave: en adultos, la preferencia por lo dulce se mantiene estable incluso si se limita la cantidad de dulces en la alimentación durante meses. Además, modificar la cantidad de estos alimentos no genera cambios significativos en el peso ni en los principales marcadores metabólicos, como la glucosa o los lípidos en sangre.
¿Un mito en la lucha contra el azúcar?
Durante años, diferentes organismos y expertos en salud como la Organización Mundial de la Salud (OMS) propusieron que reducir la exposición al sabor dulce podría “reeducar” el paladar y ayudar a frenar el aumento del sobrepeso, la obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles. Sin embargo, la nueva evidencia, que surge a partir de un trabajo conjunto entre equipos europeos de la Universidad de Wageningen y la Universidad de Bournemouth, pone en cuestión esa creencia.
En este ensayo, participaron adultos divididos en grupos que siguieron dietas diseñadas con diferentes niveles de exposición a alimentos dulces: alto, medio o bajo porcentaje de azúcar, edulcorantes, frutas y lácteos. Cada grupo mantuvo este régimen por seis meses. Al finalizar, los investigadores concluyeron que la preferencia personal y el patrón de consumo de dulces se mantuvieron prácticamente iguales, independientemente del nivel de dulzor de la dieta.
Cambiar la dieta, pero no el paladar
Distintos aspectos fueron evaluados a lo largo del estudio. Los participantes recibieron planes alimentarios específicos, con alimentos proporcionados por los investigadores, para asegurar que siguieran la pauta asignada. Las mediciones incluyeron tanto la preferencia por el sabor dulce y la percepción de intensidad, como el consumo energético, el peso corporal y los factores de riesgo metabólico, como los valores de glucosa y colesterol.

Uno de los resultados más notorios fue que ni el peso ni los principales biomarcadores relacionados con enfermedades metabólicas mostraron variaciones significativas entre los diferentes grupos. Además, cuando la intervención terminó, la mayoría de los participantes regresó a sus viejos hábitos respecto al consumo de dulces. Esto refuerza la idea de que el gusto adulto por los sabores dulces es particularmente estable y difícil de modificar, incluso con un régimen sostenido y guiado a lo largo de varios meses.
Políticas públicas bajo revisión
El hallazgo central de esta investigación obliga a repensar las recomendaciones tradicionales orientadas a adultos. Reducir la presencia de alimentos dulces en el menú diario no parece suficiente para modificar el gusto ni mejorar la salud metabólica.
Los expertos, como la profesora Katherine Appleton, insisten en un cambio de foco. “El verdadero problema está en los azúcares añadidos de productos ultraprocesados, no en los alimentos naturalmente dulces como frutas o lácteos”, explicó Appleton, quien resaltó la importancia de diferenciar entre fuentes de dulzor. Actualmente, se sostiene que la educación alimentaria debería centrarse en identificar los azúcares ocultos en la industria, aprender a leer etiquetas, reducir el consumo de gaseosas y bebidas azucaradas, y controlar el tamaño de las porciones.

Además, el sabor dulce por sí solo no siempre es sinónimo de riesgo. Algunos productos poseen grandes cantidades de azúcar agregado sin ser percibidos como dulces, mientras que otros, como las frutas frescas, aportan azúcares naturales junto con fibra, vitaminas y otros nutrientes.
Limitaciones y próximos desafíos
El estudio tiene limitaciones que los propios autores reconocen. La mayoría de los voluntarios eran adultos sanos, con buena educación y sin enfermedades metabólicas conocidas. Esto significa que los resultados podrían no reflejar lo que pasa en poblaciones diversas, por ejemplo, en personas con sobrepeso, diabetes, contextos vulnerables o con menos acceso a información nutricional.
Por otro lado, si bien las diferencias en el consumo de dulces entre los grupos fueron reales, en algunos casos no llegaron a ser extremas. Los especialistas sugieren que, en futuras investigaciones, sería útil probar intervenciones más prolongadas, con diferencias mayores entre los grupos o en contextos sociales y económicos distintos.
Uno de los principales desafíos del futuro será investigar cómo se forma la preferencia por lo dulce en la infancia y adolescencia, cuando los hábitos están aún en desarrollo. En estos segmentos, intervenir de manera temprana podría tener un impacto más profundo en la salud y en la prevención de enfermedades crónicas vinculadas a la alimentación. Además, también se plantea la necesidad de estudios dirigidos a personas ya diagnosticadas con diabetes o síndrome metabólico para ver si los resultados se mantienen.
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