
¿Por qué resulta tan sencillo seguir el ritmo de una canción y mover el cuerpo al compás de la música? Un reciente estudio de la Sociedad de Neurociencia revela que el cerebro humano sincroniza de manera mucho más eficiente el ritmo musical a través del oído que mediante el tacto.
La investigación, publicada en la revista Journal of Neuroscience, y liderada por Cédric Lenoir en la Université catholique de Louvain (UCLouvain), en Bélgica, profundiza en los mecanismos cerebrales que permiten percibir y reproducir el ritmo. Además, plantea nuevas perspectivas sobre el papel de los sentidos en la experiencia musical y sus posibles aplicaciones en la rehabilitación sensorial.
El equipo de Lenoir se propuso responder una pregunta fundamental: ¿la capacidad de moverse al ritmo de la música es exclusiva de la audición o el tacto puede desempeñar un papel similar?

Para resolverlo, seleccionaron voluntarios sanos de ambos sexos y analizaron su actividad cerebral durante una tarea concreta: golpear con los dedos siguiendo el ritmo de una melodía, ya fuera escuchando la música o percibiéndola mediante vibraciones rítmicas.
Según la Sociedad de Neurociencia, ante la exposición sonora, el cerebro generó fluctuaciones lentas en la actividad neuronal que coincidían con el pulso percibido. Esto permitió a los participantes mantener una sincronización precisa con el ritmo.
En contraste, cuando el ritmo se transmitió a través del tacto, el cerebro de los voluntarios respondió de manera distinta. En lugar de crear las mismas fluctuaciones rítmicas observadas con la audición, la actividad cerebral solo rastreó cada ráfaga de vibraciones individualmente, sin establecer un patrón interno estable. Así, la precisión al seguir el ritmo disminuyó considerablemente.

La Sociedad de Neurociencia detalla que estos hallazgos demuestran que la representación neuronal del ritmo y la capacidad de sincronización motora no se comparten sistemáticamente entre los sentidos, lo que otorga a la audición un papel preferente en la percepción musical.
Implicancias para educación musical y rehabilitación
Cuando el equipo de la UCLouvain aplicó el análisis electroencefalográfico (EEG) a los participantes, observaron lo siguiente: al escuchar música, el cerebro reaccionó con respuestas eléctricas de baja frecuencia, es decir, con ondas cerebrales que no superaron los 15 Hz.
Estas ondas representaban de manera clara el pulso rítmico de la música y se mantuvieron alineadas con los movimientos de los participantes al seguir el ritmo. En otras palabras, el cerebro fue capaz de crear un patrón interno estable y definido que facilitó que las personas golpearan con precisión según el compás.

En cambio, cuando los participantes percibieron el ritmo a través del tacto (mediante vibraciones), las respuestas del cerebro se dispersaron en un espectro de frecuencias mayor, llegando hasta 25 Hz, pero sin formar un patrón periódico o repetitivo claro.
Esto significa que el cerebro no logró organizar las vibraciones táctiles en un ritmo estable, por lo que el pulso interno que necesitaban para sincronizar sus movimientos se volvió inestable y difícil de mantener.
Cédric Lenoir, líder del estudio, destaca la importancia de esta habilidad social: “La capacidad de moverse en sincronía con un ritmo es esencial para las interacciones sociales humanas a través de la música”, afirmó en declaraciones recopiladas por la Sociedad de Neurociencia.

Esta coordinación, que va más allá del simple seguimiento de los estímulos sensoriales, permite a las personas compartir experiencias musicales y fortalecer vínculos sociales.
Las implicancias de estos resultados se extienden a campos como la educación musical y la rehabilitación sensorial. Comprender cómo el cerebro procesa el ritmo por medio de diferentes sentidos puede inspirar nuevas estrategias de apoyo para personas con dificultades auditivas o trastornos del movimiento.
Además, el estudio abre la puerta a investigar si la práctica musical prolongada puede modificar la representación neuronal del ritmo y potenciar la capacidad de otros sentidos para compensar la pérdida auditiva.
La Sociedad de Neurociencia expone que aún quedan interrogantes: ¿el tacto podría asumir parte de la función auditiva en personas con discapacidad? ¿La formación musical a lo largo de los años permite al cerebro procesar el ritmo por vías alternativas? Hallar respuestas puede transformar la manera en que se aborda la rehabilitación sensorial y la enseñanza de la música en el futuro.
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