
El descubrimiento de un circuito cerebral relacionado con el control del dolor crónico en modelos animales ofrece una visión novedosa sobre cómo el cerebro prioriza necesidades vitales y ajusta el umbral del sufrimiento, abriendo nuevas perspectivas para la investigación terapéutica.
El dolor crónico se define como aquel que persiste durante más de tres a seis meses y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta aproximadamente al 20 % de la población mundial.
La ausencia de una clasificación precisa en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) dificultaba tanto la recopilación exacta de datos como el acceso a tratamientos adecuados y el desarrollo de nuevas terapias.

Para avanzar en la solución de este obstáculo, la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) y la OMS colaboraron en una nueva categorización para la próxima CIE-11, integrando el concepto de multiparentalidad. Este cambio permite que cada diagnóstico de dolor crónico se relacione con varias categorías clínicas, facilitando un abordaje más preciso y multidimensional a nivel mundial.
Un circuito clave en la persistencia y regulación del dolor
Recientemente, un hallazgo científico encendió nuevas esperanzas para quienes sufren dolor crónico: investigadores de la Universidad de Pensilvania identificaron en ratones un circuito cerebral que podría ser esencial para silenciar el sufrimiento persistente, según reportó National Geographic.
Este descubrimiento, que se centra en el núcleo parabranquial, una región poco estudiada del cerebro, podría transformar el abordaje de una condición que afecta a una de cada cinco personas en el planeta.

El equipo liderado por Nicholas Betley, de la Universidad de Pensilvania, enfocó su investigación en un grupo específico de neuronas dentro del núcleo parabranquial.
Estas neuronas —según detalla National Geographic— permanecen activas incluso cuando la lesión física sanó, actuando como verdaderos centinelas del dolor crónico. Se observó que disponen de receptores del neuropéptido Y, una molécula que modula de manera profunda el dolor persistente.
Los experimentos realizados en ratones permitieron manipular este circuito neuronal. Cuando los científicos activaron estas neuronas, los animales presentaron conductas relacionadas con el dolor, aun sin una causa física inmediata.

En cambio, al inhibir la actividad de estas neuronas, el dolor crónico disminuyó de forma significativa, mientras que la percepción del dolor agudo —el mecanismo de alarma que protege frente a lesiones— se mantuvo. Este resultado demuestra que el cerebro posee un mecanismo específico para controlar el dolor persistente, independiente de la respuesta al dolor agudo.
El cerebro ajusta el umbral del dolor según necesidades y contexto
El estudio también reveló que el dolor crónico no permanece estático en el tiempo. Los ratones expuestos a situaciones de hambre, sed o peligro —como la presencia de olores de depredadores— mostraron una disminución en los comportamientos vinculados al dolor.
Esta adaptación estaría mediada por la liberación de neuropéptido Y desde otras áreas cerebrales, lo cual, al alcanzar el núcleo parabranquial, apaga temporalmente la actividad de las neuronas responsables del dolor crónico.

Así, el cerebro parece actuar como si dispusiera de un interruptor de prioridades: ante la urgencia de buscar alimento o de huir de un depredador, atenúa la señal de dolor crónico para que las necesidades vitales se impongan, del mismo modo en que una alarma secundaria se silencia cuando se presenta una emergencia principal.
Las implicaciones terapéuticas de este descubrimiento resultan amplias. National Geographic destaca que, en un futuro, podrían desarrollarse medicamentos dirigidos a modular la señalización del neuropéptido Y, así como estrategias de intervención como la estimulación cerebral profunda, la meditación o la acupuntura para modificar la actividad de estas neuronas.
Además, el uso potencial de la actividad neuronal del núcleo parabranquial como biomarcador objetivo del dolor crónico permitiría lograr diagnósticos más precisos y medir con mayor fiabilidad la eficacia de los tratamientos.

No obstante, el propio Betley y su equipo insisten en la necesidad de ser cautelosos. Aunque los hallazgos en ratones son prometedores, medir el dolor crónico en estos animales poco después de una lesión no representa necesariamente la complejidad del dolor persistente en humanos, que puede mantenerse durante meses o años.
National Geographic advierte que, a pesar de la importancia de este avance, todavía existen varios interrogantes antes de que estos descubrimientos se trasladen de manera segura a la práctica clínica. De todas maneras, a pesar de las limitaciones inherentes a los modelos animales, la identificación de este circuito cerebral específico proporciona una perspectiva innovadora sobre la plasticidad y persistencia del dolor crónico.
Como señala Betley, si bien los animales no pueden comunicar su alivio de forma verbal, el control de la actividad de estas neuronas podría convertirse en una herramienta objetiva para evaluar el impacto de futuras terapias. La posibilidad de regular selectivamente el sufrimiento persistente inaugura un nuevo camino en el entendimiento y tratamiento del dolor crónico.
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