
En Argentina, cada año se detectan más de 130 mil nuevos casos de cáncer. De ese total, más de 3200 son leucemia, según advierte el último relevamiento realizado por el Instituto Nacional del Cáncer. Y, de esta cifra, la leucemia mieloide crónica representa entre el 15 y 20 por ciento, lo que se traduce en una media de entre 500 y 600 nuevos diagnósticos anuales. En el día mundial de esta patología, cuáles son los síntomas más frecuentes y qué tratamientos hay disponibles
Las cifras advertidas por el ente nacional, ubican al país entre los que tienen un nivel de incidencia medio-alto a nivel global. Es por este motivo que los expertos buscan reducir el impacto que tienen estas enfermedades en la población, para lo cual la comunidad médica impulsa concientización.
Es que, mientras algunas patologías oncológicas pueden prevenirse, otra serie de tumores no. Dentro de este grupo se encuentra la leucemia mieloide crónica, que ataca al organismo a través de la sangre y de la médula ósea. Pese a que no pueden realizarse acciones para evitar el desarrollo de la enfermedad, los expertos asegura que con una detección temprana y el tratamiento adecuado es posible controlarla –y en algún caso hasta curarla-, permitiendo a los pacientes disfrutar de una buena calidad de vida.

El impacto de una alteración genética
La leucemia mieloide crónica (LMC) es un tipo de cáncer que afecta específicamente a las células madre de la médula ósea. Su particularidad es que se origina a partir de una alteración genética adquirida –por lo tanto, no es de nacimiento ni se transmite a los hijos-, conocida como cromosoma Filadelfia.
“Es producto de un entrecruzamiento aberrante de los cromosomas 9 y 22, que da origen a un gen anormal: el bcr-abl. Este lleva a la producción de una proteína quinasa que le otorga a la célula la capacidad de proliferar y sobrevivir descontroladamente. Su efecto ocasiona un aumento desproporcionado sobre todo de glóbulos blancos, plaquetas y crecimiento del bazo”, afirmó la hematóloga Rosario Custidiano (MN 92178), del Servicio de Hematología y Trasplante Hematopoyético del Instituto Alexander Fleming.
A diferencia de las leucemias agudas, es más difícil de detectar y muchas veces los cuadros se desarrollan lentamente hasta que son hallados de forma casual en un laboratorio en medio de un chequeo de rutina. Por lo tanto, suele ser más frecuente su diagnóstico después de los 50 o 60 años de edad de los pacientes.

“No hay estrategias de prevención, por lo que es importante consultar siempre al médico ante la aparición de síntomas de cansancio inusual, que podría ser causado por anemia; molestias abdominales constantes o después de comer, que podrían ser la expresión del aumento del tamaño del bazo; o dolores óseos generalizados, que podrían atribuirse a la expansión de la médula ósea”, agregó la experta.
Cuáles son los tratamientos para la Leucemia Mieloide Crónica
Los tratamientos más habituales son terapias dirigidas que apuntan, justamente, a inhibir la proteína tirosina quinasa anormal que produce el cromosoma Filadelfia. Se trata de pequeñas moléculas sintéticas administradas por vía oral en forma diaria –llamadas “inhibidores de tirosina quinasa bcr-abl”- que cambiaron en todo el mundo el curso de los tratamientos desde su introducción a fines de los años 90.
“La mayoría de los pacientes logra frenar la evolución a fase acelerada o crisis blástica, normalizando los recuentos sanguíneos y negativizando la alteración genética. Puede ocurrir en hasta un 40% de los casos que exista un fallo primario al tratamiento, pero la respuesta se puede aún conseguir rotando a otro inhibidor”, explicó la hematóloga del IAF.

Al tiempo que agregó: “Hemos logrado avances significativos en la comprensión y tratamiento de esta enfermedad. Es fundamental asistir a las revisiones médicas regularmente y seguir rigurosamente el tratamiento prescrito, el cual es oral, debe tomarse diariamente y mantenerse de forma continua. Incluso un ligero descenso del 10% en la adherencia podría afectar negativamente nuestras posibilidades de obtener una respuesta favorable”.
Asimismo, la experta aseguró que una vez iniciado el tratamiento, el paciente se realiza controles periódicos, para evaluar el cumplimiento de las metas terapéuticas y controlar la toxicidad. En base a estos parámetros, se decidirá si continúa la misma estrategia o si es necesario cambiarla.
“A pesar de la existencia de esta enfermedad, también existe una gran oportunidad terapéutica. Con un manejo adecuado y un seguimiento riguroso, es posible alcanzar una expectativa de vida similar a la de la población general con éxito en el tratamiento”, concluyó la doctora Custidiano.
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