
El complejo ganadero argentino transita un año que combina señales alentadoras con deudas estructurales. Desde la industria frigorífica proyectan que las exportaciones de carne bovina cerrarán el período con una baja cercana al 8 o 9% en volumen, ubicándose en torno a las 700.000 toneladas, frente a las 770.000 del año anterior. Sin embargo, el dato positivo aparece por el lado del valor: el ingreso de divisas crecería alrededor de un 25%, pasando de unos 3.030 millones de dólares a cerca de 3.700 millones.
Mientras la industria y el sistema científico destacan la capacidad del país para cumplir con las nuevas exigencias, desde el eslabón productivo advierten que sin previsibilidad, políticas de desarrollo y un mercado interno sólido, el escenario favorable puede ser transitorio.
“El crecimiento en dólares es importante y no creemos que estemos muy lejos de estos números”, explicó Mario Ravettino, presidente del Consorcio ABC, al analizar el desempeño del sector exportador. No obstante, advirtió que el principal límite para sostener y ampliar la presencia internacional es la falta de materia prima: “Estamos mal con el stock, tenemos alrededor de dos millones de vientres menos, y si queremos progresar en el mercado internacional necesitamos más producción”.

En paralelo, la reciente decisión de la Unión Europea postergar hasta diciembre de 2026 la entrada en vigencia de la normativa que exige de carne libre de deforestación abrió una ventana de trabajo para toda la cadena.
Desde el ámbito científico y tecnológico, el balance del año es positivo. Gerardo Leotta, investigador del CONICET y referente en trazabilidad, destacó los avances logrados con relación a la normativa europea. “Cumplimos con creces los objetivos y estamos listos para dar respuesta al requerimiento y acompañar a los importadores, que son quienes van a recibir la presión normativa”, señaló.
Leotta remarcó que el plazo adicional debe ser aprovechado estratégicamente: “Este año de prórroga lo tenemos que usar para trabajar con los productores, informar y romper mitos que surgen cada vez que se habla de este tema”. En ese sentido, subrayó que el desafío no es menor, ya que la normativa europea no se limita al último eslabón productivo.

“No pide solo libre deforestación en el último establecimiento por donde pasó el animal, sino que va hasta el primer campo de cría. Además, exige garantías de trazabilidad, cumplimiento ambiental, fiscal, laboral y hasta de derechos humanos, especialmente con pueblos originarios”, detalló. Y agregó: “el reglamento europeo está armado de un modo maquiavélico”.
Desde la industria, Ravettino coincidió en que la prórroga puede ser útil para profundizar los sistemas ya existentes, aunque cuestionó la forma en que actuó el bloque europeo. “Hay una desprolijidad muy grande. Aún no está oficializada la postergación cuando todos saben que la mercadería que ingresa el 1° de enero se produce desde la segunda quincena de noviembre. Además, seguimos reclamando que se revise la categorización de la Argentina como país de riesgo medio, cuando nuestro nivel de deforestación es insignificante”, sostuvo.
La mirada desde las entidades de productores aporta un contraste más crítico. Ulises Forte, dirigente federado, describió un año “atípico”, atravesado por la coyuntura política y por precios que, si bien son buenos, no alcanzan para hablar de un verdadero desarrollo ganadero.

“El buen precio no significa desarrollo ni distribución. Hoy un productor de cría puede estar pasando un excelente momento, pero el mundo ganadero está año luz de ser homogéneo”, afirmó.
Forte puso el foco en las dificultades de otros eslabones de la cadena. “El invernador se está fundiendo, hay engordadores que no pueden engordar más, frigoríficos que achican faena o cierran, cheques rechazados. Falta una política impositiva y financiera que acompañe”, enumeró. Y fue más allá al cuestionar la carga tributaria: “Le sacan dos puntos a las retenciones y eso jamás llega al productor, pero siguen el impuesto al cheque, al combustible, los anticipos de Ganancias. Así no hay política de desarrollo”.
En cuanto al futuro, las perspectivas generan incertidumbre. Forte advirtió sobre la fragilidad del mercado interno y la dependencia del comercio exterior señalando que el 30% de las exportaciones tiende al mercado interno, y el mercado interno no puede pagar más porque está destruido. “Cuando China o Europa digan ‘hasta acá’, el impacto se va a sentir fuerte”, alertó, al tiempo que reclamó previsibilidad para transformar el actual “veranito” de precios en un verdadero boom ganadero.
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Desde el Consorcio ABC, Ravettino coincidió en que la rentabilidad es condición indispensable para producir. “Si el productor no tiene rentabilidad, no va a producir. Hoy la tiene y ojalá se pueda aprovechar este momento”, señaló. Frente a la menor disponibilidad de cabezas, planteó que una salida posible es mejorar la eficiencia: “En cabezas va a costar, pero en kilos se puede crecer. Argentina faena animales muy livianos; con procesos de recría y el clima acompañando, se puede aumentar el peso por animal”.
Así, entre exigencias ambientales cada vez más complejas, números de exportación que muestran fortaleza y una estructura productiva que reclama reglas claras y políticas de largo plazo, la ganadería argentina enfrenta un año bisagra. Un tiempo de transición que, según coinciden investigadores, industriales y dirigentes rurales, debería servir para consolidar herramientas, ordenar la cadena y sentar las bases de un crecimiento sostenible que vaya más allá de los buenos precios coyunturales.
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