Josefina es la menor y tiene 18 meses de vida, Simón ya tiene cuatro años, Salvador seis, Ana once, Tomás trece y Juan Bautista, el mayor, está por cumplir 17 años. Son los seis hijos de Carla Orsini, que tiene 43 años y es médica pediatra de la Universidad de Buenos Aires con diploma de honor, miembro titular de la Sociedad Argentina de Pediatría. Es hija y nieta de pediatra. Se crio en una sala de espera. “Los veía tan felices haciéndolo que fue algo que me contagió”, enseña. Trabaja en un centro de salud y en atención comunitaria en el barrio Ricciardelli, la ex 1-11-14. Atiende en consultorios y también comunicadora: la siguen 467 mil personas en su cuenta de Instagram y otros 343 mil en Facebook. Hace memes y talleres para familias. Escribió tres libros. En el último, responde cien nuevas preguntas sobre crianza respetuosa. Por ejemplo.
—Pregunta 48. ¿Cómo hablar con nuestras hijas o hijos de sexualidad?
—Desde siempre. No hay que buscar un momento solemne. Esa charla de “vení, vamos a hablar, sentate”. Esa cosa seria. Hablamos desde siempre con nuestros hijos de sexualidad. La sexualidad no es solo genitalidad. Estamos hablando de identidad, estamos hablando de respeto por el otro, de convivencia, de respeto a nuestro propio cuerpo. Eso se puede hablar desde siempre, desde que cambiamos un pañal hasta que a medida que van creciendo y van dejando el pañal, cuando se vinculan con otras personas, cuando se vinculan con la familia y con fuera de la familia. Todo el tiempo hablamos de sexualidad. No hay que tenerle miedo. Venimos también de generaciones que es un tema tabú.
Pero tal vez su gran tema de abordaje, su perspectiva de estudio es la crianza respetuosa. ¿Una tendencia de la nueva mapaternidad? ¿Una redundancia, una adjetivación innecesaria? ¿Un cambio de paradigma en la cultura familiar? Carla tiene incorporada la respuesta: “No es una moda, es un derecho. La crianza respetuosa es un derecho. No es libertinaje, no es porque está de onda, no es comprar el nidito, no es hacer BLW que es comer en trozos, no es hacer colecho, no es tenerlos porteados, tenerlos a upa todo el día. No tiene que ver con eso”.
—Si vemos a un hombre en una esquina sacudiendo a una mujer, vamos a intervenir. Pero si vemos a una mamá o a un papá con un hijo nos cuesta más.
—Nos cuesta más porque pensamos la crianza como algo privado y en realidad la crianza es un acto social. Lo pensamos como algo entre cuatro paredes. “Con mis hijos no te metas”. No, con mis hijos, con tus hijos, con todos nos vamos a meter porque es un derecho para ellos que los traten bien y que les cuiden sus propios derechos, sino quién lo va a hacer. Uno a veces piensa qué paradójico para un niño, una niña, que piensa que esa persona que es la que más me debería cuidar y querer en el mundo me está castigando, me está pegando, me está tratando mal. Para ellos es terrible.
—Pero, ¿cuándo empezamos a hablar de crianza respetuosa?
—En realidad, desde siempre deberíamos hablar de crianza respetuosa. Se le puso el adjetivo respetuoso justamente para hacer hincapié en la perspectiva de derechos. En pensar al niño, la niña y al adolescente como sujeto de derecho y en basar los vínculos en respeto. No está de más la palabra. Uno puede decir que es redundante. Sí, es redundante, pero se puso justamente por el nivel de violencia, el nivel de poca escucha que se les daba a los niños, niñas y adolescentes. Poco se respetaban sus derechos. Entonces se tuvo que hacer hincapié en eso, en decir “la crianza tiene que ser con respeto”. Tenemos que pensar que los niños, las niñas y los adolescentes tienen el derecho de tener una crianza feliz, de tener cuidadores que los quieran, tener una familia, como sea que esté conformada, que los cuide y que se aseguren de que no se vulnere ninguna necesidad.
—¿En qué cosas de lo cotidiano que pueden parecer obvias les faltamos el respeto a los chicos?
—Todo el tiempo. Exigiéndoles cosas que no pueden hacer. No permitirles que tengan un enojo, un mal día, un día triste. La ciudad, el mundo no está pensado para un niño, una niña, un adolescente, está pensado para el adulto. Constantemente cuando ponemos nuestras necesidades y las necesidades del sistema adulto en general, que eso lo llamamos adultocentrismo, por encima de las necesidades de los niños. Nos olvidamos muchas veces que fuimos niños. Queda enterrado en la memoria.
—Cuando quiero que un hijo salude a todo el mundo, ¿le estoy faltando el respeto?
—Que les dé un beso. “Qué arisco”, le dicen. “¿Cómo no le vas a dar un beso? Saludala”. Una cosa es saludar, uno puede incluso hacer un gesto con la cabeza, con la mano. Uno no anda por la calle saludando a todo el mundo que no conoce. Y menos que menos con un beso. Pero sí lo esperamos de un niño o una niña. Esperamos que si estuvieran acá no estuvieran corriendo o aburridos. No toleramos que se aburran. No toleramos que hagan ruido. En general, la sociedad no tolera esas actitudes que son propias de un niño. No toleramos el aburrimiento ni de los niños ni de los adultos. Como que el tiempo tiene que ser siempre algo muy productivo. Incluso el tiempo de ocio, de descanso, siempre tenemos que estar haciendo algo. Y algo que rinda, algo que sume, que podamos tachar cosas de una lista.
—Crianza respetuosa no es sinónimo de no poner límites.
—No, para nada. Los límites son necesarios y la crianza respetuosa habla también de que hay que comunicar los límites. Los límites están y son señales del camino que van acomodando y van cuidando el andar de cada niño, cada niña y cada adolescente; porque siguen, no se termina en la primera infancia sino que siguen en la adolescencia. Nosotros lo que hacemos es comunicarlos, pero se pueden comunicar con respeto. Y se pueden comunicar cuando son necesarios. No es el no porque no. No porque te lo digo yo ni no porque le molesta a esta persona. Si no que hay lugares donde se puede o se no puede hacer cosas. Y los límites son dinámicos y van cambiando. Y son flexibles. Pero sí son necesarios. La crianza respetuosa no quiere decir que van a hacer lo que quieran. Venimos de un paradigma más autoritario, entonces a veces cometemos el error de irnos justamente al polo opuesto que es el permisivo. Y hay que encontrar ahí un equilibrio.
—Nosotras somos hijas de ese momento. Yo recibí cachetadas, fui creciendo y sentí que estuvieron bien puestas. Entonces, fui hija de esa situación, hoy me siento madre de un dictador. Quedamos en la peor de las generaciones.
—Estamos en el cambio. Por suerte tuve el privilegio: no me crie con violencia, no me han pegado, siempre fueron buenos tratos, y es algo que quiero perpetuar en mis hijos. Pero estamos en el medio de estar siempre buscando el equilibro, y para no cometer esos errores pasados, uno se pasa al otro extremo. El límite no se lo pueden poner solos, tenemos que estar ahí.
—Vos hablás de la palabra violencia: el chirlo o la cachetada es violencia.
—Sí.
—¿Qué hacés en el consultorio para explicarles esto a los papás?
—Es difícil porque está naturalizado. Gritar, el tironcito de orejas, la tiradita de pelo. Pero no salimos tan mal, así estamos. Uno carga también con sus propias cosas y recuerda quizás esas cosas con dolor. Pero eso también es violencia. Por supuesto que hay niveles de violencia pero sigue siendo violento. Y no es tan fácil desenquistar eso, porque lo tienen tan arraigado que es difícil cambiarlo. Y uno cría tan solo que también es difícil. ¿Quién no grita en un momento de desesperación? Estás sola, cansada, son las nueve de la noche, estuviste sola todo el día, no das más, te suena el teléfono, y de repente ah, explotas. Porque estamos muy solos criando y eso no ayuda.
—Yo me encontré diciendo no te aguanto más, y sé que está mal. Eso deja huella, ¿no?
—Hay que ver, porque uno no tiene que ver esto como algo aislado. Uno puede desbordarse. Somos humanas, tampoco es que somos perfectas y nada se nos va a salir de control. Pensar que eso no puede pasar es imposible. Pero sí darnos cuenta del error. Decir “te grité, la verdad perdoname, mamá estaba cansada, no es tu culpa”. Reconocer que fui yo la que me desbordé. “Voy a tratar de hacerlo mejor”. Pedir ayuda si es necesario. Pedir ayuda no solo a una red, si no pedir ayuda estamos hablando de profesionales. Hacer terapia. Hacer cosas que nos ayuden a estas cosas que no pasen más. Pero bueno, puede pasar. Es así, somos humanas. Y tampoco hay que latigarse ni decir “ay, soy la peor del mundo”. Voy a tratar de hacerlo mejor. Si una es consciente de eso seguro que va a mejorar.
—¿Cuál es el ranking de las cinco cosas que más te preguntan en el consultorio o en las redes?
—Los pañales, todo lo que tiene que ver con el desarrollo, ¿cuándo va a hablar?, ¿cuándo va a caminar? Vacunas, alimentación y límites. Y después cuando empiezan a crecer, la adolescencia, las redes sociales, las pantallas: ¿cómo cuidarlos en el mundo digital?
—Vamos en ese orden entonces. ¿Los pañales se sacan?
—No. Los pañales se dejan pero no los dejan absolutamente solos. También esto de la crianza respetuosa hizo pensar que los pañales se saquen, entonces yo no hago nada y me siento a esperar. Y en realidad ellos necesitan la guía de un adulto. Hay un montón de señales que nosotros podemos percatar, que los podemos acompañar. Un montón de herramientas y recursos que podemos hacer sin hacer intervenciones activas de sacar el pañal, forzarlo. Eso para nada. Pero sí acompañarlos, estar atentos a lo que está pasando y no dejarlos solos. Porque siempre necesitan la guía. Los van a dejar solos sí, pero con nosotros al lado y con nosotros acompañando.
—¿Qué pasa con la alimentación?
—Con la alimentación hay muchas preguntas en cuanto a si hay un mejor método que otro. La alimentación complementaria. Qué pasa si le doy azúcar y es veneno. O sea, hay mucho miedo con respecto a esto.
—¿Es verdad que las cosas con azúcar los activan antes de la hora de dormir o es un mito?
—Sí, los estimula. El azúcar no se recomienda hasta los dos años, el azúcar agregada, los alimentos tienen azúcar pero no agregar azúcar hasta los dos años en la alimentación saludable y después tiene que ser en forma medida. Aumentan las caries. También predispone a sobrepeso, obesidad, que tenemos unos índices muy altos en la etapa preescolar y en la adolescencia. Entonces sí hay que cuidarse. Pero tampoco volverse obsesivo. Nada que nos genere una obsesión y algo que nos haga sentir mal va a estar bueno.
—Hablaste de vacunas. ¿Qué hacés como pediatra con familias que no quieren vacunar a sus hijos?
—Dialogar. Hablar siempre. Escucharlos. Preguntarles qué dudas tienen. Me parece que es el mejor camino. Uno está acostumbrado a escuchar antivacunas y los antivacunas son un grupo minoritario. Hay muchos que están en ese gris de que escucharon, que leyeron, que les quedó una duda, que les da miedo, que no les gusta verlos llorar. Y cuando uno charla, habla, les cuenta y abre la consulta para preguntas… “¿qué querés saber? Las vacunas son estas”. Siempre contarles lo que va a pasar: son estas vacunas que protegen de tal cual o enfermedad, estos son los afectos adversos más comunes, ¿cuál es tu duda? ¿Cuál es tu miedo?
—¿Si no logras que entienda y no quiere vacunar a los chicos lo seguís atendiendo o no?
—Sí, hay que seguir atendiéndolos pero sí hay que hacer algún tipo de intervención porque la vacunación es un derecho. Es un cuidado de la salud y en nuestro país el calendario nacional es obligatorio y de los más completos de Latinoamérica sin dudas.
—Es interesante lo que decís, es un derecho de los chicos.
—Sí, forma parte del derecho a la salud como el derecho a la identidad, el derecho a la educación. Es un derecho que tengan las vacunas completas.
—Y cuando decís que hay que hacer alguna intervención qué tipo de intervención se hace ahí.
—Y, se articula depende de dónde uno trabaje, con trabajadoras sociales y de ahí se va viendo qué se puede hacer. Hay hospitales que tienen comités de ética. Comités de niño en riesgo.
—Los límites. Los berrinches. ¿Qué se hace? Además de querer irse de casa y dejarlo al chico gritando.
—(Risas) Rezar. No, en realidad no es fácil. Es realmente difícil. El hecho de ser conscientes, de tratar de hacerlo mejor, de tratar de acompañar, de ponerse en su lugar, hay que ponerse en el lugar de un niño, una niña, que está queriendo hacer algo que quizás no puede. Quiere tocar el enchufe o quiere comprar esa cosa en el supermercado que no le vamos a comprar, o quiere quedarse un rato más en la plaza cuando ya le dijimos varias veces que nos teníamos que ir. El límite está y lo tenemos que comunicar, nos pondremos a su altura, acompañaremos todas esas emociones que van a aflorar que se van a enojar, se van a tirar al piso, van a hacer berrinche. Lo vamos a intentar contener si nos deja. Y explicarle. Y estar y poner en el cuerpo porque es eso.
—Estás en la plaza y decís “va a pasar alguien y va a pensar que yo lo estoy secuestrando, que no es mi hijo o que soy una golpeadora”. ¿Qué se hace?
—Preocuparnos por el chico. Los que fuimos madres, padres, los que tuvimos sobrinos, sabemos que es absolutamente esperable que aparezcan los berrinches cuando algo que queremos no está. Lo sacamos de la pantalla. Lo sacamos de la plaza que estaba re divertido… va a aparecer. Concentrarnos en eso.
—¿Qué es lo que está manifestando: frustración?
—Sí, es un comportamiento, una conducta que aparece frente a una frustración. Finalmente aparece con esto del no y con el límite. Algo que no puede hacer. Son muy emocionales los niños y las niñas porque el cerebro está preparado para ser emocional. El cerebro se desarrolla de atrás hacia adelante y de adentro hacia afuera y lo que predomina es el sistema límbico que es el sistema de las emociones: entonces son pura emoción. Los gobiernan sus emociones. Y no saben cómo decir “bueno, esta es mi emoción, la reconozco, la valido. Ahora me calmo porque ahora no puedo”. No tienen ese freno. Y ese freno lo tenemos que poner nosotros. Es como un auto sin frenos, va a todo lo que da: 120, meten velocidad. Y nosotros tenemos que decirle “pará, yo te voy a ayudar a frenar, vamos a frenar y después vamos a seguir”. Es explicarle bueno, anticiparle. “Vamos a ir un ratito a la plaza, después nos vamos a ir”. A veces funciona distraerlos. Si vemos que no lo sacamos con nada y ya le dijimos, y le explicamos, y pusimos el cuerpo y nos agachamos a su altura, y lo abrazamos, y sigue con la pataleta, es “mirá, ¿querés que veamos tal o cual cosa que está en la otra cuadra? “Mira eso que tiene ese nene”.
—Cambiar el foco.
—Sacarlo de ahí. No es para que se olvide de esto que pasó, es “lo saco de este enojo ahora y después charlamos de lo que pasó”. “Estabas muy enojado antes, yo te entiendo, pero no nos podíamos quedar en la plaza. Quizás mañana o pasado podemos quedarnos un ratito más. Teníamos que ir a hacer la comida. Tenía que ir a trabajar. Teníamos que prepararnos para ir al colegio”. Lo que fuera. Y con mucha paciencia porque los límites son repetición. Todo el tiempo hay que repetir, estar, poner el cuerpo. Y es realmente agotador.
—¿Colecho sí, colecho no?
—Colecho que lo decida la familia. Yo ni sí ni no. Es lo que quiera la familia hacer siempre y cuando sea en condiciones seguras, que eso es lo más importante. El colecho es compartir la cama con un adulto cuidador. La mayoría de las veces es con la madre. Pero bueno, puede ser con ambos o puede ser solo con el padre. Y tiene que ver con una decisión familiar, absolutamente familiar. Como mamíferos los seres humanos somos la especie más dependiente. Estamos todo el tiempo, los primeros meses y los primeros años necesitando un contacto continuo.
—¿Y hasta qué edad?
—Hasta que la familia también lo decida. Se van, todos se van. Te juro que se van. Y mi hijo me cierra la puerta en la cara y yo sufro como una condenada y digo “si hasta ayer era chiquitito”.
—¿Cuántos años tiene? Me dice 18...
—Va a cumplir 17.
—Bueno (risas). ¿Pero a qué edad se fue?
—Pero se fue a los 4, 5, creo que es la edad promedio en mi familia, en mi casa, que todos se van solos. Se van. Empiezan a querer su espacio. Y se van y vuelven. Porque vuelven. Vuelven cuando se sienten mal. Vuelven cuando quieren contarte algo. Vuelven cuando quieren ver una peli. Vuelven.
—Pregunta 14: “El mejor lugar para un hijo, hija, es siempre junto a su madre”.
—No, no es siempre así. Eso tiene que ver con un sistema patriarcal que nos domina. Pensar que la madre siempre va a ser el mejor lugar tiene que ver con la feminización de las tareas de cuidado. Que sea la mujer la que está casi siempre tomando el rol de cuidadora.
—¿Van a la consulta chicos con su papá?
—Pocos pero sí, vienen. Y se celebra por supuesto que vengan. Que vengan ambos. Que vengan abuelas. Que vengan abuelos. Que vengan tíos. Que vengan todos los que se hacen cargo del cuidado del niño.
—¿Se habla de la carga mental en las consultas?
—Sobre todo si lo trae la mamá porque es la que la lleva. Lleva la carga mental. Si bien ahora en los últimos años hay más corresponsabilidad, las tareas que tienen que ver con el cuidado se equipararon, tiene que ver con la ejecución de esas tareas. Con el ir a hacer. Ir a llevar. Ir a traer. Pero no con el planificar y con el organizar, eso sigue siendo de la mujer. Sigue siendo la carga mental de la mujer y es muy difícil repartirla. Y no es porque una no quiere ceder, eso tiene que ver también con algo, no es nuestra culpa.
—Pero el papá que va a la consulta, ¿va con sus propias preguntas o va con la listita de preguntas que le hicieron en casa?
—Depende. Depende. Hay padres que están muy comprometidos y otros que te dicen tengo que llamar a la mamá y agarran el teléfono y llaman a la mamá. Ahí es cuando, yo sin ánimo de retar porque no es ni mi función ni es lo que yo quiero ser como pediatra, pero sí decir usted es el papá, hay cosas que puede saber. Hay cosas que puede preguntar si no antes de venir pero no es solo traerla. Me mandó la mamá, yo no sé. Cuando uno pregunta, bueno, ¿tiene algún antecedente importante? No sé. No lo sé, le voy a preguntar a la mamá. Bueno, pero usted es el papá. Pero yo trabajo todo el día. Bueno, pero es su hija, hay cosas que… No estamos hablando quizás de un detalle que la nena prefiere hablar con su mamá, no, estamos hablando de cosas importantes ¿no? Vacunas, alimentación, tiene alimentación variada. No sé. ¿Cómo no sabés qué come tu hija?
—¿Hablamos de las pantallas?
—Uf. Es muy difícil. La verdad las pantallas nos absorbieron todo el tiempo libre, todo el tiempo de ocio, todo el tiempo de aburrimiento. Si bien nos rodean y entendemos que estamos rodeados, no es que es un no a la tecnología, para nada. Pero sí es importante saber que hay edades que uno debería evitar y que siempre hay que supervisar. Así como no los dejamos solos salir a la calle y tomarse un colectivo, tampoco los tenemos que dejar solos en el mundo digital. Es un mundo paralelo y es factible, está acá, es ahora. No los podemos dejar solos. Tenemos que entender que nosotros también, los adultos, estamos todo el tiempo con pantallas. Tenemos que poner un límite primero nuestro y después a ellos. Pero hay que supervisar, hay que acompañar, hay que estar. Y hay que ser siempre un referente: nosotros o que tengan otros referentes donde ir a consultar si algo pasa.
—¿Hay algo que esté bueno de las pantallas para los chicos? Porque siempre hablamos desde esto está mal.
—Sí, los vínculos.
—¿Cómo convierto eso en algo que esté bueno?
—Es que las pantallas tienen esto de conectarnos. Que estemos conectados. Poder hablarse o ver familiares que viven lejos. Las videollamadas incluso si es muy chiquito. Ver tíos, abuelos que no vivan ceca. Poder comunicarse con otras personas que tengan los mismos gustos. Esto pasa mucho con los adolescentes, que se sienten acompañados por sus pares. No es que está todo mal con las pantallas. También cosas que tienen que ver con lo educativo, laborales, en el colegio, investigación. Abre todo un mundo la pantalla. Pero lo que es importante es que tiene que ser siempre en un marco. Con alguien que los esté supervisando. Con alguien que esté ahí por si necesitan ayuda. Con alguien que los esté acompañando. En promedio, a los 9 o 10 años ya tienen celular. Y al toque abren una red social. Generalmente para los chicos más jóvenes suele ser TikTok, es lo que más consumen y están expuestos a un montón de cosas. A mensajes de dietas y delgadez extrema hasta apuestas online, grooming.
—¿Hasta qué edad es un no rotundo? ¿Y cuán rotundo?
—Las recomendaciones actuales venían diciendo hasta los 2 años y ahora hay sociedades científicas que hablan de los 6, lo cual es bastante… De lo real a lo posible, ¿qué hacemos? ¿Cuán posible para mí como familia? No pantallas hasta los 6 años, se me haría irreal. Y esa irrealidad me va a generar una frustración, un enojo, una bronca o algo que no voy a poder hacer. Entonces decir “bueno, lo posible es esto”. A partir de por lo menos los 2 años. Y lo menos posible.
—¿Qué tiempo te bancás como pediatra que te diga una mamá que le tiene que poner?
—Y depende. Depende el contenido que está viendo. Porque no es lo mismo un capítulo que empieza y termina en una tele que están lejos y no lo están viendo ni pasando todo el tiempo que un celular que tienen acceso constante a algo que capta poquita atención, que le genera un circuito de recompensa llamado de placer extremo. Sale de uno, salta a otro, sale de uno. Y pueden estar horas y horas viendo cómo un auto de verdad pisa un un juguetito o cómo tiran bolitas por una escalera.
—Preferís que vea una película en la tele.
—Sí. O un capítulo que empieza y termina. Sí, anticipando que van a ver uno, dos capítulos, lo que fuera. Que no haya pantallas en las habitaciones. Que sea en lugares comunes. Que haya horarios donde no se usan, por ejemplo el horario de la comida en que todos nos reunimos. Ahí pantallas no. Conversamos. Nos miramos las caras, hablamos de lo que pasó.
—¿Cómo hacés con seis hijos?
—Me vuelvo loca. Tengo grupos de WhatsApp, auto grupos de WhatsApp donde me voy anotando fechas importantes. Cosas en la heladera. Y los más grandes, en muchas cosas obviamente ya son más autónomos, independientes, y cuando tienen pruebas, y cuando tienen salidas escolares ellos también tienen esas responsabilidades. No es que estoy tan encima como con los más chiquititos.
—¿Cuántas veces te quisiste escapar de tu casa?
—Uy, todo el día todos los días. Todo el tiempo. Pero quiero volver. Constantemente quiero volver. Esa ambivalencia. La maternidad es súper compleja. Pensar que vamos a estar siempre felices es una irrealidad. Hay cosas que nos gustan más, hay cosas que nos gustan menos. Al final del día siempre elijo lo que tengo, a mis hijos, elijo abrazarlos, elijo empezar de nuevo al otro día. Pero colapso un millón de veces.