“A las nueve de la noche yo quiero estar cenando con mis hijos. Eso me cambió radicalmente”, dice Ramón Indart, periodista que después de 21 años cubriendo política aprendió a poner otras prioridades en el centro de su vida. El nacimiento de sus dos hijos, Blas y Lautaro, marcó un antes y un después en su rutina y, de algún modo, también en su forma de ejercer el periodismo.
Hoy es uno de los conductores de Infobae en Vivo: “Siento que el streaming nos permite otro tipo de análisis, que tenemos tiempo para explicar, para charlar con los invitados tranquilos, y creo que el público lo agradece”, dice sobre la dinámica del programa que conduce de 9 a 12hs junto a Gonzalo Sánchez, Carolina Amoroso, y Cecilia Boufflet.
En esta charla revela sus aprendizajes en torno a la profesión, la responsabilidad frente a la audiencia, y los cambios que hizo desde que fue papá de sus dos hijos.
—¿Cómo te estás sintiendo haciendo streaming todos los días?
—Muy contento. Realmente extraño muy poco la tele, pasé de la tele diaria a tele de fin de semana. Y el streaming bien hecho te permite una profundidad muy valiosa, donde no hace falta correr con la métrica.
—Tus compañeros me dijeron que vos sos ‘el que arregla todo’, ¿cómo es eso?
—Tengo una especie de obsesión. No sé por qué, pero siempre quiero solucionar. Si el aire está muy fuerte, yo te lo resuelvo, si necesitás una linterna, la busco, si falta un contacto a último momento, trato de conseguirlo, y así con todo.
—Hay un alma de productor. No tiene que ver con darse maña cambiando el cuerito, las lamparitas, nada de eso.
—Cero, en todo eso soy un inútil. Es ganas de producir y solucionar. Soy expeditivo, lo que me lleva a veces a tomar decisiones muy equivocadas por la velocidad.
—¿Por ejemplo?
—Cuando te hacen un ofrecimiento laboral, en vez de encararlo como una negociación tranquila, capaz acepto al toque o digo algo que después lo reflexiono y no lo pensé tan bien. ‘Tranquilo hijo’, me dice siempre mi vieja. A mí la pausa me re cuesta.
—Tiene que ver con la ansiedad también, ¿te bancas los pendientes o los sufrís?
—No, los sufro furiosamente. Me es muy difícil eso de: ‘En una semana te respondo’. Pero lo laburo mucho, y trato de aplicar cada vez más eso de pensarlo 15 minutos antes de tomar una decisión. Y el WhatsApp me perjudica porque la otra persona está esperando una respuesta. Me digo a mi mismo ‘Moncho, esperá, tranquilo’.
—Te dicen Moncho, ¿cómo nació ese apodo?
—Me lo dicen por Ramón, tengo 39 años. Tenía unos familiares que son de San Isidro, y el Ramón es muy cheto ahora. En mi época la verdad que Ramón no era muy… Y yo vengo de Tucumán en los 90, imagínate. A casi todos los Ramón les dicen Moncho. No era un nombre común, y la verdad es que no me gustaba. Un día la encaré a mi vieja y le pregunté por qué me lo puso. Ahí me contó que tenía problemas para quedar embarazada, no podía tener un cuarto hijo. Y yo soy el cuarto.
—Le pidió a San Ramón Nonato.
—Sí. Me contó que le pidieron que abortara porque tenía un problema muy grave de salud, y había muchas probabilidades de que en el quirófano murieran madre e hijo. Mi vieja dijo: ‘No voy a abortar, si me muero, me muero’. Le rezó a San Ramón y nací bien. Ahí yo entendí que mi nombre es lo más grande que hay, y lo sané.

—¿Sufriste bullying por tu nombre?
—No, lo calificaría como bullying porque a mí me pasaba que me daba vergüenza. Era un nombre que no estaba en un estrato social de clase media alta.
—Que era en el que vos te movías acá.
—Más o menos, sí, media-alta. Era una estupidez total lo que pensaba, y prefería Moncho.
—¿Naciste en Tucumán?
—No, nací en Buenos Aires por los problemas de embarazo de mi vieja. Pero toda mi familia, mis hermanos, son tucumanos, y vivíamos en Yerba Buena. Cuando la cosa empezó a complicarse en Tafí del Valle, nos vinimos todos a Buenos Aires porque allá ya no había más laburo.
—¿Qué hacían tus viejos?
—Mi mamá era profesora de equitación y mi papá es ingeniero y laburaba en ese momento en cerealeras. A fines de los 80’, casi ’90, muchos ingenieros industriales se quedaron sin laburo. Mi viejo estuvo siete años sin trabajo. Él era amo de casa y mi vieja la que salía a laburar.
—En un momento que todavía no estaba tan normalizado como ahora, tal vez.
—No, para nada. Algunos nenes que venían a mi casa me decían: ‘¿Qué hace Alberto? ¿Por qué está lavando la cocina?’. Y mi viejo lo hacía todos los días.
—¿Pero lo padecían o era natural la dinámica familiar para ustedes?
—No, en mi casa estaba naturalizado. Y mi vieja tenía la postura de ‘quién sos vos para decir lo que hace el hombre y lo que hace la mujer’. Ahora ella tiene 70 años, y a veces hablamos de feminismo. Ella cree que ser feminista es ponerse un pañuelo verde y decir ‘legalicen el aborto’. Entonces dice que ella no es feminista. Y yo siempre la jodo diciéndole sí.
—Debe recordar lo que le dijeron cuando estaba embarazada de vos.
—Sí, cuando se discutió la legalización del aborto yo una sola vez intenté plantearlo, y ella me dijo que cómo le iba a decir eso a ella. Entonces me cuidé mucho en la discusión sobre el tema en los medios, porque mis viejos me veían en la tele y no quería decir algo que los hiriera. Ahí entendí como periodista que no siempre tengo por qué decir algo de determinados temas, puedo no meterme sino quiero.
—¿Eso fue un aprendizaje?
—Sí, porque al principio hería, y eso no tiene vuelta atrás. Me pasaba mucho de discutir de política y pelearme con mis cuatro hermanos. Con los dos más grandes son con los que más me veo, porque mi otro hermano es un hippie que está en Costa Rica, y pienso todo lo contrario en el 99% de las cosas. Sin embargo, cuando los veo una vez por semana, es el momento que más disfruto.
—¿Y hablan de política?
—Al principio sí, pero ya lo cortamos de raíz. Si nos vemos una vez por semana no nos vamos a sentar en un asado para discutir sobre clases sociales, crianza de un hijo o partidos políticos.
—¿Sentís que ellos son más elitistas?
—No sé, creo que pensamos muy distinto y viene de la forma en que nos criamos. Mi abuelo era un industrial millonario que tenía 250 empleados, un estanciero que tenía una campanita para llamar a la empleada doméstica. Así como digo eso, también era una persona que le arregló la casa a cada persona que empleó, que los llevó al colegio a los hijos. Un tipo muy solidario, pero de una clase social muy diferente y eso a mí me chocaba un montón.
—Pero vos no creciste con la campanita, era un contraste total.
—En mi casa no había un mango. Y por eso me molesta tanto cuando veo coberturas en los medios y siento que hay tanta estigmatización. Como una mirada de ‘ahí están los negros’. Si en el 2008 durante el conflicto con el campo el peón marchaba con el patrón de estancia, estaba bien visto. Pero si el negro pedía el aguinaldo y votaba a un peronista, entonces no sabía votar. Es muy elitista esa forma de pensar, y me jode. En el fondo hay una cosa muy racial escondida en algo supuestamente electoral.
—La doble moral, la idea de que un voto vale más que el del otro.
—Exactamente. Si votó como yo mira qué bien que votó. Ahora, si votó al negro de la Tercera no saben votar. Si esa es la lectura que hacemos es un laburo horrible porque no es eso.

—Pienso en las redes y el odio que hay en todos los ámbitos. A vos te dicen también Moncho Peroncho.
—Sí, a mí me gusta mucho la política, pero choco mucho porque cuando son tan antiperonistas que se les nubla el análisis. A mí me joden con lo del Moncho Peroncho porque cuando digo ‘tal cosa no está pasando’, ya está, me tildan de peroncho. No se les ocurre pensar que están haciendo una lectura de la realidad equivocada, que tropiezan con la misma piedra hace 20 años.
—Parecería que a nivel mundial estamos en un momento donde creemos que nuestra opinión es demasiado importante.
—Tal cual, y no es así. No vale tu opinión en todo, y no es tan interesante. No hace falta que lo tuiteés. Incluso pasa en los comentarios de transmisiones en vivo, y yo siempre digo que no leo insultos ni violencia verbal porque yo no genero tribunas de odio. El que agrede a Lali Espósito y logra que le responda ya tiene sus diez minutos de fama. Yo el ida y vuelta no lo tengo más.
—¿Ganaste salud mental con eso?
—Sí, un montón. Y entendí que si de diez comentarios buenos, hay uno malo, ese uno no vale nada. Es insignificante.
—¿Cómo te iba en el colegio?
—Bien, no me llevaba materias. Salvo una vez.
—¿Te copiabas?
—Sí, varias veces. No había celulares, así que era un papel de ayuda memoria con los temas que no me podía olvidar. Una vez me copié, me engancharon y me la llevé a diciembre.
—¿Le contaste a tus viejos?
—No, no les dije. Mi vieja siempre me decía: ‘Tenés una responsabilidad obligatoria: que te vaya bien en el colegio, así que no me traigas un dolor de cabeza’. Si hacía bien eso, para todo lo demás tenía permiso. Y siempre se lo digo a mi hijo también, arranco con eso siempre.
—¿No tiene 2 años tu hijo?
—Sí, el más chico, pero se lo digo al de seis años, aunque sea en pequeñas rutinas diarias trato de ponerlo en práctica. Le digo: ‘Blas, le tenés que dar de comer todos los días al perro’. Al segundo día me pidió que lo hiciera yo. Y yo le digo que él tiene una sola responsabilidad por día y e esa. Yo fui a trabajar, volví, los bañé a los dos, levanté la mesa. Le enumero toda mi rutina. Entonces se levanta, va, y lo hace.
—Pero tiene otra responsabilidad también: tiene que ser de River.
—Sí. Obviamente. Eso en mi familia no se elige. Si no sos de River, ahí está la puerta. Te vas de la casa.
—¿Todos son de River?
—Sí, todos.
—Políticamente estar en las antípodas, en cualquier cosa pueden pensar distinto, pero en el fútbol…
—En todo lo demás son libres. Yo siempre digo que si sos muy fanático de un club y tu hijo se hace de otro, algo mal hiciste. O hay alguna mente tóxica que te lo contaminó.
—Y tu esposa, Vicky, ¿también es de River?
—No, es de San Lorenzo. Pero cuando nació me dio el ok para que Blas sea gallina.
—¿A Blas le gusta mirar los partidos con vos?
—Sí, porque bajé el nivel de intensidad. Si pierde River hago de cuenta que no me jode.

—Sos un papá muy presente. ¿En qué momento te nació ese amor paternal?
—Antes de que mis hijos nazcan, yo estaba en tele muchas horas por día, cubría todos los reemplazos, vivía mucho para mi laburo. Pensaba mucho en mi carrera, en que si llegué a la tele tenía que buscar ser conductor, después estar en el prime time a la noche, y así sucesivamente. Y cuando nació Blas dije: ‘Esto no es tan importante’. Si lo tengo que hacer lo hago, siempre agradecido, porque me encanta laburar de esto, pero si puedo elegir no lo hago. A las nueve de la noche yo quiero estar cenando con mis hijos. Eso me cambió radicalmente.
—Entendiste que uno no es menos responsable con su trabajo por entender que tal vez las prioridades son otras.
—Sí, que el laburo no es lo más importante siempre, porque vengo de una generación donde el trabajo era todo, donde había que sacrificarse por y para el laburo.
—Que trabajar enfermo estaba bien, que aceptar situaciones de maltrato estaba bien.
—Eso mismo. Me di cuenta con la experiencia que el tóxico te lleva a más toxicidad, que eso te pega en el cuerpo, después te lastima en tu casa y estás en una bola tóxica fea de maltrato. Y no, la vida está en otro lado.
—¿Estuviste en el nacimiento de los chicos?
—Sí, y cuando nació mi hijo yo trabajaba en el programa BDA en América. Y yo les dije: dos días y vuelvo al aire. Hoy me arrepiento, porque si uno no pone una barrera, te comen, y pasa en todos los ámbitos laborales. No existe la lógica humanizante.
—Hay una gran falencia con las licencias de paternidad.
—Horrible. Estamos atrasadísimos.
—Pero lo que planteas va más allá, porque tiene que ver también con la propia exigencia, con sentir que uno tiene que estar.
—Sí. A mí me pasaba mucho eso. Y con los chicos lo cambié, porque conlleva una responsabilidad donde también mi pareja me necesitaba en casa. Ya no voy a estar desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde al aire. Me ordené un montón.
—Siempre entendiendo que uno tiene la posibilidad de hacerlo, pero que hay gente que si no tiene los tres laburos, los hijos no comen.
—Por supuesto. Y cuando lo tuve que hacer, lo hice, y laburé 24x7. Mi pareja lo entendió, que laburara sábados y domingos hasta hace seis meses.
—Contame el momento exacto en que sentiste que te enamoraste de Blas.
—En la inmediatez, el día del nacimiento, se me voló la cabeza. Pero la verdad es que los primeros seis meses fue trabajo, trabajo, más trabajo, y asistencia a la madre, que con justa razón está completamente detonada. Te transformas en una mamadera, en la farmacia, el pedido de comida, etc. Y es lindo sostenerlo, pero también pensás: ‘Che, devolvéme algo’, porque vos das y das y la retribución no llega. A los ocho meses empecé a entender mucho más el vínculo, y después me fascinó cuando empezó a tener un razonamiento. Ahí sentís la locura de amor que es tener un hijo. Hoy está muy de moda decir: ‘Elijo no ser padre’, y lo respeto, cada uno con su vida. Pero yo tengo ganas de decirles: ‘No te pierdas la experiencia’.
—¿Y cuándo llegó el segundo?
—Lautaro, el segundo, me costó horrores, porque la demanda no es la misma. Son dos que hay que dormir, dos para salir a pasear, y cuando estaba despidiendóme de los pañales, llegó el otro y empecé de nuevo.
—¿Cómo eligieron los nombres?
—Los dos nombres los eligió Vicky de una manera completamente autoritaria.
—La banco, ella puso la casa nueve meses. ¿Y tuviste miedo en algún momento de no querer tanto a Lautaro como a Blas?
—No, para nada. Tenía la convicción de que el amor se multiplica. Y ahora que Lautaro tiene 2 años, y empieza a tener gestos de independencia, me doy cuenta que son el agua y el aceite. Blas nunca quiso jugar a las peleas, pero Lautaro quiere jugar a las piñas.
—Si le pregunto a Vicky en qué sos el mejor del mundo, ¿qué me dice?.
—Ella siempre me dice que mi mejor cualidad es que lo que me propongo en algún momento lo consigo.
—¿Y si le pregunto cuándo te quiere echar de tu casa?
—Algo que todavía no puedo controlar, que es muy de geminiano, que si me ofendo me empiezo a ofuscar y no puedo salir del círculo. Y ahí es cuando Vicky me dice: ‘Salí, caminá, dejáte de joder’.
—Pero, ¿qué te ofende por ejemplo?
—Es muy de chiquilín lo que me pasa. Por ejemplo, entré a casa, Lautaro estaba durmiendo la siesta y Vicky estaba viendo a sus pacientes, ella es osteópata. Fui a saludarla y no me respondió, entonces me ofendí, sin saber qué estaba haciendo. Cuando me dijo se me pasó. Esas cosas.
—Es como un niñito emberrinchado.
—Sí, totalmente. Las primeras veces que tuve que educar a mi hijo también me ofendía, y Vicky me decía: ‘Pero tiene 4 años’. Obviamente la idea no es que el adulto se ofenda, así que lo trabajé.

—¿Y cómo vas con el temita de las ‘matrimillas’?
—El tema es así: en agosto me voy una semana a Río de Janeiro con mis amigos porque hay varios que cumplen 40 años, así que es muy especial. Cada cuatro meses me voy un fin de semana con mis amigos a algún lugar. Y al principio eso generaba conflicto total, peleas, hasta que Vicky soltó. Pero hay que hacer toda una organización con mis dos hijos.
—¿Y cómo hacés?
—Llamo a mi suegra, la traigo de Entre Ríos, hago todo el operativo.
—En la previa esos viajes, ¿hay que sumar puntos?
—Sí, totalmente. Vicky me dice: ‘No das puntada sin hilo’, porque yo le digo que nos vayamos un finde toda la familia a Pinamar, y ella ya me pregunta por qué. Le respondo: ‘Porque te amo’, y después de varias preguntas más le termino diciendo: ‘Porque en dos meses me quiero ir a Córdoba con los chicos’ [risas]. Entonces después ella desconfía, porque suena egoísta, pero juro que no siempre soy así.
—¿Quién está más cerca de plantear el tercer hijo? ¿Ella o vos?
—Ella, constantemente. Ahora constantemente, porque se olvidó de lo que sufrió. Yo le digo: ‘Acordate de lo que era’, y ella me dice: ‘No era tan así’.
—Todas nos olvidamos, sino el mundo no existiría Moncho.
—¿Pero por qué se olvidan tan rápido? Del provechito, de que vomitó, de los cólicos, de que no dormías ni una hora, del pediatra a los 20 días.
—¿Tuviste el segundo o no?
—Sí.
—Entonces vos también te olvidaste.
—Sí, y tiene un gran punto a su favor. Yo la convencí para tener el segundo hijo. Ella no estaba tan segura, me decía que estaba muy cansada, y ahora es al revés.
—Encima te salen divinos.
—Sí, no lo digo por ser el padre, pero sí, son hermosos. Salieron a la madre.
—¿Y cómo nace lo de los campamentos? ¿Te vas solo con ellos?
—Sí, los campamentos me parecen un mega plan. Solo que no voy en carpa, sino que alquilamos un motorhome y es otro tipo de campamento. Es un planazo.
—¿Y a dónde van?
—A Entre Ríos por lo general, de donde es mi familia política. Vamos al campo, a pescar, a mirar animales, porque ya no me gusta cazar. De chico cazaba, pero ya no.
—¿Qué cosas que viviste de chico querés que tus hijos vivan y cuáles no querés que se repitan de ninguna manera?
—Me gustaría que no sufran bullying. Cuando Blas me cuenta de una experiencia con otro compañero al que lo molestan yo le digo que se meta. Me di cuenta los traumas que genera en la adultez, que son horribles.
—¿Y eso cómo lo entendiste?
—Me di cuenta cuando me cambié de secundario cuando era chico, que era la ley de la selva. Yo tenía 14 años, y lo primero que hice fue sentarme al lado del único que se sentaba solo. Y me empezaron a hacer bullying por sentarme con él. Al otro día me levanté y me senté con los demás, y me uní a bardear a ese pibe. Sentí que todo el grupo me aceptó en ese primer gesto y cuando fui creciendo entendí que fue horrible hacer eso. Ese pibe, después me enteré que se fue a vivir a Traslasierra, y hablé con él una vez y me dijo que le pedía por favor a los papás que lo cambien de colegio porque lo re sufría. Y eso la verdad es que no quisiera que le pase a mis hijos.
—Y nos cuesta pensar que podemos ser el papá o la mamá del niño que está acosando a otro.
—Totalmente. Hoy tiendo a creer que algo está cambiando, que no lo vemos ahora porque es muy reciente. Pero es horrible ser el padre del que bullinea, sentir que tu hijo es un mal pibe. Si tiene 7 años y no se da cuenta, date cuenta vos como padre, pregunta qué pasa en el colegio.
—Me dijiste que más allá de las diferencias ideológicas con tus hermanos tenés diferencias en crianza. ¿En qué piensan distinto?
—Mi hermana tiene el concepto de ‘mi marido me ayuda’, y yo tengo unas ganas de decirle que rompa con eso, que no ‘ayuda’, que es lo que corresponde. Después en la concepción política pensamos distinto también. El agua y el aceite. No sé, no congeniamos. Hay un montón de cosas que quizás naturalicé, que a mí no me sorprenden, un montón que no quiero contar en público, pero yo me reserve la crianza de mi hijo. Me indigna un montón cuando familiares o amigos te señalan con el dedo. ¿Yo te digo cómo criar a tu hijo? Que todos se metan en la vida privada del otro es agotador. Dejame criar a mi hijo como yo quiero, porque es mi hijo. Me pasó mucho cuando se discutió la ESI, que para mí la educación sexual integral es muy importante, para detectar un abuso a tiempo por ejemplo.
—Alguno plantean que la educación sexual es responsabilidad de las familias, pero hay una responsabilidad del Estado de que esa educación llegue a todos los niños, y hay un montón de familias que no quieren o no pueden dar esa educación.
—Absolutamente. Cuando yo tenía 16 años iba al colegio parroquial, que nos llevaba a hacer trabajos sociales a distintas escuelas de clase baja. Y una vez en Presidente Derqui, Partido de Pilar, tuve una charla con chicos de 14 que estaban iniciando en la sexualidad. Uno de los profesores les preguntó quién se cuidaba, y un pibe le contestó: ‘Yo no compro preservativos porque no quiero gastar plata, pero uso de preservativo la tela de una camisa’. Ahí yo dije: ‘Listo, esto está roto’. Ese pibe que quizás no tiene la oportunidad de que le expliquen en su casa qué es un preservativo, cómo se usa, etc, necesita la ESI. Y porque les expliques no es que van a tener más sexo, porque el sexo va a estar igual, solo que van a tener más o menos información.
—Saber que tienen derecho a decir que no, que tienen un espacio seguro para contar las cosas que le pasan. Es muy importante lo que hace la ESI en nuestro país.
—Tiene que ver con qué país queremos para nuestros hijos. Si quisiera un país ideal me tendría que ir a vivir a otro país. Me siento egoísta al no hacerlo porque quiero que mi vida pase acá. Creo que el país que les va a quedar va a ser peor que el que tenemos. Y que el que teníamos hace 10 años y el que teníamos hace 30. Para mí no hay manera ni margen que sea mejor. No veo margen de que mejore, por lo menos en las grandes ciudades, donde la desigualdad y la inseguridad es cada vez mayor. La muralla que antes estaba en dos countries va a estar en 150, va a ser cada vez más alta, y Nordelta en vez de tener una clínica y colegio también va a tener una universidad, todo adentro, y van a ser mundos divididos.
—En Nordelta tenés un montón de gente que sale a correr con tobillera también.
—No, olvidate, están las dos cosas. Cuando pensamos qué vamos a dejar, yo creo que vamos a dejar un país más desigual, más inseguro, con más violencia. A mí me asusta el tipo que sale con un fierro porque eso cambia todo. Se acabó, no hay más cuento. Hay un sistema que ya está naturalizado de mega corrupción. Si querés ser proveedor de gasas de un hospital de Mar Chiquita tenés que hablar con el secretario de Salud, que va a tener un lobista, que cobra una intermediación, una coima, que la paga el contribuyente porque le ponen un exceso a la obra. Y así multiplicado por 150 mil millones de rubros.
—Qué triste.
—Sí. La discusión de intendentes es igual. El intendente elegido entra con su proveedor del hospital, del servicio público, del agua, de la cloaca, del aceite para el comedor, de la resma para el colegio. Todo es un gran negocio y se hacen millonarios de la noche a la mañana. Por eso es tan tentador entrar en política. A mí una vez alguien me dijo un diputado provincial para entrar invierte 10.000 dólares, para estar en la lista, y en cuatro años tiene un patrimonio de 150.000 dólares.
—¿Yo con 10.000 dólares puedo estar en una lista?
—Lamentablemente pasan cosas como esa. Y en cuatro años recaudan un montón.
—Dejame soñar que no, por tus hijos y por los míos.
—La política real es así.
—Y sin embargo te sigue encantando el periodismo político.
—Sí, porque más allá de todo eso negativo, hay una discusión macro que siempre es interesante dar. Que debemos darla, y por eso en cada espacio que tengo siempre busco hablar más de todo estos temas, y siempre va a valer la pena dar esa batalla.