
Perú acaba de demostrar que la sostenibilidad puede ser rentable, medible y escalable. La primera fase del “Proyecto de Zonas Industriales Sostenibles (ZIS)” lo prueba con cifras que no dejan espacio a dudas: más de 8.300 toneladas de CO₂ reducidas, procesos más eficientes y empresas que hoy ahorran dinero gracias a tecnologías limpias. La pregunta ahora es si el Estado y el sector privado están preparados para sostener y expandir este modelo en los próximos años.
La iniciativa, implementada en Lima y Callao, se ha convertido en el programa piloto más ambicioso del país para transformar la industria tradicional hacia un modelo sostenible y de economía circular, con impactos económicos y ambientales medibles. Así lo explicó en entrevista con Infobae Perú la coordinadora nacional del proyecto, Carmen Julia García, al detallar los avances y los retos que marcarán la siguiente etapa del modelo.

Un piloto que nació del compromiso climático del país
El proyecto ZIS tomó forma después de que el Perú asumiera compromisos internacionales tras el Acuerdo de París. Un diagnóstico elaborado en 2018 reveló la urgencia de intervenir zonas industriales con altos niveles de contaminación y procesos poco eficientes. Ese análisis fue el punto de partida para que el país postule, y luego sea elegido, como el primer territorio de América Latina donde se implementaría un piloto de zonas industriales sostenibles.
“El Perú tenía un potencial para trabajar este enfoque y mostró interés desde el inicio”, explica Carmen Julia García. Esta predisposición permitió articular a la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), ministerio de la Producción (PRODUCE), el Ministerio del Ambiente (Minam) y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), que financió la intervención.

Lanzado oficialmente en 2020 —aunque planificado antes de la pandemia—, el proyecto tuvo que enfrentarse de inmediato a un escenario crítico: las prioridades del sector privado cambiaron de un día para otro. Las empresas buscaban sobrevivir, no invertir. “No estaban pensando en financiar proyectos sostenibles, sino en pagar la nómina”, recuerda García. Aun así, el equipo mantuvo el rumbo con un trabajo intenso de acompañamiento técnico, reuniones y seguimiento personalizado.
El mayor obstáculo: convencer a un sector enfocado en sobrevivir
Durante la crisis sanitaria, muchas empresas vieron la sostenibilidad como un gasto prescindible. Ese es uno de los aprendizajes centrales del proyecto: el proceso de convencimiento exigió un trabajo cercano y constante. “Hemos tenido que darle un seguimiento bastante detallado a cada empresa para demostrar que esto trae rentabilidad”, comenta García.
A ello se sumó otro obstáculo evidente: la falta de información sobre fondos y mecanismos de asistencia técnica. Esa brecha informativa se reflejó en múltiples casos; para varias compañías, el primer contacto con el proyecto surgió por un anuncio en LinkedIn. Esa experiencia confirmó la necesidad de fortalecer los canales de comunicación en un sector donde las oportunidades suelen pasar desapercibidas.
Esa mezcla —seguimiento técnico, acompañamiento continuo y difusión estratégica— terminó siendo clave para mantener vivo el proyecto en el momento de mayor incertidumbre económica.

Un ahorro empresarial superior a US$ 1,4 millones
La evidencia económica es contundente. De los US$ 4,5 millones destinados a implementar mejoras tecnológicas y optimizar procesos productivos, el proyecto aportó US$ 1,3 millones en fondos no reembolsables. El resto fue inversión directa del sector privado.
¿Por qué las empresas asumieron más de US$ 3 millones de su propio presupuesto? Porque vieron resultados. “Sí hay interés porque ven la rentabilidad de lo que una mejora tecnológica puede traerles”, sostiene García.
Los beneficios más relevantes incluyen:
- Procesos más eficientes
- Menor consumo de energía, agua y materiales
- Ahorros superiores a US$ 1,4 millones
- Mejor reputación corporativa y bienestar laboral
Estos impactos permitieron que las empresas consoliden una visión distinta: la sostenibilidad ya no como un requisito, sino como una estrategia de eficiencia y competitividad.
21 empresas que hoy marcan la pauta
El cierre de la primera fase dejó un resultado revelador: más de 8.300 toneladas de CO₂ reducidas al año, superando con amplitud las metas iniciales. Ese impacto proviene de un grupo reducido, pero estratégico: 21 empresas que decidieron transformar sus operaciones con tecnologías limpias y mejoras de eficiencia.

Las compañías abarcan sectores diversos —fundición, plásticos, textiles, químicos, alimentos y manufactura— e incluyen nombres como Cobrecon, Carvimsa, Iberoplast, Hidrostal, Textiles Camones, Renasa, Corporación Rey, Sudamericana de Fibras y Macchu Picchu Foods. Todas implementaron mejoras que van desde optimización energética hasta reducción de residuos.
Para el equipo del proyecto, estas empresas son ahora una red de referencia nacional. “Son nuestros embajadores. Son la prueba viviente de que el esquema funciona”, afirma García. Si con apenas 21 empresas se logró una reducción de más de 8.300 toneladas, el potencial de escalabilidad desborda el alcance inicial del proyecto.
El reto ahora es escalar el modelo
La experiencia en Lima y Callao dejó una base técnica y empresarial que hoy funciona como plataforma para el crecimiento del modelo ZIS. Las intervenciones en Ate, Lurín, Puente Piedra, SJL, Independencia, Chilca y el Callao demostraron que es posible transformar procesos productivos en contextos diversos y obtener impactos visibles desde el primer año.
Ese desempeño ya es observado desde fuera. Delegaciones del GEF y representantes de gobiernos latinoamericanos han visitado el Perú para conocer la articulación entre la cooperación internacional, PRODUCE y MINAM, y cómo se logró sostener la intervención incluso durante la pandemia. “Hoy otros países vienen a aprender de nosotros”, destaca García.

Con los resultados validados, el equipo trabaja en la hoja de ruta de la segunda fase, que busca expandir el modelo a otras regiones del país. La búsqueda de financiamiento internacional está en marcha y la expectativa es que, en un año, se anuncie formalmente la ampliación hacia nuevas zonas industriales.
García resume la lección clave que este piloto deja para la industria nacional: “Sostenibilidad significa eficiencia y reducción de costos”. Las empresas que participaron ya lo confirmaron, y algunas incluso replicaron mejoras con recursos propios, sin cofinanciamiento externo.
El Proyecto ZIS no solo probó que la transición es viable: demostró que puede convertirse en un nuevo estándar para la competitividad industrial del Perú. Escalarlo —o no— será ahora una decisión estratégica para el país.
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