
En la selva cajamarquina, en medio de la humedad del Marañón y el murmullo de la tierra roja, un grupo de arqueólogos ha abierto una puerta al pasado más remoto del país. Allí, en Huaca Montegrande, un templo ceremonial de más de seis mil años, yace un misterio que podría transformar la comprensión sobre los orígenes de la civilización en la Amazonía peruana.
El sitio, escondido entre colinas que guardan silencio milenario, revela la presencia de una tumba central. Los indicios señalan que podría pertenecer a un personaje de alto rango, posiblemente una mujer. Esta figura habría ocupado un papel fundamental en una sociedad que, mucho antes de Caral, ya construía templos con precisión arquitectónica y una profunda conexión con el cosmos.
Para el arqueólogo Quirino Olivera, presidente de la Asociación para la Investigación Científica de la Amazonía del Perú, la historia de Montegrande comenzó a revelarse luego de años de sospechas. “Desde hace tiempo creíamos que en el centro de la espiral del sitio descansaba un gran personaje ancestral”, señaló para la Agencia Andina. Esa hipótesis, inspirada en los hallazgos de Palanda, Ecuador, empezó a confirmarse tras meses de excavación. “Después de retirar los dos anillos centrales, estamos frente al ingreso de la tumba”, explica el investigador, con la serenidad de quien sabe que pisa terreno sagrado.
El acceso a ese punto fue un desafío técnico y espiritual. Antes de llegar al centro, el equipo evaluó diversos métodos de excavación. Se pensó en abrir un túnel desde el lado norte, pero el Ministerio de Cultura descartó la propuesta. Luego se consideró una trinchera desde el este, pero la estructura de la espiral —compuesta por muros curvos y superpuestos, como capas de cebolla— lo hizo inviable. Finalmente, se optó por una técnica ancestral: la anastilosis, que consiste en retirar piedra por piedra.
“Tras meses de trabajo, logramos retirar el primer y segundo anillo. Ahora estamos a un paso de la cámara funeraria, allí donde el silencio parece contener el alimento antiguo”, afirmó Olivera.
La cámara sagrada y la dualidad de los dioses

Las piedras que rodean la entrada no fueron elegidas al azar. Cada una parece narrar una historia distinta. Las verdes evocan la fertilidad, las marrones la tierra, y las rojizas la fuerza solar. Según Olivera, esta selección responde a un orden simbólico. La cámara, situada entre tres y cinco metros de profundidad, está cubierta por capas de tierra roja y blanca, posiblemente asociadas a la dualidad solar y lunar que regía la cosmovisión de los antiguos habitantes de la Amazonía.
El arqueólogo sostiene que el propósito del equipo es llegar hasta la tumba del gran personaje espiritual de Montegrande. “Nuestro objetivo es alcanzar la cámara donde habría sido sepultado junto al cacao más antiguo del mundo, símbolo sagrado de comunión entre los hombres y los dioses”, declaró.
Durante el proceso, los investigadores identificaron ofrendas de notable significado ritual: tierras de distintos colores, fósiles del terciario cuidadosamente dispuestos y pequeños espacios revestidos que evocan la luna. Cada elemento parece haber sido colocado con una intención ceremonial que trasciende lo material.
Para Olivera, el templo no fue únicamente una tumba. Representó un espacio de comunicación entre los mundos. “El centro de la espiral es un portal energético donde se unían las fuerzas del sol y la luna”, explica. Este principio guarda relación con el Hanan Pacha, el mundo superior en la tradición andina. Aunque Montegrande se alza en la Amazonía, sus constructores compartían con las culturas andinas la visión de una realidad dividida en planos cósmicos.
El arqueólogo detalla que existen rastros de una segunda tumba. Los restos principales estarían orientados hacia el este, donde nace el sol, mientras que otro cuerpo, posiblemente masculino, se ubica hacia el oeste. “Las piedras reflejan la dualidad entre lo femenino y lo masculino, entre el agua y la montaña”, sostiene. Esa disposición sugiere una estructura social donde la mujer pudo haber tenido un rol central en los ritos y la conducción espiritual del grupo.
El cacao y el origen de la civilización amazónica

Entre las ofrendas halladas se descubrieron cerámicas con restos de almidón de cacao, esculturas de piedra en forma de fruto y una semilla pétrea de tono rojizo. Los análisis realizados con el apoyo del Plan Binacional Perú-Ecuador determinaron una antigüedad de alrededor de seis mil años.
“El cacao fue parte esencial del simbolismo femenino y de la cosmovisión amazónica”, explica Olivera. Los hallazgos indican que esta planta, antes asociada a Mesoamérica, habría sido domesticada primero en la Amazonía peruana. Su presencia sugiere que los orígenes de la civilización andina podrían estar en el valle del Marañón, donde la semilla del cacao simbolizaba el vínculo entre la vida, la muerte y la divinidad.
Los fechados obtenidos sitúan a Huaca Montegrande entre los templos más antiguos del continente. Sus muros antisísmicos, la complejidad de su espiral y la orientación astronómica del conjunto muestran una sociedad avanzada, capaz de planificar construcciones monumentales en plena selva hace más de seis milenios.
“Este descubrimiento cambia muchos de los paradigmas sobre el origen de la civilización andina”, reflexiona Olivera. “Montegrande demuestra que la civilización peruana podría haber nacido en la selva del Marañón, donde la piedra, el cacao y el cielo se unieron en un mismo acto de creación”.
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