
El Ministerio de Salud (Minsa) considera los conflictos familiares como un factor de riesgo para la salud mental y la violencia familiar. Por eso ofrece servicios de orientación y soporte emocional, incluyendo la Línea 100, para ayudar a las personas afectadas por conflictos familiares, especialmente aquellos que involucran violencia. Además, el Minsa promueve la prevención y el manejo de conflictos familiares, brindando pautas para el cuidado de la salud mental de los niños ante situaciones de separación o divorcio.
Las discusiones forman parte de los conflictos no solo familiares sino también de toda índole como los de pareja, amistad o incluso los laborales. Durante una discusión, las personas pueden reaccionar de maneras muy distintas. Algunos elevan la voz, se alteran fácilmente o buscan imponer su punto de vista. Otros optan por ignorar a su interlocutor, cerrándose emocionalmente como forma de defensa.
Y hay quienes, en lugar de enfrentarse o reaccionar de forma impulsiva, prefieren quedarse callados. Esta última conducta puede interpretarse de muchas formas, pero lo cierto es que tiene un significado profundo y está relacionada con la manera en que cada persona gestiona sus emociones, el conflicto y las relaciones interpersonales.
¿Qué significado tiene que una persona se quede callada para evitar un conflicto?
Cuando una persona decide guardar silencio durante una discusión, no siempre significa indiferencia o desinterés. Muchas veces, este silencio es una forma de protegerse, evitar una escalada emocional o incluso de procesar lo que está ocurriendo. Es una estrategia que busca frenar el conflicto, especialmente si la persona siente que hablar solo empeorará la situación.

El silencio también puede ser una señal de autocontrol. Hay personas que, conscientes de su temperamento, prefieren callar antes que decir algo de lo que luego se arrepientan. En estos casos, el silencio no es pasividad, sino una forma de evitar herir al otro o dañar el vínculo. Por otro lado, para algunas personas, quedarse calladas es una forma de establecer límites sin entrar en confrontación directa.
Sin embargo, este comportamiento también puede interpretarse como una forma de evasión, especialmente si se convierte en un patrón constante. Evitar el diálogo puede dificultar la resolución de conflictos y generar malentendidos, haciendo que los problemas se acumulen y se profundicen con el tiempo.
¿Por qué hay personas que evitan enfrentar un conflicto?
El miedo al conflicto puede tener raíces profundas. Muchas personas crecieron en entornos donde las discusiones estaban asociadas con gritos, violencia o rupturas, por lo que desarrollaron una aversión a cualquier tipo de confrontación. Para ellas, evitar el conflicto es una manera de preservar la paz, aunque esto implique callar sus opiniones o necesidades.
También existe una tendencia a complacer a los demás, especialmente en personas con baja autoestima o que temen ser rechazadas. Estas personas pueden evitar el conflicto por temor a perder la aprobación del otro o por miedo a generar tensión. En este caso, el silencio no es una elección consciente de paz, sino una reacción de inseguridad.

Otra razón es la falta de herramientas emocionales para gestionar un conflicto. No todos han aprendido a dialogar, a expresar lo que sienten sin herir al otro, o a negociar diferencias. En estos casos, el silencio surge por no saber cómo actuar o qué decir.
¿Cuál es la mejor manera de responder durante un conflicto?
La manera más saludable de responder ante un conflicto es desde la asertividad. Ser asertivo implica expresar lo que uno piensa y siente de forma clara, respetuosa y sin agredir. También implica estar dispuesto a escuchar al otro, con empatía y apertura, buscando comprender antes que responder.
Una buena estrategia es tomarse un momento para calmarse si la emoción es muy intensa. En vez de callar de forma indefinida, se puede decir: “Prefiero hablar más tarde, cuando esté más tranquilo”, lo cual permite manejar el conflicto sin ignorarlo.
La comunicación efectiva también es clave. Escuchar activamente, validar los sentimientos del otro y evitar las acusaciones pueden marcar una gran diferencia. No se trata de evitar el conflicto, sino de enfrentarlo desde el respeto mutuo y con el objetivo de encontrar soluciones.
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