El genocidio real que el mundo calla

ISIS reconoce públicamente su campaña de exterminio contra cristianos en África a través de boletines y videos propios. Pero la respuesta internacional pone en evidencia la selectividad moral

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Milicias en Congo
Milicias en Congo

Por primera vez, la propaganda del Estado Islámico (ISIS) afirma y reivindica su campaña de exterminio de cristianos en África. En su semanario, An-Naba n.º 516, resaltan su expansión en África, describiendo y difundiendo fotografías de sus acciones entre agosto y octubre pasado, con 44 ataques en las provincias de Nampula y Cabo Delgado, asesinando a más de 50 personas, incendiando cientos de viviendas y una decena de iglesias, obligando además al éxodo de miles de cristianos. Así, tanto en Nigeria, la República Democrática del Congo y Mozambique, las propias publicaciones de ISIS evidencian la campaña regional de exterminio religioso frente a la absoluta pasividad de la comunidad internacional.

Esta confesión del exterminio de un grupo religioso es calificada por ISIS como “giras de predicación” instrumentando una purificación religiosa donde la alternativa es la renuncia a la fe cristiana o el asesinato como forma de obediencia doctrinal. Esto, documentado en sus propios boletines semanales y en videos difundidos por sus medios oficiales, transforma el crimen en símbolo de devoción, consolidando una narrativa teológica del exterminio ya ensayada en Irak y Siria entre 2014 y 2017, cuando el grupo declaró la persecución y esclavitud sexual de los yazidíes como mandato divino.

Lo extraño es que en el actual debate público la palabra “genocidio” se usa para casi todo, salvo para estas acciones. Desde conflictos armados hasta disputas políticas domésticas, el genocidio refiere más a una metáfora moral que a la propia figura penal definida por la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948), como determinados actos de asesinatos, lesiones graves o sometimiento a condiciones de destrucción, cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Esa intencionalidad en derecho internacional se conoce como dolo especial, y es justamente lo que ISIS reconoce sin eufemismos en sus comunicados.

Miliciano de ISIS
Miliciano de ISIS

Desde 2014, múltiples organismos calificaron los crímenes del Estado Islámico en Irak y Siria como genocidas o cercanos al genocidio. En 2016, el secretario de estado John Kerry y luego por resolución del Congreso de EE. UU., reconoció oficialmente que el Estado Islámico había cometido genocidio, crímenes contra la humanidad y limpieza étnica contra yazidíes y cristianos entre otros. El Parlamento Europeo hizo lo propio ese mismo año, y los equipos de investigación de Naciones Unidas (UNITAD) consolidaron, especialmente en el caso yazidí, un cuerpo de evidencia criminal difícil de refutar afirmando que dichas pruebas cumplían con todos los elementos jurídicos del genocidio definidos por la Convención. En 2020 el Genocide Watch reconoció la situación en la provincia de Cabo Delgado, Mozambique, como Etapa 9: Exterminio, en una escala de 10 en los procesos de genocidio, provocado por grupos islamistas cuyo objetivo es desde el 2017, imponer un califato.

Pero ahora lo novedoso es que el propio ISIS reconoce que en África se está desarrollando una campaña sistemática de eliminación de cristianos, aportando videos y fotografías de iglesias incendiadas, villorrios arrasados, cuerpos ejecutados y decapitaciones, representándolo como defensa legítima del islam y con un tono celebratorio. Diversas investigaciones han comprobado que entre 2022 y 2024 el semanario An-Naba representó sistemáticamente los ataques a comunidades cristianas en Mozambique y Congo, como misiones de predicación armada y de expansión del califato, lo que refuerza la autodefinición del crimen como acto confesional.

Pero ni siquiera esta admisión, que manifiesta explícitamente el exterminio de colectivos sociales, étnicos o religiosos, parece desafiar a Occidente. Si un grupo terrorista puede decir “sí, estamos exterminando cristianos” y el mundo apenas reacciona, dicha indiferencia indica una crisis del orden moral y jurídico global que ha erosionado la credibilidad del sistema. Un régimen globalista que aplica principios de selectividad moral y criterios relativistas en la protección de los derechos humanos según el origen geográfico, la religión de las víctimas o el valor político del conflicto.

Básicamente, este grupo terrorista formula su violencia en términos confesionales donde en sus textos se habla explícitamente que los cristianos deben elegir pagar por su fe con la jizya o impuesto a los no musulmanes, convertirse al islam o la muerte. En los últimos meses, An-Naba incluso ha publicado mapas de las regiones africanas bajo su influencia, con referencias explícitas a la erradicación del “enemigo cruzado”, expresión con la que designa a las comunidades cristianas locales.

Esta reivindicación del exterminio de cristianos por parte de ISIS no sólo es una confesión de crimen, sino también una estrategia propagandística. Internamente construye una épica donde el genocidio se presenta como mandato religioso heroico; y externamente, busca provocar una reacción militar occidental desproporcionada que cause víctimas civiles y alimente su narrativa de martirio manipulando el sufrimiento civil como capital político, como han hecho Hamás, Hezbollah y otros grupos terroristas.

Pero en África el tablero es más complejo porque se superpone al terrorismo islamista, conflictos agrarios, rivalidades étnicas, debilidad estatal y disputas geopolíticas. En la provincia de Cabo Delgado, el grupo Ansar al-Sunna fue reconocido por el Departamento de Estado de EE. UU. como organización terrorista financiada y adoctrinada por el Estado Islámico. Los informes de Naciones Unidas y del International Crisis Group advierten que más de 60.000 personas fueron desplazadas sólo en julio de 2025, y que la cifra total de desplazados desde 2017 llega a 1.300.000 personas. De hecho, los datos de hace sólo algunas horas por parte de Médicos sin Fronteras, revelan un agravamiento dramático de la crisis humanitaria en el norte de Mozambique provocada por ataques violentos de grupos yihadistas como Al-Sunnah-wa-Jamah, sumando otras 93.000 personas desplazadas, mayormente mujeres y niños, 120 de los cuales fueron secuestrados para trabajos, combates o matrimonios. Estas cifras evidencian que la violencia no es episódica, sino estructural, colectiva y masiva, lo que refuerza el argumento de un patrón de exterminio dirigido repitiendo el modelo de Irak y Siria, con asaltos a aldeas cristianas, decapitaciones públicas, destrucción de iglesias e imposición de códigos religiosos extremistas.

Con esto en mente, resulta difícil eludir el hecho que no sólo el genocidio de cristianos perpetrado por el Estado Islámico en África, sino incluso su jactancia, no convoca concentraciones multitudinarias ni grandes marchas con pancartas, banderas y simbologías pro-cristianas en capitales europeas o latinoamericanas. Las aldeas cristianas arrasadas en Nigeria, las violaciones masivas de mujeres y niñas, los campesinos degollados en el Congo y las comunidades desplazadas en Mozambique no inspiran la toma de ninguna universidad, no movilizan huelgas de ningún tipo, ni campañas de cancelación o boicots, y mucho menos bombardeos mediáticos diarios con fotos de iglesias quemadas, fosas comunes o niños cristianos esclavizados. El genocidio confesado contra los cristianos africanos recibe, en el mejor de los casos, notas en páginas interiores y comunicados discretos de organismos internacionales. El silencio global y local relega estos hechos a un segundo o tercer plano que roza una indiferencia moralmente corrosiva.

El reconocimiento del Estado Islámico de que está cometiendo un genocidio contra cristianos en África es percibido por la opinión pública, cuando es conocido, como una curiosidad morbosa o un episodio exótico en un mapa lejano. Sin embargo, es una advertencia explícita sobre lo que el islamismo propone para todo lugar donde tenga poder de acción. Que un genocidio confesado, documentado y difundido por sus propios autores no despierte una respuesta proporcional, es un espejo donde se refleja nuestra propia escala de prioridades morales y políticas. Revela nuevamente la deteriorada ética occidental, su anestesiado humanismo y la ineficacia e hipocresía del derecho internacional y los organismos multilaterales para proteger a quienes son asesinados por su fe.