
En algún momento, sin que lo elijamos, el deseo de ser madre se cruza con un número: el de nuestra edad cronológica. De pronto, el calendario se vuelve una sombra. Las estadísticas, una sentencia. Y el cuerpo, que hasta entonces habitábamos sin pensar demasiado, se convierte en un terreno de estudio, de medición, de diagnóstico.
Para muchas mujeres, esta etapa marca un quiebre. No por lo que sucede en el cuerpo en sí, sino por cómo el entorno empieza a hablar del cuerpo: como algo que “se agota”, que “llega tarde”, que “debería haber sido antes”. Y así, lo que podría ser una decisión amorosa, se vuelve una urgencia cargada de miedo.
Pero… ¿es realmente cierto que después de los 35 todo se complica?
Sí, la edad influye. Pero no lo es todo. Y, sobre todo, no lo define todo. La fertilidad no es una cifra. Es una energía viva. Un vínculo que se puede cultivar, recuperar, transformar.
“Muchas de las dificultades no vienen del cuerpo, sino de la desconexión con él.” Del estrés sostenido. De la falta de escucha. Del modo en que vivimos sin registrar cómo nos afectan las emociones, el descanso, la alimentación, los vínculos.
Nuestros ovarios no se apagan al cumplir años. Cambian, como todo en nosotras. Y ese cambio puede ser una pérdida... o un portal. Porque también existe la posibilidad —real, profunda— de regenerar. De reconectar. De crear vida en todos los sentidos. En la ciencia real y del bien a esto se lo llama epigenética. La posibilidad del cuerpo como un todo de modificar hasta su ADN por las circunstancias y estilo de vida.
A muchas mujeres no se les dice que su cuerpo puede volver a ovular. Que puede responder cuando se lo acompaña. Que puede florecer cuando se lo cuida con respeto y amor.
Y eso no se logra solo desde lo técnico, sino desde lo íntimo. Por eso, en lugar de centrarnos únicamente en tratamientos o cifras hormonales, propongo otro camino: volver a los ovarios, al útero y la fertilidad toda como fuente de sabiduría. Trabajar con prácticas que nos ayuden a sentirnos más vivas, más completas, más en eje: respiración, masajes, visualizaciones, movimientos sutiles que despiertan la energía creadora.
No hay una edad exacta que defina el límite. De hecho hay registro de madre natural a los 62 años. Hay un modo de vivir, de mirar, de estar presentes.
¿Eso asegura un embarazo? No. Pero sí abre la puerta a otro tipo de bienestar y búsqueda. Uno que no depende del resultado, sino de la integridad. “Uno que permite decidir sin urgencia, caminar sin miedo, sostenerse con amor.”
Después de los 35 no se termina la fertilidad, empieza otro tipo de diálogo con ella: más sutil, más profundo y más íntimo.
Y tal vez eso sea lo que más necesitamos hoy: dejar de correr contra el reloj, y empezar a honrar el tiempo interno. Dejar de pensar que llegamos tarde, y empezar a confiar en que estamos llegando distinto.
Si algo de este texto te resonó, si te hizo respirar distinto, si despertó alguna pregunta, dejala estar. A veces, basta con una pregunta bien sembrada para que empiece la transformación.
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