
Cristina Fernández de Kirchner prefirió imaginarse esta semana en el espejo de Lula da Silva. Previsible. Acababa de sumar el gesto de apoyo más trascendente, y con impacto global, desde que cumple prisión domiciliaria, condenada en una causa por corrupción. “Volvió con el voto del pueblo y la frente en alto”, escribió luego de recordar que el presidente brasileño estuvo detenido. Fue una frase a su medida, en un documento que dedicó apenas los dos párrafos iniciales a la visita y los trece restantes a una carga contra Javier Milei. También previsible, aunque de manera cada vez más alarmante. En esas líneas -en rigor, desde el título- avanzó con el discurso extremo: habló de una etapa de “terrorismo de Estado de baja intensidad”.
No se trató de algo al pasar, sino de un documento preparado y, núcleo evidente, con ese parafraseo y desvirtuación del concepto de “baja intensidad” de ciudadanía como ingrediente del cóctel que puede abrir las puertas a giros autoritarios aún en democracia. La declaración de la ex presidente jugó en otro sentido, no exhibe siquiera pretensiones de análisis. Es letra para sus fieles. Está clara la banalización de la etapa de terrorismo de Estado y hasta la pérdida de valor de las palabras, pero eso no esconde el riesgo sobre el modo con que podría ser interpretado en algún grupo fanatizado.
Por supuesto, el mensaje amplifica el contexto de política sin límites, cargada de declaraciones desmedidas, insultos y frases ásperas. Olivos recurre a ese ejercicio a diario. Y el texto con sello de CFK se nutre de esa tensión y a la vez la multiplica, con el añadido de un peligroso y repetido intento de asimilación de su presente con el pasado, asumiendo desde ya la condición de representante exclusiva del “pueblo”, algo que las urnas ponen en discusión.
Lo dicho: no se trata de algo mencionado a la pasada. Al revés, constituye el punto central del discurso. La ex presidente dice que el “terrorismo de Estado de baja intensidad” sería la expresión de un nuevo “experimento continental” y sostiene, sin reparo alguno, una línea de unión temporal con las dictaduras de los 70 en la región. Va más lejos y agrega el ingrediente de su proyección personal: habla de un plan que le impide a ella misma “salir al balcón de su casa”. “Todo es parte de un ataque preventivo contra la capacidad del pueblo de organizarse”, dice.

Semejante armado de texto expone, en realidad, otra vuelta para reposicionarse en el plano interno y por encima, como contracara única de Milei. La condena firme en la causa Vialidad dejó en la nada su intento de ser candidata a legisladora bonaerense, por la Tercera Sección electoral de la provincia, es decir, el conjunto de distritos más sólidos del peronismo en el GBA. La lógica estaba a la vista: jugar en el terreno con mejores perspectivas electorales para el peronismo/kirchnerismo y ocupar el foco de la campaña, nacionalizada a partir de un territorio muy preciso y como desafío directo a Olivos.
Esa jugada quedó desarmada. Y pasado el primer impacto de la prisión en su casa, la ex presidente sumó mensajes para mantenerse en primera línea. Parece difícil sostenerlo en el tiempo, pero más allá de tales especulaciones, surgió otro dato concreto: la disputa en Buenos Aires pasaría a tener a Axel Kicillof como “enemigo” elegido por el mileismo. Todo es procesado además en la interna: el peronismo bonaerense enfrenta un camino de profundas tensiones, a pesar de los encuentros entre el gobernador, Sergio Massa y Máximo Kirchner, frente al precipicio que representaría la fractura para las elecciones que vienen. La competencia que busca forzar CFK opera en ese terreno, con costos evidentes y el objetivo superior de sostener un liderazgo realmente dañado.
El Gobierno no desperdicia la confrontación que intenta mantener la ex presidente, pero por momentos prefiere concentrarse en Kicillof y en el kirchnerismo como marca política. El punto es que el clima de exasperación incluye esa disputa con el peronismo y la trasciende: se extiende más allá de la política y fatiga a la sociedad, según registros de algunas encuestas. En otras palabras, pesa la repetición de descalificaciones en continuado contra periodistas, economistas críticos, figuras del espectáculo. Es más que un ejercicio de intolerancia: asoma como una estrategia de poder.

El ruido es parte de esa concepción, aunque no lo único. El oficialismo negocia cuando resulta imprescindible y más de una vez a destiempo. No le gusta. Y en general, según la línea que viene trazando Karina Milei, encara las tratativas bajo el supuesto de la subordinación de posibles aliados. No se trata únicamente de tejido electoral. Eso mismo, llevado al terreno más amplio de la gestión, fue complicando las relaciones en el Congreso.
El ejemplo más significativo es la tensión con los gobernadores, que pinta -por ahora como advertencia con expresión legislativa- un cuadro insólito: un planteo conjunto de los jefes de distrito, es decir, todas las provincias y la Ciudad de Buenos Aires.
De diferente modo, los gobernadores coinciden en cuestionar la falta de voluntad del Gobierno para avanzar con acuerdos, hablan de incumplimiento de compromisos y reprochan largas e infructuosas conversaciones. El reclamo central tiene que ver con una caída de la coparticipación y el manejo de fondos que hace el Ejecutivo. La traducción es el impulso a proyectos para reconsiderar el impuesto a los combustibles y la distribución de ATN.
Por lo pronto, avanzaron juntos en el Senado los bloques del peronismo/K, la UCR, el PRO y provinciales. No podría ser fruto del impulso exclusivo de la oposición dura. El grupo de gobernadores plantado de ese modo es menor y lo integran, según el caso y no en todos los terrenos, Kicillof, el pampeano Sergio Ziliotto, el riojano Ricardo Quintela, el formoseño Gildo Insfrán. El resto puede ser definido como dispuesto al diálogo: la decena de lo que fue JxC, algunos peronistas con juego propio, los representantes de partidos provinciales.
En otras palabras, se trata de una convergencia coyuntural, insólita. Pesan las necesidades en un año electoral, aunque el motor de esa confluencia es la actitud dura de Olivos. Es posible que sean retomadas las negociaciones. En cualquier caso, parece claro que las tensiones no sólo se expresan en el discurso.
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