
La Semana Santa se fija cada año según el calendario lunar. Para la comunidad judía, la fiesta coincide con el plenilunio del mes de Nisán. La Iglesia Católica hace coincidir la fiesta lunar dentro del marco de la semana. Jesús se dirige a Jerusalén para celebrar allí la Pascua, y es consciente de que será la última vez que la celebre en la Tierra.
Cuando se va acercando a la ciudad, la multitud quiere darle un recibimiento triunfal. Se detiene en la pequeña ciudad de Betfagé, donde lo espera un burro. Una vez montado en él, comienza el camino hacia el Monte de los Olivos. A medida que se va acercando, la gente corta ramas de palmas y de los árboles, y comienza a aclamarlo como rey. Desciende al valle de Josafat y se encamina hacia la entrada de la ciudad, conocida como la Puerta Dorada.
La víspera de la noche de Pascua, Jesús le pide a sus discípulos que preparen un lugar para celebrar con ellos la Cena Pascual. Esta cena remite al acontecimiento liberador de la esclavitud del faraón, en los tiempos en que el pueblo era cautivo en Egipto. Esa noche, con la cintura ceñida, alrededor de la mesa se reúne una familia para comer un cordero sin mancha ni defecto. La mesa contiene pan sin levadura (el matzá), verduras amargas —porque amarga fue la esclavitud en Egipto—, y una copa que se reserva solo para Dios.
Jesús da un contenido nuevo a esta cena conmemorativa del paso de la esclavitud a la libertad. Toma el pan sin levadura y pronuncia sobre él una fórmula nueva:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes para el perdón de los pecados”.
Luego toma la copa y dice:
“Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”.
De ese modo, instituye la celebración de la Eucaristía, anticipo de su Pasión, donde entregará verdaderamente su cuerpo y su sangre para el perdón de los pecados. Instituye también el sacerdocio, diciendo al final:
“Hagan esto en memoria mía”.
Después de haber celebrado la cena, se dirige a Getsemaní. Allí siente angustia ante la voluntad del Padre, que lo invita a entregar su vida en la cruz. Los discípulos no lo acompañan: se duermen. Al rato, llega Judas con los guardias del palacio de Caifás para atraparlo como si fuera un criminal. Allí comienza la Pasión: los juicios falsos, los latigazos y la coronación de espinas.
Jesús es conducido, portando el madero transversal de la cruz, a través de las calles de Jerusalén hasta llegar a un pequeño montículo de piedra en las afueras de la ciudad, llamado el Gólgota. A las tres de la tarde, dice sus últimas palabras:
“Todo se ha cumplido”.
Y, entregando su vida, dio el último suspiro.
Un soldado, viendo que ya había muerto, atraviesa con una lanza su corazón, del cual brotan sangre y agua: símbolo de los dos sacramentos más importantes de la vida de fe, la Eucaristía y el Bautismo.
Su cuerpo es retirado de la cruz por José de Arimatea y puesto en un sepulcro nuevo, en la espera de la resurrección. Según una antigua tradición, que expresamos en el Credo diciendo: “Jesús descendió a los infiernos”, baja a rescatar al primer hombre y a la primera mujer. Despierta a Adán y Eva de su sueño para anunciarles que por ellos se hizo hombre, que por ellos murió en la cruz, para rescatar al género humano y donarle la salvación.
Su resurrección es la noticia que partió la historia en dos: ya no hay muerto en la tumba, el sepulcro está vacío.
En su resurrección hemos resucitado todos.
¡Muy feliz Pascua para todos!
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