La guerra santa del presidente Trump

La política comercial del gobierno de EE.UU. se aleja de los marcos tradicionales y plantea un escenario de conflicto económico prolongado, con impactos en producción, comercio e incertidumbre global

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Las respuestas no se hacen
Las respuestas no se hacen esperar: notablemente, China introdujo aranceles a los productos de EE.UU., lo que puede tener un impacto considerable en la cadena de producción estadounidense y global (Foto: Reuters)

La “nueva política económica” del presidente Trump se parece menos a la política de reformas de Lenin de 1921, que buscaba introducir mayor libertad económica en un régimen de represión, y más a la “revolución cultural” de Mao de 1966, que procuraba reprimir y controlar más para gobernar sin obstáculos. Ninguna de ellas tuvo éxito, pero eso no obsta a que -dadas las facultades que tiene el presidente Donald Trump- se intente un cambio en las condiciones de comercio mundial a partir de una suerte de guerra que recién empieza y que enfrenta a aliados y adversarios.

Las respuestas no se hacen esperar: notablemente, China introdujo aranceles a los productos de EE.UU., lo que puede tener un impacto considerable en la cadena de producción estadounidense y global, dada la estrecha conexión que existe en las cadenas de suministros internacionales.

Si no hubo movimientos o negociaciones previas a la medida unilateral estadounidense, es en parte porque se desconocía el programa -todo indica que había un “círculo rojo” que lo mantenía en secreto- y porque una buena parte de los analistas creyó siempre que se trataba de una estrategia de Trump para amenazar y obtener alguna concesión, pero que no pasaría a mayores.

La magnitud del impacto abre la posibilidad de que la estrategia vaya cambiando a medida que se registran las primeras “bajas” en esta guerra, iniciada en forma más tímida el 4 de marzo con Canadá y México, y de manera abierta desde el 5 de abril con el resto del mundo.

La magnitud del impacto abre la posibilidad de que la estrategia vaya cambiando a medida que se registran las primeras “bajas” en esta guerra, iniciada en forma más tímida el 4 de marzo con Canadá y México, y de manera abierta desde el 5 de abril

Nadie puede excluir que haya retiradas tácticas de las tropas -es decir, que se abran negociaciones que excluyan algunos productos de determinados países-. Esa alternativa parece excluida como regla general, ya que el principio que guía las medidas está inscripto en una formulación que supone un castigo para quienes tienen superávit comercial con EE.UU.

A ello se agrega una cláusula que impone un arancel mínimo de 10% a los países con déficit, y a aquellos que la administración elige (por ejemplo, los que no pertenecen a determinado bloque comercial o están en un área geográfica específica).

Los principios económicos que guían estas acciones serían reprobados por cualquier persona medianamente formada en economía, historia y política, pero son los principios de la administración Trump. “Si no le gustan -diría Groucho Marx-, tengo otros”. Pero en este caso probablemente no los tenga, porque estamos frente a una decisión política brutal de ir a la guerra, convencidos de que se le doblará el brazo al resto del mundo. Se trata de una guerra santa, una cruzada.

El principio que guía las
El principio que guía las medidas está inscripto en una formulación que supone un castigo para quienes tienen superávit comercial con EE.UU (Foto: Reuters)

Henri Pirenne, el gran historiador belga, enseña en su Historia de Europa que la Primera Cruzada (1095) es la madre de todas las cruzadas, e hija de su tiempo. En efecto, fue la condición social de Europa en ese momento la que la hizo posible.

Quizás esta guerra santa que protagoniza la administración Trump tenga características similares, ya que no podría haber ocurrido en los años noventa ni en los 2000, cuando el mundo se expandía con fuerza con China, luego India y otros emergentes, sumándose al crecimiento de la economía global y ampliando el comercio.

No sabemos cómo se desarrollará ni cuánto tiempo durará esta guerra más allá de los primeros detalles, y ni siquiera la Reserva Federal pudo despejar el escenario. De hecho, el presidente Jerome Powell advirtió el 4 de abril que “enfrentamos una perspectiva altamente incierta, con riesgos elevados de más alto desempleo y mayor inflación”.

Enfrentamos una perspectiva altamente incierta, con riesgos elevados de más alto desempleo y mayor inflación (Powell)

Todo el discurso repite como un mantra que tanto las políticas -en términos de extensión y duración- como las reacciones de los socios comerciales y la persistencia de los efectos de las nuevas políticas en materia tarifaria, migratoria y regulatoria habrán de mantener elevada la incertidumbre durante algún tiempo.

Ello supone un escenario en que las políticas se van “descubriendo”, los países asimilan y responden quizás con nuevas barreras y aranceles, ante lo cual la administración podría volver a reaccionar. En el medio, los bancos centrales deben comenzar a actuar, ajustando escenarios y simplemente observando durante cierto tiempo el daño sobre activos y flujos.

En este contexto, lo único que puede recomendarse a nuestros países es no atarse al mástil del barco que emprende la guerra, por seguro que parezca. Los países deberán adaptarse y enfrentar shocks de distinta índole -monetarios, cambiarios, comerciales, migratorios- mientras dure el conflicto. En algún momento la guerra cesa, pero esto recién comienza, y durante este período se requerirá mucha flexibilidad para mantener la economía y la inversión a flote.

EL autor es Economista jefe y director de FIEL. Esta nota es un anticipo de la publicación Indicadores de Coyuntura 673, elaborada por la Fundación FIEL