
En su último libro, Nexus, Yuval Harari se propone realizar un estudio de las redes de información en la historia de la Humanidad. Convencido de que la historia no es el estudio del pasado sino “el estudio del cambio”, el autor se propone desentrañar a fondo que hay detrás de las distintas tecnologías de información que hemos ido creando. El objetivo es comprender mejor para moldear el futuro, en momentos en que la incertidumbre acerca de la gobernanza de la civilización humana se multiplica a la luz de la expansión vertiginosa de las distintas variantes de inteligencia artificial. ¿Para qué perderíamos el tiempo hablando tanto del futuro si no pudiéramos cambiarlo?, desafía Harari a sus lectores.
El problema de la “verdad” y las posibilidades reales de que la información pueda representarla cabalmente emerge con centralidad al inicio del libro. La visión ingenua de la información sostiene que ella siempre conduce a la verdad. Pero Harari explica y ejemplifica por qué la cuestión no es en realidad tan sencilla. Lo que llamamos “verdad” suele estar compuesta de realidades muy complejas, con muchas aristas y elementos, como para poder representarla con un flujo de información. Ello no significa resignarnos a vivir entre mentiras, sino a aceptar que podemos construir nuevas dimensiones de realidad, capaces de ser representadas por una tecnología de información, como por ejemplo los relatos. Sin caer en un relativismo absoluto que haría imposible el orden dentro de las sociedades, para Harari los relatos tienen el poder de configurar “realidades intersubjetivas”, es decir compartidas por personas a gran escala, lo cual hace factible estar unidos en un marco de relativa armonía que haga factible la vida juntos.
La democracia tiene mucho de ello. Además de un sistema de reglas de juego para competir por el poder y gobernar sociedades respetando personas y minorías, la democracia es ante todo un relato compartido que intenta unir y alinear a las personas detrás de determinadas creencias y principios. Siempre se ha admirado a la democracia de EEUU, entre otras cosas por la solidez de su relato subyacente. Fueron los “padres fundadores” los que edificaron un relato poderoso, que se fue cumplimentando por décadas con dispositivos y enmiendas constitucionales que fueron haciendo del país del Norte un modelo global de democracia. Edificio conceptual y simbólico que parece estar desmoronándose lentamente en las últimas décadas, bajo una peligrosa dinámica de antagonismo, polarización y crispación que invade al país, especialmente a partir de que el centro de gravedad del sistema se ubica en torno a la figura de Donald Trump.
Como siempre, arte y ficción son los caminos mejor equipados para comprender realidades complejas, como este proceso que las democracias en general y la norteamericana en particular, atraviesan en esta tercera década del Siglo 21. La reciente serie Día Cero, protagonizada por el enorme Robert De Niro en Netflix, es un fantástico retrato de ello. El Ex Presidente George Mullen (De Niro) es llamado por la Presidente en ejercicio para encabezar una Comisión con poderes extraordinarios para investigar y encontrar a los culpables de un ciber ataque que dejó miles de víctimas y puso al país de un estado de vulnerabilidad nunca visto. Mullen, un líder honorable que, como todos, carga con su cruz de miserias y zonas oscuras irresueltas, se pone inmediatamente a los hombros un esfuerzo descomunal para desentrañar una red de intereses, maniobras y complicidades que lleven a identificar a los responsables del ataque. La trama está muy bien lograda, pero lo que sobresale a nuestro criterio es la claridad con la que logra exponer la erosión implacable que vive el sistema democrático en medio de una agresiva polarización entre personas y sectores, dinámica en la que se enaltecen los factores que dividen y corroen frente a aquellos que unen a las personas bajo un sistema pensado para funcionar con el lubricante de la confianza y el relato compartido.
Globalización, cambios culturales, aceleración tecnológica, desigualdades crecientes, nuevas ideologías, intereses enfrentados, impotencia para construir acuerdos, desbalance de poder en favor de grandes corporaciones que lideran la economía digital, etc. Son muchos y potentes los factores que parecen atentar contra la salud del sistema democrático norteamericano. Y en esa dinámica, el riesgo populista de sobre simplificar la realidad en busca de respuestas inmediatas y supuestamente liberadoras, es inmenso. Mullen, aún agobiado por una supuesta conspiración programada sobre sus capacidades cognitivas y dolores constantes por tragedias familiares, debe afrontar este proceso histórico de darle a un país crispado y sumergido en la incredulidad una respuesta que permita reparar heridas y, sobre todo, relanzarse hacia el futuro.
Lo mejor de la cultura del servicio público sucede cuando un liderazgo comprometido y honorable se impone en la escena. Mullen no es un principista de salón. Es un líder de acción, capaz de meterse en el barro y tensionar al máximo la cobertura de las instituciones en tiempos de emergencia. No le tiembla el pulso para usar a fondo los poderes excepcionales que el Congreso le ha concedido a la Comisión que encabeza. Pero se mantiene estoico en los límites de su juicio moral acerca de la misión que tiene por delante y de que es lo correcto para el país. Cuando el ego se domina en favor de intereses más grandes que los de uno mismo y su entorno, se configuran los grandes líderes. Y ahí está Mullen, liderando un equipo de expertos capaz de llegar al fondo de la cuestión, aun bajo la insoportable presión que el repertorio de influencers, voces desaforadas y sesgos algorítmicos, propios del paradigma digital, florecen en nuestras sociedades.
La investigación de la Comisión avanza y comienza a conectar los puntos de una red antisistema, en la que compañías tecnológicas, activistas marginales, congresistas y agentes del Estado con parte activa, bajo el relato de que para resolver los males que aquejan al país se requiere un cambio de fondo, barriendo con los mecanismos democráticos que hasta ahora han funcionado. Las voces y los intereses que sostienen un cambio de régimen como solución de shock a todo lo que la democracia no puede resolver se multiplican y enlazan, ahora bajo el poder sin precedentes de los ataques cibernéticos. Estamos, sin dudas, frente a uno de los grandes riesgos del Siglo 21: como sostener sistemas democráticos estresados en su capacidad de producir soluciones frente a redes de actores antisistema organizados bajo herramientas digitales de impredecible poder.
El sistema tiene sus reservas y se ponen en juego a fondo en Dia Cero. Mullen y su equipo llegan al origen del atentado, momentos antes de caer en el descrédito popular. La propia hija del Ex Presidente, una Congresista desencantada con el funcionamiento del sistema democrático de su país, es partícipe directa de la conspiración perpetrada para producir un gran susto público y crear las condiciones para un reseteo sistémico. La cuestión de fondo goza de enorme realismo: ¿Qué podemos hacer frente a un sistema trabado bajo la polarización política y la pérdida de eficacia de los gobiernos democráticos para resolver viejos problemas que crecen y nuevos problemas que desconciertan a propios y ajenos? El argumento de la red criminal es temerario pero factible: sólo un cambio de raíz puede cambiar este escenario. Y cualquier cambio de raíz del sistema democrático conduce a modelos donde uno varios líderes son capaces de “restaurar” valores perdidos y ordenar los acontecimientos sin el cepo de los límites institucionales.
Frente a semejante tentación, un líder con alto juicio moral logra interponerse. George Mullen construye un camino de respuesta, no exento de dudas y vacilaciones, capaz incluso de contradecir la “sugerencia” presidencial acerca de que sería mejor para el país no mostrar la evidencia de que el sistema ha sido atacado desde su interior y que es el Estado mismo el que está lleno de conspiradores que quieren barrer con la democracia. Ello sería imposible de procesar para la opinión pública y sometería al país en un peligroso clima de escepticismo y disgregación, cree la Presidente en ejercicio. Cuando todo parece indicar que Mullen cede y acepta que es mejor acotar la denuncia a los actores marginales y tecnológicos que produjeron el ataque, aceptando el consejo presidencial de que la depuración del Estado se haría en silencio en los próximos cuatro años de gestión, su mensaje frente al Congreso termina siendo una luminosa pieza de liderazgo moral que no renuncia a acercarse lo máximo posible a la verdad por más compleja y llena de intereses contrapuestos que la misma pueda tener.
Mullen se acerca a la sabiduría, un nivel de conocimiento superior que sólo se alcanza con la experiencia y la capacidad de juicio moral. Y plantea el problema de forma clara y sensata para ser resuelto por las nuevas generaciones que vivirán en estas sociedades cada vez más dominadas por las tecnologías. No hay atajos antisistémicos que puedan llevar a mejor destino. Siempre terminarán en excesos y peores realidades que las que intentaron reparar. Sólo el camino largo, basado en afrontar con entereza el mayor acercamiento a la “verdad” que podamos construir, cultivar la paciencia en las transiciones que llevan a las soluciones, confiar en la innovación “dentro del sistema” y no renunciar nunca a la fuerza moral de intentar “hacer lo correcto” aún en las peores circunstancias, puede llevarnos a un salto evolutivo de los sistemas democráticos que parecen agobiados.
El liderazgo basado en la capacidad de juicio moral de George Mullen será un activo en alza en todos los ámbitos, en este mundo que Harari describe donde las realidades cada vez más complejas hacen tan difícil los caminos hacia “la verdad” y donde la inteligencia artificial ha abierto una caja de pandora que aún debemos demostrar que podremos gobernar y llevar hacia el beneficio colectivo.
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