
Tanto un exportador de granos como una persona que planea irse de vacaciones al exterior tienen razones para preocuparse por el tipo de cambio. Pero también la tiene cualquier otro habitante ya que el grado de fortaleza o debilidad de la moneda de su país afecta los precios y el poder adquisitivo de los salarios de todos. Pero, ¿puede un gobierno determinar el valor relativo de su moneda respecto a las demás? Y, ¿para qué lo haría?
En general, se piensa que realizar una devaluación de la moneda es una manera poco dolorosa de incrementar las exportaciones, reactivar la economía y crear empleo. Si esto fuese así, la Argentina sería uno de los países más prósperos del mundo. Salvo Venezuela y Zimbabue, ningún otro país ha devaluado más su moneda en los últimos años. Y, por cierto, ninguno de los tres se encuentra en el podio de los países de mayor crecimiento, más bien lo contrario.
La principal razón de que esta lógica sobre los efectos de corto plazo de una devaluación no se refleje en el largo plazo es que las variables económicas no son independientes entre sí y el movimiento de una de ellas genera corrimientos en las demás. Una devaluación aumenta, casi inmediatamente, los precios en moneda local de los bienes transables. Es obvio que esto repercutirá en menores importaciones y mayores exportaciones (esto último, siempre y cuando hubiera capacidad disponible de producción). Pero la dinámica no se detiene ahí, también hay que pensar en los efectos subsiguientes. Esos aumentos de precios sobre los bienes transables se trasladan, no tan lentamente en países con la gimnasia inflacionaria de Argentina, al resto de los precios de la economía, incluyendo los salarios. En poco tiempo, si no se modificaron otras variables, se vuelve al punto de partida como en el juego de la oca. Los cambios solo resultan nominales (es decir con todos los precios relativos iguales pero inflados), sin efectos reales.
El nivel del tipo de cambio sólo se puede controlar por poco tiempo y si está cerca de su punto de equilibrio natural. Pero los gobiernos que mantienen un tipo de cambio controlado, en general para evitar una devaluación y la consiguiente inflación, pueden (y suelen) errar en el equilibrio natural del mismo. Los errores a causa de una devaluación exagerada terminan corrigiéndose solos principalmente mediante inflación. En sentido contrario, a una moneda artificialmente sobrevaluada le cuesta más volver al punto de equilibrio porque algunos precios, principalmente los salarios, son rígidos a la baja. Por lo tanto, la economía ajusta por cantidades (recesión), ya que tiene uno de los principales precios (el del dólar) fijo y muchos otros (salarios) no pueden bajarse. Esto sucedió sobre el fin de la convertibilidad luego de la devaluación brasilera. La relación peso-dólar no pudo encontrar un nuevo equilibrio. Aun así, la economía siempre busca su equilibrio y lo logra a pesar de las políticas que tratan de desviarla.
Entonces, ¿cómo hacer para que los salarios sean altos y la economía pujante? La única receta infalible y duradera es favoreciendo el aumento de productividad. El camino es bien conocido. El Estado es una organización de baja productividad. Achicando el mismo y eliminando su presencia en actividades que puedan ser realizadas por un privado es parte del camino. También hay que eliminar regulaciones que afectan la productividad como, un ejemplo mínimo pero ilustrativo, la prohibición de que los combustibles puedan ser servidos por el propio consumidor. O que un empleado pueda ser polifuncional. La Argentina todavía está repleta de regulaciones que impiden lograr productividad. Y, por lo tanto, mejores salarios.
En conclusión, el Gobierno ha encarado la tarea difícil de reducir el gasto del Estado y desregular la economía con innumerables medidas micro. También parece haber llegado la hora de salir del cepo y liberar el precio del dólar para que todas las variables se encuentren en su nivel de equilibrio. Debe aprovechar este momento en que los dólares libres y el oficial se encuentran casi al mismo valor. Aunque tiene sus riesgos, demorar esta decisión genera perjuicios y sería muy dolorosa de realizar en un contexto de desequilibrio.
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