
Cuando hablamos de diversidad corporal lo hacemos para validar que existen diferentes cuerpos: tamaños, formas, alturas, funcionalidad, entre otras. Esto parece una obviedad, pero tener que nombrar que somos personas diferentes y diversas todavía hoy en día es una necesidad. Cada cuerpo es único, pero la construcción de la mirada es social y depende del contexto histórico y cultural desde donde se mira. No somos iguales ni miramos a los cuerpos de igual manera.
Tenemos el problema histórico de creer que hay una forma corporal que es la más saludable o bella, es decir, un modelo de cuerpo a seguir. Estandarizamos los cuerpos haciendo caso omiso a la bella biodiversidad que nos caracteriza. Esto es un problema, básicamente, porque quien no entra en el modelo a seguir como “normal”, “saludable” o “linda” es, de algún modo, excluido.

Las organizaciones y movimientos activistas como el Activismo Gordo nos invitan a repensar todo esto. Escuchar, leer y recibir sus capacitaciones es fundamental para revisar qué prácticas tienen una intención correctiva en el cuerpo de las y los demás y que buscan imitar alguno de los modelos, posiblemente generando daño en la salud integral de las personas. Sobre todo, daño a la salud mental: intentos fallidos constantes de llegar a un ideal que no existe o que está muy lejos de las potencialidades de nuestro cuerpo. El padecimiento es en el presente, un presente siempre insatisfactorio con una meta muy lejana y en la mayoría de los casos inexistente.
Esto nos invita a pensar en nuestras relaciones con nuestros amigos y amigas, vecinos, familia, etc. ¿Cuántas veces hacemos o escuchamos un comentario sobre algo de nuestro cuerpo? ¿Cuántas veces juzgamos en nuestra cabeza alguna forma que consideramos fuera de un estándar? ¿Qué creemos que suma nuestro comentario o nuestro pensamiento silencioso? A diario escuchamos alguien decirle a otra persona (y me incluyo) que están gordas, o flacas, o altas, o bajas. Aun en los casos donde la intención no es atacar a la otra persona, el comentario aporta básicamente nada y podría generar que la persona destinataria del comentario se quede pensando en su cuerpo más de lo necesario para tener un simple buen día.

Estar en este mundo ya tiene su complejidad. Con los padecimientos que nos genera vivir en una sociedad, podríamos proponernos evitar comparar nuestros cuerpos. Quizás, cuando vemos algo distinto que nos llama la atención, alguna carne que desborda, alguna línea que marca, alguna parte que no está, podríamos evitar las suposiciones innecesarias. Podríamos también prescindir del comentario que no es parte de una conversación propuesta por la otredad.
Si escuchamos comentarios de nuestro cuerpo ignorar la conversación es una de las tantas maneras de hacerle saber a la persona que no nos interesa su comentario, también decírselo si nos hace bien. Y cuando nos miramos en el espejo —o en los reflejos— recordar una mirada justa, que nos traiga en nuestra totalidad y no fraccionarnos en partes.

Cuando peor nos miramos es porque nos fraccionamos y juzgamos en partes aisladas: la panza, el brazo, la cabeza, la piel. Cuando venga la mirada juzgadora, ignorarla y conectar con lo que nos valora puede ser una opción, sea nuestra o de otra persona. Aprender otras formas de vincularnos va a tener sus aciertos y errores. Prestemos atención.
A quien esté leyendo esto lo invito a preguntarse: ¿Qué es la salud para vos? ¿Cuándo te sentís saludable? Quizá esa suma de saberes nos ayude a construir el cuidado desde otro lado.
(*) Licenciada en Nutrición Colegio de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires
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